Mikel Zubimendi
Entrevue
MARÍA RUIZ DE OÑA

«Un jugador en el campo siempre cuenta una historia»

(Monika DEL VALLE | FOKU)

Es María Ruiz de Oña (Arrasate, 1970) y sabe de fútbol. Y de psicología, y de filosofía humanista. Y lo sabe en primera persona, a ras de suelo, desde las entrañas. Psicóloga, con un máster en Psicología del Deporte, lleva más de 25 años en el mundo del fútbol, al más alto nivel. Durante 21 años fue la responsable del departamento de psicología y aprendizaje de Lezama, vivero del Athletic Club. Actualmente trabaja en la Academia Inspire de Qatar, pero sus ideas y enfoques han concitado la atención en la Premier League, o en las federaciones de Australia, Chile o México, por citar algunas. Ha colaborado y trabajado con todas esas instituciones del fútbol, siempre poniendo en el centro a la persona, al jugador, al entrenador, a las interacciones entre ellos.

Recién llegada de Doha, Ruiz de Oña atiende a 7K en una terraza de la Plaza Barria de Bilbo, bajo un hermoso chaparrón de verano, combinando una sonrisa y una pedagogía brutal. Sus reflexiones no son muy conocidas en el mediatizado mundo del fútbol, e incluso pueden parecer por momentos de otro mundo. Pero sí son reconocidas, y cada vez más, en ese profesionalizado universo por el que nos invita a dar un paseo intelectual y dejarnos fascinar con una propuesta humanista y efectiva.

Una psicóloga que habla de humanizar el fútbol, un mundo que parece no tener alma, donde prima el rendimiento y todo lo demás es de poner y quitar... ¿cómo se hace eso?

Se humaniza a través de cómo nos relacionamos con el jugador, las interacciones con el jugador, esto es importante. Cuando por ejemplo escuchamos y vemos esa tendencia de usar al jugador para el fin de otros, estamos deshumanizando la persona, la estoy usando para un beneficio mío. Cuando hay tanta presión por ganar o miedo por perder, al final se olvida que el jugador tiene que ser una persona que piensa, que decide, que toma iniciativas. Y entonces los entrenadores de alguna manera lo ven como un objeto, empiezan a pensar por ellos, a decidir por ellos. Le pongo a jugar en esta posición y tiene que hacer esto; si no hace esto, le corrijo. Hay como una separación entre el jugador y el entrenador para que sean dos entes completamente separados. La idea es tomar conciencia de que lo que hace el jugador en el campo, de que el rendimiento del jugador habla también de los límites o de la labor del entrenador. El jugador es un espejo. En ese sentido, hay que humanizar, que el jugador no es un objeto que se usa y se desusa, que los resultados de un jugador tienen que ver con el proceso que ha llevado un entrenador, qué tipo de relación e interacción, y ahí, en esa interacción es donde situamos el aprendizaje.

¿Sería romper esa idea de que el entrenador es el que sabe, el que controla, de técnica, de táctica, y de todo, y el jugador simplemente el que obedece? Pero, ¿sabe? Obedece pero cobra más que el entrenador…

Cobra más en el mundo profesional, y en ese mundo hoy en día la relación entrenador-jugador es un business, lo cual no quiere decir que yo esté de acuerdo. Es una relación de intereses, tú me das y yo te doy. Hay una tendencia hacia eso. Pero lo que no se ve es que al final siempre hay una relación entre entrenador y jugador, los dos tienen que construir una manera de jugar, por mucho que el entrenador vea cómo tienen que jugar y el jugador obedezca, tiene que haber algo más, otro tipo de compromisos. La labor del entrenador no es la de poner once soldaditos de plomo en el campo.

Desarrólleme esa idea.

