Una hoja en blanco

Para cualquier inicio, hace falta imaginación. La imaginación justa como para no tener necesariamente que elegir entre opciones ya existentes que quizá no nos convenzan e ir más allá. Pero a cualquiera que le guste la escritura, la música o el arte en general y se haya aventurado a probar a crear algo nuevo, sabe que hay un momento temido por todos los artistas: el folio en blanco, ese momento en el que no se sabe qué hacer, qué va a pasar. Atravesarlo es parte del proceso, no se puede evitar y, cuando se evita, lo que se obtiene es algún tipo de repetición. Quizá lo que se plasme con premura sea un relato que ya se escribió, o se busque un encuadre aburrido con la cámara, o se toque al piano una melodía que uno o una se sabe al dedillo… Sin darnos cuenta buscamos entonces algo que dé una seguridad aparente, que resulte cómodo pero que, después de un rato, se revelará como algo que no sirve al deseo que teníamos justo antes de sentarnos a crear. Un deseo de moverse, de traer a este mundo algo que no existía o de revolucionar parte del mundo interno.
La vida también termina y acaba, como si fueran capítulos que vamos terminando a medida que nos hacemos mayores, que vamos abandonando la piel anterior y surge la siguiente. Todos los cambios de ciclo, quizá marcados por ejemplo por un cambio de trabajo, un fallecimiento, un encuentro con una nueva pareja o el nacimiento de una hija, conllevan la incomodidad del papel en blanco. Y tolerarla es todo un arte. Siempre surge en este punto una pregunta: ¿Por qué tolerar la incomodidad en lugar de evitarla o de distraerse? Y es que es tan humano tratar de esquivar cualquier tipo de dolor… Sin embargo, la incomodidad se vuelve intolerable solo cuando, en algún lugar dentro de nosotros mismos, de nosotras mismas, se vincula con la desesperanza o con la crítica interna.
Cuando el artista empieza a llenar su folio en blanco de críticas a su incapacidad, su inacción, su falta de originalidad y cosas así (críticas a veces muy a mano para mucha gente), rápidamente llegará el bloqueo y, curiosamente, la confirmación de la incapacidad para accionarse. Pero quizá el bloqueo no sea producto de la ausencia de algo que decir, sino con el hecho de haber rellenado prematuramente el folio en blanco, de no haberlo defendido suficientemente. Y es ahí donde los artistas y las personas en general que tratamos de echar adelante la vida podemos reivindicar nuestro ritmo para crear, nuestras necesidades concretas en lo que al siguiente paso se refiere, lo que realmente queremos hacer con el tiempo que se nos ha dado, diferente a repetir, diferente a conformarnos, o incluso a reaccionar fóbicamente y evitar lo que en el fondo queremos hacer.
Es ahí entonces cuando la incomodidad se revela como la antesala del potencial, algo así como tolerar el primer escalofrío al entrar al mar en verano, un escalofrío que sabemos que dará paso a una adaptación y a un disfrute, quizá como pocos.
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