IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Gente nueva? No gracias, no me atrevo

L a timidez del encuentro con gente nueva es a veces todo un reto para las personas que la viven con regularidad. Situaciones como ésta a menudo culminan con malestar e incluso con el refuerzo de una conclusión que lleva consigo mucha gente que siente íntimamente la timidez: soy inadecuado. Establecer vínculos es una necesidad irrenunciable para cualquier persona en cualquier momento de la vida, y especialmente en momentos de cambio sustancial.

En esas épocas, los vínculos nos son imprescindibles porque nos sostienen, nos permiten vivir la inestabilidad sin que eso se traduzca en una fragmentación; se convierten, por así decirlo, en el líquido amniótico en el que la transformación del crecimiento se puede gestar. Es muy habitual, por ejemplo, que en la adolescencia los muchachos y muchachas busquen nuevos grupos de amigos, terminen por no entenderse con los antiguos y tengan un periodo en el que realmente no encajan en ningún sitio, socialmente hablando. Al mismo tiempo, la propia revolución hormonal les saca del contexto familiar, por lo que esos vínculos habitualmente adquieren también otro significado y potencia, y ya no tienen la misma consistencia que durante la época infantil. Los adolescentes se encuentran en tierra de nadie socialmente hablando y es habitual que el significado que le dan a estas situaciones sea en términos egocéntricos; es decir, centrados en sí mismos, aunque sea para mal.

De esa sensación de no encontrar el propio lugar se nutre la autocrítica y se magnifica la mirada constante sobre sí mismo, llegando a la conclusión de que, si no hay un lugar para él o ella, es porque algo debe de estar mal por dentro. De ahí parte después el aislamiento, fruto de la falta de esperanza en que habrá un hueco y un grupo de personas al que pertenecer. Mantener la ilusión en el vacío es muy complicado para ellos, que son más inmediatistas y espontáneos, pero no solo ellos. Para los adultos en tiempos de cambio, las dinámicas internas se parecen; las personas cambiamos a lo largo del tiempo, variamos sin cesar aunque no siempre de forma visible o evidente, pero cambia nuestra manera de pensar, nuestras circunstancias vitales, nuestros sentimientos, nuestro cuerpo, nuestro mundo interno.

Sin embargo, no es nada fácil construir vínculos nuevos desde la timidez de un adolescente o la falta de práctica de un adulto en situaciones nuevas: por un lado, el deseo de tener a alguien que nos entienda y acepte como somos, y por otro, el temor a sentirse inadecuado y rechazado.

A menudo tenemos la idea de que solo contamos con una oportunidad para ser aceptados en un grupo nuevo y para ello necesitamos ser poco menos que perfectos, impactar, causar admiración de forma que eventualmente de ahí surja el deseo de acercarse. No obstante, la formación de vínculos profundos o duraderos necesita su tiempo, y siempre es cosa de dos que se van encontrando paulatinamente, cada vez un poco más en profundidad. En una situación nueva, con un grupo al que nos acercamos por primera vez, podemos empezar por un acercamiento superficial y breve, hablar un poco con cada persona sin tratar de ser alguien que uno no es, simplemente mostrando el interés por saber algo del otro –aunque sea superficial–, preguntando y hablando luego un poco de uno mismo. No se trata simplemente de tirarse a la piscina sin querer hacerlo, pero sí de encontrarse con gente similar a base de acercarse y compartir las fortalezas, aquello en lo que uno es bueno, se ilusiona por ello y es valioso por dentro. Establecer vínculos de verdad solo se puede hacer desde quien uno es y la aceptación de la valía de esa identidad.