No es una idea solo desde el ideal humanista o desde la psicología. Si miras el fútbol, es un juego que es emergente, no está preprogramado, el fútbol es incertidumbre, complejidad, es entender el juego. Hoy en día el fin es ese: la comprensión del juego, cuándo el juego te pide velocidad, cuándo te pide pausa, parar o acelerar… todo esto tiene que ver con la comprensión del juego. ¿Cómo generamos comprensión? ¿Cómo ayudamos al jugador a entender? A través de la interacción, mediante el aprendizaje. No es porque sí. Si tú vas a jugar al fútbol y lo tienes todo bajo control, los movimientos son siempre los mismos, ya eres predecible y, si eres predecible, el contrario te va a saber jugar. Es también la idiosincrasia del fútbol, que es un deporte que es creado por el jugador y esa creatividad necesita comprensión.

¿Qué piensa cuando en la prensa deportiva se leen expresiones como «tal jugador no tiene don de líder», o «tal jugador es flojo de cabeza»?

Solo podemos entender a la persona dentro de su contexto. Cuando leo esas cosas me pregunto qué está pasando en su entorno, qué está faltando en la relación entrenador-jugador, qué está pasando en este contexto donde el jugador se desarrolla, aprende y juega. Algo está faltando, esa es una. Y dos, me pregunto: ¿dónde perdió en jugador la capacidad o la iniciativa de pensar? ¿Cuándo se la hemos quitado o la dejó de usar? Cuando escucho esas expresiones, mi cabeza se va a la persona en relación a su contexto, dónde está jugando, dónde está entrenando, qué relaciones hay… Porque esto que dicen o escriben de los jugadores, al final es el resultado de un proceso. «Este jugador está desmotivado, tiene poca cabeza»… es un resultado, qué ha pasado, tiene 25 años y le paralizan los nervios. ¿Qué ha pasado? Este jugador lleva jugando al fútbol 10 años, 15 años. ¿Qué hemos construido? Ahí está la reflexión.

¿Cuál es su método? ¿Dar clases con power point a jugadores y entrenadores? ¿O es más de bajar al barro, de pisar vestuarios y pasillos?

En el campo, yo soy una psicóloga de campo. Vuelvo a decir, si hablamos de humanizar hablamos de transformar, y la transformación no se da desde la información, solo dando información, con el ‘yo te digo a ti lo que tienes que hacer’. Al final el compromiso es cómo podemos transformar los contextos en los que están los jugadores para que sean más personas. Trabajo en el territorio del jugador y en territorio del entrenador, que puede ser entre pasillos, en las oficinas, estoy siempre en los entrenamientos, en los partidos, en los vestuarios… Yo no me siento en la silla de mi despacho, para que te hagas una idea.

Hablando de entrenadores, siempre se ha dicho que los hay de dos clases: el entrenador que gestiona emociones y el experto en técnica y táctica, en la disposición táctica de sus jugadores, en los dibujos tácticos… ¿Donde está el término medio?

Es que ese lenguaje ya de «gestor de emociones del jugador»… ‘Yo estoy OK, él no está OK y tengo que cambiar sus emociones’, cuando las emociones del jugador son un resultado de las emociones del entrenador, están interrelacionadas. Lo primero que tiene que hacer un entrenador, si hablamos de gestionar emociones, es gestionar las suyas propias. Al final, cualquier mensaje de un entrenador siempre tiene dos mensajes: la información: ‘ábrete’, ‘corre’… y el otro que no se ve, el emocional. Yo no me sitúo en ninguno de los dos.

¿Interviene en las charlas del entrenador?

En general, se puede intervenir en ayudar al entrenador, en qué mensajes quiere dar, cómo darlos, y yo lo he hecho alguna vez. Pero hace ya muchos años vimos que esto de ‘el entrenador dice y el jugador escucha’ no tiene el resultado que queremos. Yo lo que sí trabajo es el diálogo, el diálogo entrenador-jugador, cómo el entrenador se prepara para dialogar con el jugador, qué pregunta, qué escucha, con qué jugador. Hay un proceso de educar a un jugador más bien pasivo, se sienta en un vestuario a escuchar lo que se le dice, y otro más activo, el del jugador que llega al entrenamiento o llega al partido y dice ‘hoy toca esto, hay que trabajar esto’, que sea más partícipe de su proceso profesional y de aprendizaje. Porque luego el entrenador quiere un jugador que sea comprometido, que tome decisiones, pero, claro, ¿eso cómo lo trabajamos? Eso no sale porque sí. Volvemos a lo mismo: si queremos generar comprensión del juego y de lo que le pasa al jugador en el juego, necesitamos dialogar. Escuchar al jugador: dónde está, qué trae en su cabeza, qué se ha imaginado, o si viene enfadado, qué expectativas tiene… esto es lo que el entrenador tiene que escuchar para devolver.

