Janina Pérez Arias, fotografía: Juan Carlos Ruiz
Entrevue
Willem Dafoe

«Aún tengo demasiado miedo de cometer errores en mi vida» - Willem Dafoe

Willem Dafoe (Appleton, Wisconsin, 1955) muestra su perfil en el póster oficial de la edición de Zinemaldia de este año tan extraño marcado por la pandemia del covid-19. Una flor prendida en su oreja pone colorido a ese rostro inconfundible que nos es tan familiar y, de esta manera, Dafoe se ha convertido en la imagen de una cita cinematográfica, deseada ahora más que nunca, y que está programada del 18 al 26 de septiembre.

A propósito del actor estadounidense, Premio Donostia en 2005, todavía circula una anécdota a raíz de su primera visita a la capital guipuzcoana. Nos remontamos a 1988. Dafoe estaba promocionando una de sus películas más controvertidas –luego vendrían muchas más–, “La última tentación de Cristo” de Martin Scorsese. El fallecido periodista y exdirector del certamen donostiarra Diego Galán, en su libro “Jack Lemmon nunca cenó aquí” (Plaza Janés, 2001), cuenta que el actor levantó la mirada hacia lo alto del Monte Urgull y, al descubrir la estatua del Cristo que corona su cumbre, sin pensarlo dos veces, alabó la excelente estrategia de promoción de la película supuestamente desplegada por la distribuidora. Le sacaron de su error, pero nos quedó el chascarrillo para la eternidad.

En este encuentro reciente no hubo oportunidad para un desmentido. Mucho ha sucedido en la carrera artística de este actor tan prolífico. Afable y cálido en el trato, cuando Dafoe se ríe a carcajadas deja ver su característico diastema muy a pesar de un poblado bigote que se sospecha es parte de un nuevo rol. El resfriado que le aquejaba durante los días de la Berlinale, donde se llevó a cabo esta entrevista a propósito de la participación del filme “Siberia” en la competición oficial, no derrotó su buen humor.

«Es muy raro que me enferme», confesó aquella tarde de invierno, «ya sabes que uno se enferma cuando puede, cuando tu cuerpo siente que te relajas, entonces decide tomarse un descanso». La sabiduría de ese jovial cuerpo de 65 años le estaba recordando a su infatigable dueño que no estaría mal rendirse ante un simple catarro al menos por un día o dos.

“Van Gogh, a las puertas de la eternidad” (Julian Schnabel)

 

Se ha convertido prácticamente en un especialista en situaciones cinematográficas extremas y extrañas. Teniendo en cuenta que pone a disposición su cuerpo y psique, ¿cuándo siente que ha empujado lo suficientemente las fronteras?

[Sonríe] En el momento que te derrumbas o ves que te repites, y ya dejas de mostrar interés. Reconozco que conecto de inmediato con situaciones extremas, me gustan porque me dan una sensación de libertad. Si te sientes cómodo en condiciones duras, entonces puedes hacer lo que sea, porque esas mismas condiciones te proporcionan fuerzas, y llegas a sentirte más flexible. Dos de las cualidades más importantes para un actor son precisamente ser receptivo y la flexibilidad. Al hacer películas que te confrontan con diversas situaciones extremas, también te entrenan para disponerte a ser más abierto.

Recientemente le hemos visto en películas que se desarrollan en medio de temperaturas y situaciones extremas, como en «El Faro» de Robert Eggers o en «Siberia» de Abel Ferrara. ¿De qué manera influyen aspectos como las condiciones climáticas en su desempeño actoral?

Definitivamente fueron condiciones extremas, pero suelo sentirme bien, aunque en lo personal prefiero los climas calientes. Cuando trabajas con perros –en el caso de “Siberia” y “Togo”, esta última dirigida por Ericson Core–, entra en juego otro factor; a los huskies no les gustan las altas temperaturas. Las condiciones meteorológicas forman parte de mi trabajo y, cuando tienes que trabajar en esas temperaturas extremas, más bien te ayudan a hacer lo que tienes que hacer.

Trabajar con perros tampoco es fácil.

[Se ríe] Lo gracioso es que antes del rodaje de “Siberia”, estuve trabajando durante cinco meses con perros de trineo para “Togo”, una película de Disney Plus, así que ya les conocía muy bien. Personalmente no tengo perros porque viajo mucho, pero me gustan. Los huskies son especiales porque tienen como un toque de locura; están entrenados para tirar de trineos y les encanta hacerlo, les invade una gran emoción cuando saben que empezará su trabajo, poseen una energía tan fuerte que casi es violenta. Sin embargo, al mismo tiempo se alimentan del afecto que les das, de manera que en su faena son feroces, y dulces en sus vidas. Justo eso es lo que aspiro ser.

¿Hasta qué punto le motivan en su trabajo esas situaciones adversas durante los rodajes?

