Miren Sáenz, fotografías: Conny Beyreuther
«Únete a la cordada»

Visita guiada al futuro Museo del Montañismo Vasco

La ONU decidió en 2002 declarar el 11 de diciembre Día Internacional de las Montañas para, de esta manera, poner el foco en la importancia de preservar su sostenibilidad. EMMOA, la fundación que impulsa la gestación del futuro Museo del Montañismo Vasco, aprovechará la fecha para darle otro impulso a un proyecto a través del cual se pretende conservar y difundir el patrimonio de una actividad con amplio seguimiento en Euskal Herria. Una visita a la actual sede de esta entidad y un vistazo a una pequeña parte de los miles de documentos, cientos de fotografías y emblemáticos objetos que constituyen la memoria del montañismo vasco permiten hacerse una idea de lo que puede llegar a ser ese museo con sitio para las grandes y las pequeñas historias.

La historia del montañismo vasco ha superado su primer siglo, tiempo suficiente para acumular incontables vivencias que podrían quedar en el olvido si nadie se preocupa de preservar esos momentos reflejados en objetos, imágenes, documentos o publicaciones. Con este objetivo, en 2013 surgió EMMOA (Euskal Mendizaletasunaren Museoa), la fundación que promueve la creación del Museo del Montañismo Vasco, impulsado por gentes de la montaña con el aval de Euskal Mendizale Federazioa y Eskalada Kirolen Napar Federakundea. Entre todos se han empeñado en rescatar el patrimonio cultural de esta actividad, con amplio seguimiento por estos lares, antes de que se pierda para que las nuevas generaciones puedan conocerlo. Que la montaña interesa lo demuestran los 42.000 federados en Hego Euskal Herria, pero también los que no están registrados y la frecuentan, que probablemente sean muchos más.

La aspiración de levantar un museo viene de lejos, tanto que en 1924, fecha del nacimiento de la Federación Vasco Navarra de Alpinismo, en sus estatutos fundacionales ya dejaba caer la intención de crear algo parecido: «Casi un siglo después, todavía seguimos sin hacerlo. Pero aquellos fueron conscientes de la necesidad de conservar una historia cuando empezaba y ni siquiera existía», señala Antxon Iturriza, mendizale, escritor, periodista de montaña y uno de los expertos en la materia.

Ahora ya existe y ha culminado su marcha de aproximación al campamento base que está en las oficinas habilitadas en el polideportivo Zuhaizti, ubicado entre los barrios donostiarras de Gros y Egia. Es allí donde se organiza el asalto a una cumbre que, como en las grandes expediciones al Himalaya, requiere de financiación, apoyo, constancia, trabajo, ilusión y valentía.

Los responsables de EMMOA calculan que transcurrirán dos años como mínimo antes de acondicionar un local de 500 metros cuadrados que el Ayuntamiento de Donostia les ha cedido en los bajos del estadio de Anoeta, donde esperan ubicar ese museo, aún sin nombre definido, que quizás termine llamándose Mendigunea. El solar requiere una importante inversión, puesto que solo cuenta con las paredes, y habilitarlo correría a cargo de las instituciones públicas.

Para la financiación del resto han pensado en las tradicionales fórmulas de patrocinio de los museos encarnadas en las figuras del benefactor, protector o colaborador, pero también admiten crowdfunding y promueven una campaña de captación de socios bajo el lema “Únete a la cordada”, dirigida al público en general y a los mendizales en particular, por la que solicitan cantidades pequeñas anuales que puedan cubrir los gastos básicos. Además, han preparado un dossier para empresas que ya ha obtenido sus primeras adhesiones: Orona Fundazioa y la Fundación Juan Celaya. «Para lo pequeños que somos como país, en montaña tenemos una buena actividad. Nosotros debemos cuidar nuestra historia; no es la más importante ni la mejor, pero es la nuestra. Aunque se han perdido cosas y eso no tiene remedio, vamos a conservar lo que tenemos», mantiene Iturriza.