O sea, el «dime cómo aprendes y te diré cómo entrenas» como lema...

Aquí también hay una transición, de un aprendizaje del que venimos casi todos, más mecanicista, aprendo algo externo, algo que está fuera de mí. Pero durante estos años nos hemos ido dando cuenta que cuando uno aprende, aprende sobre sí mismo. Es un aprendizaje que mira a uno mismo: ‘¿Qué me pasa a mí? ¿Qué me falta a mí? ¿Qué quiero yo? ¿Cómo respondo a esto?’. A través de este cuestionamiento e interacción, el entrenador y el jugador están aprendiendo sobre ellos mismos, es un trabajo de autoconocimiento. Cuando más consciente sea de mí mismo, si yo estoy en el campo y no me doy cuenta de que siempre estoy corrigiendo al mismo jugador, o no me doy cuenta de que estoy demasiado activado, pues el entrenamiento probablemente va a tener menos rendimiento o el mismo resultado. Entonces, dime cuánto eres consciente de ti mismo y te diré cómo entrenas.

¿Cómo ve a los entrenadores actuales? Para sacarse el título reciben un montón de formaciones, de charlas… ¿Ha habido una evolución?

Sí. Hay más conciencia, tenemos muy claro que el jugador tiene que aprender, pero estamos dándonos cuenta de que el entrenador también tiene que aprender. El entrenador es el que potencia al jugador o el que lo frena en su desarrollo. Somos el resultado de una interacción y de un proceso. Entonces, ¿cómo es capaz el entrenador de generar ese contexto donde el jugador pueda desarrollar o dar su máximo potencial? Al final, a nivel profesional, se trata de eso, de que el jugador ponga su máximo potencial en el campo. Y eso no es una charla, es consecuencia de una relación, de una interacción, del día a día. ¿Si es un entrenador que tú vas al campo y escuchas, ‘venga verdes, rojos abrimos, vamos, corred, oh rojos…’, y todos los días lo mismo? Pero si escuchas a otro que da un mensaje más concreto, que se centra en el jugador, que ve que él se sitúa dentro del juego, ves que el entrenador se cuestiona, pide feedback, trata de aprender… Nosotros trabajamos mucho en grupos de entrenadores, que compartan las dificultades que tienen en el campo: ‘María, ven al campo y observa, porque estoy atascado aquí’; o en las previas, antes de los partidos, los entrenadores tienen diez minutos para preparar con el jugador lo que van a hacer, y ese es el momento en el que preguntarse ‘¿qué queremos que el jugador aprenda antes de la competición’, son momentos muy importantes. De alguna manera, enseñamos a los entrenadores a que enseñen a los jugadores a pensar.

¿Y la figura del director deportivo?

Estamos hablando de una relación entrenador-jugador que está dentro de un sistema, de un proyecto. El director deportivo es el que encarna este proyecto, el que de alguna manera lo lidera. Para mí la figura del director deportivo, aun siendo una figura relativamente nueva, está cambiando. En la Premier League, por ejemplo, se está ofreciendo mucha formación a los directores de academias, a los directores deportivos, porque también en su rol tienen una parte de educar. No funciona en plan ‘yo tengo mi proyecto, quiero hacer esto, esto y esto, lo ponemos en un power point y pensamos que ya está’. Y no, tiene que haber un proceso de desarrollo de las personas en ese proyecto.

¿Todas estas ideas valen para todos los sitios, lo mismo en la Premier League, en Qatar que en Lezama?

