IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Punk dorado

Inspirado en el glamour del mundo del rock y con un diseño a base de tachuelas doradas en el exterior y rojas en el interior, el nuevo Museo Ragnarock pretende atraer a los jóvenes daneses hacia la cultura rockera, al reivindicar una especie de estética punk adaptada a un glamour actualizado. El museo forma parte de un plan mucho mayor, que busca transformar todo el área en la que se encuentra el edificio, ubicado en el distrito de la música y la cultura joven de Roskilde, una ciudad danesa a las afueras de Copenhague. El nueva pinacoteca es resultado de la colaboración entre los arquitectos daneses COBE y los holandeses MVRDV, y ha sido inaugurada recientemente con el objetivo de poner en marcha la transformación urbana con la que se pretende devolver a la ciudad los terrenos ocupados por la industria del cemento, antaño motor de la economía de Roskilde.

El museo de Ragnarock se levanta en medio de unos antiguos pabellones como una realización arquitectónica que pretende inspirar a una nueva generación de músicos, artistas y profesionales creativos. El edificio, de 3.100 metros cuadrados, invita a la entrada con un voladizo colosal que formaliza una plaza cubierta al exterior, a modo de punto de encuentro. En el interior, el nuevo equipamiento alberga la sede del museo del rock, que incluye también un auditorio, oficinas administrativas y un bar. El edificio, caracterizado por su envolvente de tachuelas doradas, se coloca como el elemento principal de un plan urbanístico de más de una hectárea, que quiere transformar las fábricas de cemento existentes en el lugar en un distrito abierto a nuevas empresas centradas en la industria de la música y la cultura joven. Para reforzar este cambio se añadirán dos nuevos edificios al Ragnarock ya finalizado, como son la sede de la Escuela de Música de Dinamarca y la nueva sede del Festival de Roskilde Rock.

El proyecto del Ragnarock aspira a ser ese motor de cambio, pero desde un punto de vista arquitectónico, pretende a su vez modificar el lugar existente de la manera más ligera posible, para así preservar el carácter informal y el crudo recuerdo de su antiguo uso industrial. Es precisamente ese carácter que escapa al rigor urbano el que hace que haya sido y siga siendo un espacio atractivo para los skaters, los artistas y los jóvenes en general. La nueva estructura se conecta con las fábricas, sosteniéndose sobre cuatro núcleos a modo de patas, que llevan a los visitantes hasta el museo y al auditorio del piso superior.

Lo viejo y lo nuevo quedan diferenciados por una clara separación de materiales: el antiguo hormigón contrasta con las pirámides de color rojo intenso. La combinación de materiales irradia una atmósfera discotequera, desde la fachada dorada, formalizada con aluminio anodizado –que pretende ser un homenaje a los escenarios glamurosos de los conciertos de rock–, hasta el interior teñido de rojo, que recuerda al terciopelo del interior del estuche de una guitarra o a los telones de los teatros clásicos.

Llevar el rock a la arquitectura. Tal y como los autores del proyecto cuentan, el edificio de Ragnarock busca ser la traslación de la música rock a la arquitectura; una especie de explosión de energía a todo volumen en la propia cara del espectador. Recorrer el edificio invita a los visitantes a experimentar la vida de una estrella de rock, gracias a la combinación de instalaciones similares a las de un museo tradicional junto a otras exposiciones que involucran al usuario. La alfombra roja de bienvenida, el ascenso a la fama hasta el espacio escénico que cuelga atrevidamente en el aire y la inevitable caída hacia el bar parecen una alegoría de ese recorrido vital que se espera de una estrella de la música.

El propio edificio se convierte en un escenario, aunque también se pueden celebrar actuaciones frente a la gran plaza pública de acceso o bien en las naves industriales laterales reconvertidas. El voladizo de oro desafía la gravedad y da la bienvenida a los visitantes no solo en el museo, sino también a lo que será la futura nueva área urbana.

En ese sentido, las intenciones gestuales abren nuevas posibilidades, proporcionando un ambiente de integración con conexiones constantes entre la educación, el ocio y el espectáculo. Por ese motivo, el edificio propicia espacios con carácter público como plazas al aire libre, donde se produzca el encuentro de personas centradas en la creatividad, por lo que el nuevo proyecto pretende ser una plataforma social e informal. Así el nuevo Ragnarock destaca en su entorno como un catalizador para el desarrollo futuro.

El teórico danés Karsten Ifversen ha descrito esta aventura urbana comparándola con las catedrales góticas que fueron construidas en zonas inhóspitas en medio de la nada, esperando convertirse en centros de referencia y que la ciudad y la vida urbana brotasen a su alrededor. Puede que éste sea el caso del edificio del Museo Ragnarock, pero, en principio, parece mucho pedirle a una pieza que quiere aunar la transgresión del punk adornada con el glamour del oro.