Empezaron buscando la ubicación: «Estuvimos rodando por el país: Elgeta, Arantzazu, Durango… y llegamos a Donostia un poco de la mano de Aranzadi, pensando en hacer un proyecto conjunto, en el que ellos nos cederían una parte de una sede que no se llegó a materializar porque dependía de una dotación del Gobierno de Madrid y no se consumó. Afortunadamente, el Ayuntamiento de Donostia se ha portado muy bien con este proyecto», comenta Iturriza.

La primera piedra está mas cerca, se aprecia en esa especie de incubadora donde EMMOA ha empezado a recabar una pequeña parte del inventario. Comienza así una visita guiada hacia el futuro de un lugar que pretende abarcar los inicios y el desarrollo del montañismo vasco, las hazañas y tragedias de los grandes alpinistas por los colosos del Himalaya, Alpes, Aconcagua... sin olvidar al montañismo local en rutas que los aficionados frecuentan junto a sus casas.

La historia oficial. En el paisaje vasco, el monte siempre estuvo ahí, aunque a él se acudía por obligación: a trabajar, pastorear, recolectar o cazar. En Euskal Herria, los orígenes del montañismo como actividad de ocio se sitúan a finales del siglo XIX y, como actividad regulada, a principios del XX, tras el surgimiento de las sociedades deportivas que favorecieron el agrupamiento de aquellos individuos –casi todos hombres y la mayoría adinerados o de situación económica desahogada– que habían descubierto el atractivo de la naturaleza. Un 18 de mayo de 1924, Elgeta acogía la fundación de la federación. El cartel anunciador para esta convocatoria en el pueblo más alto de Gipuzkoa cuelga en la pared de la sede provisional de Zuhaizti. Su texto rebosa entusiasmo y, a juzgar por la fotografía de una repleta plaza del Ayuntamiento, el mensaje caló. Ambos se pueden leer y ver en la página que cierra este reportaje.

Por allí andaba Antxon Bandrés (Tolosa, 1879 - Bilbo, 1966), un auténtico forofo del deporte. Este empresario tolosarra de ideas republicanas, instalado en Bilbo, fue el primer presidente de la Federación Vasco Navarra de Alpinismo y uno de los primeros vascos en alcanzar la cima del Mont Blanc (1926), y lo hizo con zapatos de clavos y vendas en las piernas. Creador también de la revista “Pyrenaica”, Bandrés inventó gran parte de las estructuras que han permanecido en el tiempo, incluidos los concursos de montaña y, con ellos, los buzones instalados en numerosos montes de Euskal Herria, una particularidad que solo se da aquí y todo un patrimonio fruto de las ideas de este visionario y sportman que, entre otras cosas, también impulsó la presencia de mujeres en la montaña. La base fundamental de la fototeca de EMMOA es precisamente el archivo de Antxon Bandrés: más de mil fotografías escaneadas, aunque aún no catalogadas, con imágenes hasta la Guerra del 36, muchas de las cuales salieron de la cámara del fotógrafo eibarrés Indalecio Ojanguren.

Conservan también imágenes de décadas más cercanas como, por ejemplo, la colección de Bixente Ayerbe: ocho álbumes de fotos, postales y dedicatorias realizadas entre los años 60 y 80, cuando de camino a Zazpi Iturri o a la vuelta del Txindoki los montañeros se reunían en su albergue de Amezketa. Fotos, muchas de ellas en blanco y negro, que probablemente compartirán espacio con las coloridas de las expediciones a los colosos del Himalaya.

Es de agradecer esa tendencia de las personas a guardar cosas de los momentos importantes. Gracias a eso, algunos de los objetos que sus propietarios han facilitado permitirán observar el rosario que Karol Wojtyla –el papa Juan Pablo II– entregó a los miembros de una expedición polaca y Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy depositaron en la cumbre del Everest en invierno. Tres meses después, el 14 de mayo de 1980, Martín Zabaleta lo recogió en la primera ascensión de un vasco al techo del mundo para regalárselo a su madre Mónica, quien no se ha separado del rosario hasta cedérselo al museo. Poco después de que el hernaniarra fotografiara al sherpa Pasang Temba con la ikurriña a 8.848 metros, ambos iniciaron un complicado descenso. Pernoctaron a 8.700 metros. La chamarra amarilla que le acompañó en ese tremendo vivac formará parte de la exposición permanente.