Hay una tendencia hoy en día de tener este proyecto común, que los entrenadores trabajen al servicio del desarrollo del jugador, por ejemplo en las academias. Sin embargo, eso está un poco lejos en muchos sitios. Las personas necesitan aprender a hacer esto. Normalmente, lo que pasa es que llega el entrenador, le dan un equipo, el juvenil, el cadete, y lo entrena como buenamente puede. Creo que este tipo de proyectos ya sabemos dónde nos llevan, un entrenador pide una cosa, el otro la otra, pero si tú tienes un jugador con una identidad construida, eso implica otra cosa. Ese jugador que tú ves en el campo y ves que comprende el juego, que lo lee, que tiene algo propio de donde ha crecido, por ejemplo. La posición de identidad implica tener un proyecto común para todos, una filosofía común. ¿Cómo vemos al jugador? ¿Como alguien pasivo? ¿Como alguien activo? Y claro, eso implica un cambio en las personas que trabajan en ese proyecto, implica tener una mirada del fútbol. ¿Cómo vamos a comprender y enfocar el fútbol? Hay un fútbol más analítico, hay un fútbol más holístico, y luego qué modelo de aprendizaje vamos a utilizar, porque entrenar es aprender. Los clubes están intentando ir hacia eso, hacia que haya un proyecto común. Pero claro, ahí chocamos mucho con culturas de antes, donde el club estaba al servicio del entrenador: ‘quiero este jugador, este no me gusta, dadme a otro’… y ahora el entrenador tiene que comprender que está al servicio de un club.

¿Y cómo lo asumen los entrenadores?

Es un proceso. Desde mi experiencia de 20 años en Bilbao, hubo que hacerlo, pero en el Athletic hay mucha sensibilidad, hay una cultura con este desarrollo. Es cierto que esto es como los marineros, cuando estás en el puerto todo el mundo quiere hacer el viaje y todos firman para ello, pero cuando empezamos el viaje, y escasea la comida, y empiezan las tormentas, y tengo frío, y pierdo, y el jugador no crece y entonces en ese momento aparece el verdadero marinero que uno es. Todo eso es lo que yo trabajo. Ayudar ahí a que el marinero pueda continuar el viaje sin tirarse por la borda.

Habla de generar una atmósfera para el aprendizaje, de cambiar mentalidades. Todo el mundo está a favor del cambio, pero luego nadie quiere cambiarse a sí mismo. Y en el mundo del fútbol pasa que el entrenador cambia a los jugadores, el jugador que no juega quiere que se cambie el entrenador, el director deportivo cambia a los entrenadores… Por algún sitio habrá que empezar a cambiar, ¿no?

Te entiendo perfectamente: todo el mundo quiere cambiar a todo el mundo pero nadie quiere cambiarse a sí mismo. Hay que empezar por uno mismo. Un principio de aprendizaje que nosotros hemos trabajado siempre en Bilbao y ahora en la academia Inspire de Qatar es «estar, vivir, aprender, entrenar en primera persona». ¿Qué quiere decir esto? Pues cuando el entrenador llega y dice ‘bueno, ¿cómo hemos jugado?… Pues hemos estados nerviosos’. ¿Quién ha estado nervioso? No «hemos»… ¡tú! El entrenador tiene que estar educado a ayudar al jugador para que piense en primer persona, si queremos gente responsable, si queremos cambio, porque si yo hablo del árbitro no puedo cambiar nada. Esto es parte del aprendizaje, enseñar al entrenador y al jugador que esto es primero yo, qué es lo que me pasa a mí. Antes un entrenador venía y me decía: «María habla con este jugador porque está fatal». Ahora ya no es así, ahora es «tengo (yo) un problema con este jugador, no sé cómo llegar a él». Ahí ha habido un cambio de cuando venía el entrenador y decía «tengo aquí el coche roto, llévalo al garaje y que me lo arreglen y me lo devuelves»… Y yo les decía, «ya, ¿y cómo lo conduces? ¿Qué frenazos pegas? ¿Cuándo aceleras?». Ese es otro paradigma que va cambiando y hay que cambiar. No se trata de arreglar el coche, lo importante es el conductor, y este es el entrenador. ¿Entiendes? Este es el primer principio y yo trabajo esto.

O sea, el jugador y el entrenador empiezan por sí mismos, pero aprenden y crecen conjuntamente.

