MIKEL INSAUSTI
CINE

«Grâce à dieu»

Si en la Berlinale hubo polémica con “Grâce à dieu”, no fue porque François Ozon la buscara, sino porque el tema de la película ya resulta controvertido en sí mismo. Estamos en un momento clave de la historia del catolicismo, justo cuando el papa Francisco se ha comprometido a llevar ante la justicia a los religiosos que hayan cometido abusos sexuales. Otras películas recientes como la oscarizada “Spotlight” (2015) de Tom McCarthy han abordado el asunto de una forma más periférica, ya que lo que se mostraba era la crónica periodística sobre cómo se destapó el escándalo de la pederastia en la Iglesia de los EEUU. En cambio, Ozon pone el foco en las víctimas, en su largo silencio de años, en sus traumas y en su necesidad de expresar y liberar tanto sufrimiento.

Ozon ganó el Gran Premio del Jurado en la Berlinale con una realización que se sale de su estilo habitual, y que tal vez no sea tan reconocible como otras suyas. Por una vez ha dejado a un lado su locura, su surrealismo autoral, y ha optado por ponerse al servicio de una historia que demandaba de su parte una mayor austeridad, una atención casi bressoniana al detalle. “Grâce à dieu” está hecha a base de contención, de ser fiel a unos hechos reales, hasta el punto de que no oculta los nombres de los responsables eclesiásticos implicados en el caso.

Efectivamente, se trata de las acusaciones que en el año 2016 se hicieron públicas en contra del padre Bernard Preynat, interpretado en la pantalla por el actor Bernard Verley. Este sacerdote de la diócesis de Lyon fue denunciado por una larga lista de adultos que en su infancia pasaron por sus manos, cuando era cuidador de un grupo de los boys-socuts de San Lucas.

El protagonismo de la película lo toma el ex alumno Alexandre, encarnado por Melvil Poupaud, quien se entera de que el padre Preynat sigue en contacto con menores, sin que nadie lo haya apartado de la enseñanza. El tal Alexandre es un padre de familia y católico practicante que escribe al arzobispo de Lyon, el Cardenal Barbarin, papel que recae en François Marthouret, exponiéndole sus preocupaciones. En un cara a cara con Preynat organizado por la sicóloga del arzobispado, el cura pederasta confiesa sus pecados y se viene abajo, pero sin que se tomen medidas legales contra él.

Para que los acontecimientos se precipiten será necesaria la intervención de otras víctimas más dispuestas a llevar el proceso de investigación hasta el final, y ahí es donde aparecen François, Emmanuel y Gilles, respectivamente interpretados por Denis Ménochet, Swann Arlaud y Éric Caravaca.

Todos ellos sufrieron los abusos de Preynat entre los nueve y doce años, con lo que dichos episodios se extendieron prácticamente hasta la adolescencia, y de forma reiterada.

El trío de denunciantes decide fundar la organización La Parole Libérée, expresión que reúne además de un profundo sentido religioso esa necesidad de manifestar lo que ha permanecido oculto durante tanto tiempo como una pesada carga, de la que por fin van a poder desprenderse. Ozon llega a este punto mediante una gran sensibilidad y mucho tacto, sin caer nunca en la melodramatización excesiva.

El verdadero efecto dramático de la película está en los testimonios de las víctimas y en los flash-backs que derivan del obligado ejercicio de memoria, y no se dan por tanto situaciones forzadas o manipuladas.

Ozon confía en su equipo habitual y vuelve a dirigir al estelar Melvil Poupaud, con quien ya se entendió a la perfección en las también premiadas “El tiempo que queda” (2005) y “Mi refugio” (2009).

La única excepción la encontramos en la banda sonora, para la que sustituye al habitual músico Philippe Rombi por los hermanos Evgueni y Sacha Galperine, compositores rusos que llevan ya una década afincados con notable éxito en el mercado francófono.