Ropa, botas y crampones. Habrá más prendas de situaciones trascendentales: el forro polar de Juanjo San Sebastián en su ascenso al K2 en 1994, en cuyo descenso falleció Atxo Apellaniz; las botas de Juanito Oiarzabal en 2004 también en el K2, que no consiguieron evitar las congelaciones en los pies que el alavés sufrió bajando y le costaron la amputación de los diez dedos. Edurne Pasaban, que le acompañaba, perdió dos. La tolosarra aportará el buzo que vistió en su primera visita al Everest.

Del material imprescindible para la alta montaña, quizás ponerse los crampones marca la diferencia entre el montañero de base y el alpinista de objetivos más ambiciosos. Desde los rudimentarios crampones de una de las fundadoras del Club Vasco de Camping, Maritxu Urreta –un año antes de morir con 102 años y en plenas facultades mentales, los cedió a EMMOA junto con su mochila de loneta y sus esquís de madera– a los de Pili Ganuza, otra pionera. La navarra fue la primera vasca en embarcarse en grandes expediciones, la primera en la cima del Aconcagua y la segunda que coronó un ochomil. Su pareja, Gregorio Ariz, jefe de varias expediciones, se los construyó en la herrería de su familia y hasta llevan el nombre de su propietaria. El de Alberto Zerain llegó con marco. En 2006, el gasteiztarra perdió un crampón en el Gasherbrum I, por lo que tuvo que bajar solo con uno, que posteriormente un amigo suyo colocó en un mármol para que lo conservara como recuerdo. Fallecido hace dos años y medio en el Nanga Parbat, Zerain era uno de los más firmes colaboradores de EMMOA.

Y es que los alpinistas que figuran en la historia del alpinismo vasco están contribuyendo con aportaciones diversas: Felipe Uriarte, primer vasco que coronó el Cervino por su cara Norte junto a ocho japoneses en 1969, ha regalado el hornillo austriaco en el que calentaban la sopa; Julio Villar, un mapa de 1934 de los Picos de Europa; Adolfo Madinabeitia, la hamaca de escalada que él mismo se construyó y le acompañó en las paredes verticales del parque del Yosemite; Alex Txikon –consumado coleccionista de objetos que ha ido recopilando durante sus aventuras alpinísticas–, una estaca perteneciente a la primera ascensión al Makalu por el Pilar Oeste (1971). Sin olvidar los carteles de hitos inolvidables como el de la expedición Tximist –patrocinada por Cegasa en 1974 y eternamente denominada por el nombre de las pilas– para el primer intento vasco al Everest, y que finalmente las condiciones meteorológicas frustraron a 350 metros de la cumbre; o el de la Euskal Expedizioa, que sí lo consiguieron; o el editado cuando los vascos completaron los catorce ochomiles –Gregorio Ariz ha facilitado el permiso de ascensión al primero de ellos, el Dhaulagiri–.

Inevitablemente, también hay pruebas de sucesos dramáticos como el taco de la tragedia del Naranjo de Bulnes que, al desprenderse, acabó con la vida de Patxi Berrio y Ramón Ortiz cuando intentaban la cara Oeste en invierno en 1969. El rescate de los cuerpos fue complicado y mediático; por primera vez para el montañismo vasco los medios de comunicación siguieron el operativo in situ.

Muchas de estas experiencias las ha contado Antxon Iturriza, algunas bajo el seudónimo de Aizpel, en la revista “Pyrenaica” y en los periódicos “La Voz de España”, “Egin” y GARA. El autor también de esos tres volúmenes que constituyen la enciclopedia del alpinismo vasco, casi treinta años después ha recuperado para el museo la pequeña máquina de escribir con la que en los 90 subió hasta el campo base del Everest y da cuenta de la complejidad de los envíos: «Había que hacerlo como en los tiempos de Hillary. Cogías el papel, lo metías en un sobre especial, luego en una saca de tela y lo mandabas con un sherpa que tardaba dos días andando en llegar a Lukla, una pista de aterrizaje que está en medio de las montañas. El piloto la llevaba a Katmandú y desde el aeropuerto se transmitía por fax a la redacción de ‘Egin’. Eso en 1990. Un año después fui con un teléfono vía satélite para conectar también con Euskadi Irratia: eran 400 kilos de impedimento. Las baterías pesaban 40 kilos cada una, un montón de cables… Ahora, para hacer lo mismo o más, son 40 gramos por móvil».

