TERESA MOLERES
SORBURUA

Salvar el lago Urmía

E l lago Urmía, en Irán, uno de los lagos salados más grandes del mundo con 5.200 km cuadrados, está convirtiéndose en un desierto salado. Hace dos décadas, era la reserva de una gran riqueza faunística, de aves acuáticas y refugio de aves migratorias, con plantas endémicas tolerantes al medio salino y fijadoras de la arena, como el «saxaul», común en los desiertos asiáticos y con el que se crean cinturones verdes para evitar la desertización. Sin olvidar que era un destino turístico muy apreciado por los iraníes por el valor terapéutico de sus aguas y barros.

Son varias las causas de su desaparición: cambio climático, con fuertes sequías y altas temperaturas; mala gestión del agua, que ha supuesto que un 90 % del caudal de los tres ríos que lo abastecían se utilice para el mantenimiento de presas hidroeléctricas, y también, pero no menos importante, por las malas prácticas agrícolas, con cultivos que requieren mucha agua, como girasol, trigo, manzanas y remolacha azucarera, que sustituyó al cultivo de la vid al prohibir la República Islámica el vino y las bebidas alcohólicas.

Ahora los nuevos gobernantes destinan grandes recursos para remediar esta catástrofe medioambiental que, además, tiene efectos adversos en los países vecinos. Proponen rellenar medio lago con 14 billones cúbicos de agua, es decir, menos de la mitad del volumen original. Si se lleva a cabo, el agua para este trasvase procederá de Armenia.

Sin embargo, en el periódico “Tehran Times” leí que un experto sugiere convertir el lago en una pradera turística, porque opina que, con las condiciones medioambientales actuales, resulta imposible volver a “llenar” el lago. Dice que lo único que se conseguiría sería convertirlo en un nuevo mar Muerto, porque la salinidad haría imposible la vida.

Su propuesta consiste en cubrir el área del lago con una mezcla de arena y semillas de hierba. La pluviometría es de 300 milímetros/año, que considera suficiente para que en unos pocos años el lago se convierta en una pradera verde donde puedan pastar ciervos y cebras, hasta convertirlo en un Safari Park. Para apoyar su tesis, asegura que en los lagos norteamericanos Tahoe, Powell y Mead se está practicando esta actuación sin que se haya ocasionado, según él, tanta protesta ecológica como en Irán.