Siempre te sitúas en una situación fuera de lo común. Particularmente eso me sucede cuando filmo con Abel (Ferrara), cuyo modo de trabajo es sin guion tradicional, y con historias que tampoco se enmarcan en lo ordinario. Cada vez más me recuerdo a mí mismo que nunca me ha interesado aquello de “sé lo que es” o “deseo transmitir esto, por eso quiero interpretarlo de tal o cual manera”. Me atrae más tener una experiencia que no sea lo suficientemente transparente, pero que la audiencia también pueda sentirla. El público no tiene que pasar por el dolor, porque yo estoy dispuesto a hacerlo por ellos. Llámalo “Complejo de Jesús” ¡no lo sé!, pero es así.

¿En qué momento de su vida se dio cuenta de que tenía que permitirse cometer errores?

No he llegado a eso todavía.

¿En serio?

¡Estoy bromeando! De inmediato pensé que era una buena pregunta para la que no existe una buena respuesta. Me llevaré a la tumba esa pregunta. ¿Que si está bien cometer errores? ¡Por supuesto que sí! Lo que sucede es que intelectualmente nos decimos que no pasa nada si nos equivocamos, pero emocionalmente, cuando lo digo en voz alta, siento que aún tengo demasiado miedo de cometer errores en mi vida. Dicho esto, como soy artista, puedo errar todo el tiempo (se ríe), estoy como en una especie de burbuja. Sin embargo, en la vida soy demasiado concienzudo, tal vez como una medida de auto-preservación, al menos trato de no incurrir en las mismas faltas.

“Siberia” (Abel Ferrara)

 

Actor poliédrico. El nombre de este actor iniciado en el teatro se cotiza en las altas esferas de la cinematografía mundial. “Van Gogh, a las puertas de la eternidad” (Julian Schnabel), “The Florida Project” (Sean Baker), “Platoon” (Oliver Stone) y “La sombra del vampiro” (E. Elias Merhige) le valieron sendas nominaciones al Óscar, aunque esas películas no son tan representativas como los excelentes filmes, para todos los gustos, que en número ya superan el centenar rodados a lo largo de cuatro décadas.

Llámese estrategia o designios del destino, Willem Dafoe se ha embarcado en proyectos variopintos evitando así el encasillamiento y la abulia de verle haciendo siempre de él mismo. Dafoe se transforma con cada papel, parece tener como misión sorprender a su público que aumenta con cada nueva generación.

No resulta nada extraño verle como un James Bond, el Hombre Araña o un Aquaman, para luego actuar en otras producciones dirigidas por directores de fama o por neófitos. Y es que este actor también es reconocido por su peso y transcendencia en el cine más independiente, tal como lo demuestra en la filmografía que ha compartido con su amigo de hace más de veinte años y vecino en Roma, Abel Ferrara.

“Siberia” es la sexta película junto al director neoyorquino y en ella interpreta a un hombre empeñado en la búsqueda de su paz interior, que emprende un recorrido de descenso a sus infiernos internos.

Después de tantos años de colaboración con Abel Ferrara, ¿cómo describiría el trabajo con uno de los directores más transgresores?

En general, cuando tengo un nuevo guion es como si prácticamente nunca hubiese visto ninguno, pero en el caso de “Siberia” no se puede hablar de un guion convencional. En la forma convencional de trabajo existe un horario, una especie de idea de lo que se quiere expresar; con un guion se planifica, los actores se aprenden sus líneas, van recolectando información, se dedican a construir la historia, y luego se intenta darle forma para ponerla en pie. Con Abel ese no es el caso, más bien se trata de todo un proceso, el cual implica ciertos preparativos, pero diría que obtenemos lo que queremos a medida que rodamos. Con “Siberia” además no se trataba de una narración lineal, era más impresionista, y fue como meternos en una aventura a través de los personajes y las localizaciones. Siempre he trabajado de esa manera con Abel, y otros directores con los que he colaborado han aplicado algunos elementos similares.

En esa forma de trabajo, ¿cómo se huye del caos?

Es que en ningún momento intentamos evitarlo (ríe).

La relación artística con Abel Ferrara remite a una libertad absoluta, pero ¿cómo es la combinación de libertad con el propósito de que una película debe hacer dinero?

Te alegras y agradeces cuando constatas que existe gente dispuesta a financiar este tipo de películas. En el caso de “Siberia”, me quito el sombrero ante los que la apoyaron económicamente porque no sabían exactamente lo que era. Los inversores vieron los mismos materiales que vi yo, quizás pensaron que podía haber algo en ese proyecto, confiaron en Abel, y este les remuneró con un filme del que se pueden sentir orgullosos y que les da la sensación de que su inversión mereció la pena.

En todos los medios de comunicación especializados en cine se afirma que usted se encuentra en el mejor momento de su carrera, ¿comparte esa impresión?

Sí. Me siento muy feliz, sobre todo porque estoy trabajando mucho, con excelentes personas y en proyectos que me interesan. Aún estoy en la posición de poder combinar producciones modestas con otras de grandes presupuestos, asumiendo papeles pequeños como también protagonistas. Es muy sano hacerlo de esa manera. Lo mejor de todo esto es que sufro de una especie de amnesia (sonríe), y es que con cada nueva película es como si no recordara la anterior. Con cada nuevo proyecto soy como un niño que acaba de empezar, por eso lo que hago sigue siendo para mí misterioso y divertido.