Sin llegar tan lejos, ni tan alto, hay objetos guardados cuidadosamente por su condición de frágiles pese a resistir mil batallas. Es el caso del diseño de una mesa de orientación, que se pretendía colocar en el monte Ernio en 1936. Su instalación se vio frustrada por el golpe de Estado fascista y hubo que esperar a que acabase la Guerra española y después la Segunda Guerra Mundial para traerla desde el Estado francés prácticamente de contrabando. Se instaló en 1950, con los afines al régimen de Franco en las instituciones: se habían borrado las palabras en euskara, mandaba el castellano y, allí donde ponía Federación Vasca de Alpinismo, se puso Federación Española de Montañismo.

Otras iniciativas llamadas a perdurar también se han centrado en montes cercanos. En 1999, con motivo del 75 aniversario de la fundación de la EMF, cinco makilas en las que figuran los nombres de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa e Iparralde, subieron buena parte de los montes vascos en manos de voluntarios. Domingo tras domingo, de diciembre a mayo, los clubes se coordinaron para intercambiárselas en las cimas previa quedada antes de recalar en el Ayuntamiento de Elgeta para la conmemoración. Rescatadas para el museo, esta iniciativa tendrá continuidad en diciembre de 2023 en San Miguel de Aralar, donde las makilas se repartirán de nuevo para llegar a la localidad guipuzcoana en mayo de 2024, justo para el centenario.

La documentación es otro de sus puntos fuertes. Cuentan con 6.000 libros, algunos muy valiosos, procedentes de donaciones importantes como la de Xabier Eguzkiza, Kartajenari, un bilbaino fallecido hace dos años que hasta el año 2000 vivió en Gran Bretaña y está considerado, junto con Elizabeth Hawley, el otro gran cronista del Himalaya. «Del Everest tenemos una colección extraordinariamente buena que permanece en Gasteiz por razones de espacio». También Juantxo Agirre Mauleon, secretario general de Aranzadi, les facilitó la importante colección de Pilar Larrañaga. En la biblioteca no faltarán esos ejemplares, ni los editados en pueblos y clubes coincidiendo con sus aniversarios que aportan amplia información. La hemeroteca es especialmente voluminosa con revistas de aquí y de allá, «más de lo que podemos guardar», y un laborioso sistema de encuadernación de los artículos publicados, incluidos los de la sección Goimenditan de “Egin” y la actual Mendia de GARA.

Junto a la base material estará la inmaterial: entrevistas de una hora de duración grabadas en vídeo a los montañeros más destacados en las que hablan de su vida, pensamiento y opiniones. «Con algunos hemos llegado tarde porque son los que más riesgos corren y otros se hicieron mayores y ya no están».

Ese centro de documentación, investigación, conservación y difusión necesita del apoyo económico y moral de mucha gente «para que todo esto no se vaya a la basura». Coincidiendo con el Día Internacional de las Montañas, que se celebra el miércoles, han organizado un acto en el Museo San Telmo, donde presentarán un manifiesto al que esperan se adhieran, además de los alpinistas de élite con los que ya cuentan, aquellos montañeros habituales o anónimos.

Al abrigo de la International Mountain Museums Alliance (IMMA), que se reúne una vez al año en un sitio diferente –en 2016, Sabadell; en 2017, Chamonix y en 2019, Turín–, toman nota: «Nosotros todavía no hemos nacido y estos tienen historias centenarias. Somos una pulga entre elefantes, pero nos acogen bien porque, como principiantes, intentamos aprender».