Primero está el factor humano, es decir, yo. Yo entrenador, mi capacidad de aprender, de verme, de ser consciente, eso es básico en el aprendizaje como entrenador. Luego pasamos al factor de la interacción, ‘tengo que hablar con un jugador, tengo que aproximarme, tengo que corregir a un jugador’. Siempre que corregimos o interaccionamos con otra persona, tenemos nuestras propias luces y sombras, y le voy a dar mis luces y mis sombras. Si yo no soy consciente de que tengo miedo, voy a transmitir miedo al jugador, entonces el entrenador tiene que estar continuamente cuestionándose y viendo en qué emoción está. Si estamos en un momento crítico del partido y mi voz sale temblando, transmito miedo al jugador. Y luego nos quejaremos de que los jugadores han jugado con miedo pero, ¿de dónde sale ese miedo? No solamente de factores externos. Por eso, primeramente yo, porque yo soy lo que voy a transmitir al jugador, con mis puntos fuertes y mis puntos débiles, y ahí es donde generamos esa interacción. El jugador aprende del entrenador, pero el entrenador aprende mucho del jugador.

El pensamiento, a menudo, es una labor dificultosa que exige saber limpiar las opiniones propias. ¿Ocurre lo mismo en el mundo de la psicología del deporte?

Esto es imprescindible. Es otra parte de mi rol, el de aclarar significados, el limpiar. Hoy en día, por ejemplo, la palabra «liderazgo»… ¿Qué es liderazgo? ¡Está tan sobreusado! Tenemos que limpiar conceptos, volver al origen, «motivación», «confianza»… están todos tan manoseados que no tienen fuerza. Parte de mi trabajo cuando me siento con los entrenadores y alguien dice «no tengo confianza», es sentarme con ellos y pensar sobre cómo entienden la confianza. Ahí está algo muy importante en un director deportivo: crear un lenguaje común. Eso no se hace en un power point, limpiamos y empezamos entre todos a ver qué significa «éxito», qué significa «competir y ser competitivo» para este proyecto… El crear nuevos significados es muy importante, porque al final cómo hablamos es cómo somos vistos, el habla no es inocente.

¿Cómo casan la psicología y la tecnología? Hoy en día lo primero que se hace a los jugadores es pasarlos por la báscula, les controlan todo por GPS… no sé, no parece muy humanista.

Fíjate, se busca medir, controlar y predecir a la persona. Hay psicólogos que buscan eso, hay una psicología más científica que tiene también este paradigma. Yo sitúo a la psicología en el paradigma humanista que busca comprender qué hay detrás de la acción, cuando un jugador juega en el campo está contando una historia, siempre. Está diciendo algo, se trata de comprender qué dice el jugador. Esto es la psicología humanista, y para eso no necesitamos ni medir ni controlar, necesitamos estar en el campo con el jugador, escucharle… Además es muy barato, no hay que comprar nada, ni aparatos raros ni nada. Solo hace falta escuchar, mirar, poner atención, saber captar lo que el jugador dice y lo que no dice pero está diciendo por lo bajito.

Para terminar, hacia dónde va este mundo del fútbol tan tecnologizado y mercantilizado?

Hay mucho cambio de formas, ahora vamos a comprar esta máquina, ahora vamos a hacer esta metodología… pero sigue sin haber un cambio de fondo, de comprender con qué material estamos trabajando. Estamos trabajando con la persona, que es pensar, es sentir y es aprender. En el fútbol, el juego es el principio de todo, y ¿qué te pide el fútbol? No te pide una máquina, porque si no, entonces sería tan predecible que dejaría de ser fútbol. Te pide alguien que piense, que tenga iniciativa, que tenga determinación, que ponga pasión, que se enfade, que corra, y eso es una persona. Por mucho que quieras poner tecnología, irás viendo que van pasando diferentes tecnologías, se compran formas, se dice «vamos a innovar» pero no se cambia nada. Creo que el paradigma humanista es tan fuerte, que sí, que hay mucho envoltorio, pero cuando uno se da cuenta de que al final lo esencial es el jugador, la relación entrenador-jugador como dos personas que tienen que sacar su potencial, y el potencial es ese: comprender, pensar y sentir.