Tradición y resiliencia en el país sículo
En el interior de Transilvania, lejos del turismo, la comunidad sícula protege su identidad con un modelo comunal ancestral. Su secreto es la gestión sostenible de los bienes comunales: pastos, bosques, aguas y patrimonio a través del órgano de gobierno, el Közbirtokosság («dominio público», en húngaro). Nos adentramos en esta comunidad tan antigua como desconocida para entender sus entresijos y hallar alternativas a la homogeneidad del siglo XXI.

Se ha hablado mucho del mito de de Drácula, del castillo de Bran y de las ciudades medievales de Transilvania. Sin embargo, los habitantes de esta región se sorprenden cuando escuchan que esa es la referencia principal que tienen de ella sus vecinos de la Europa occidental. Lejos del vampirismo inventado por Bram Stoker, Transilvania alberga un pasado rico en historia y cultura como lo demuestra la etnia sícula, asentada aquí desde el siglo XII.
Para descubrirlo, llegamos hasta el remoto pueblo de Karácsonyfalva, en el valle del Homoród. Nadie diría que se encuentra en el centro de Rumanía si no fuera por un detalle: en la entrada de cada localidad, los carteles duplican el nombre, primero en rumano y luego en húngaro. Así, Karácsonyfalva es la versión magiar de Crăciunel, su nombre oficial. Aquí, los vecinos hablan exclusivamente en húngaro, tanto en la esfera pública como en la privada. La carretera es sinuosa y obliga a ir despacio para esquivar los socavones que llevan tiempo sin reparar. La llegada es de noche y bajo la lluvia. Kelemen Eva (en húngaro, el apellido va antes que el nombre), recibe con unos vasitos de palinka, un destilado húngaro de alta graduación. Egészségedre! -¡A tu salud!-, brinda Eva sin vacilar. Esta palabra se repetirá muchas veces durante toda la estancia.
Al día siguiente me espera Orbán Csaba, presidente de la Közbirtokosság de Karácsonyfalva y uno de los artífices de su restitución tras décadas de ausencia. La institución, que gestiona los bienes comunales, fue abolida en 1948 por el régimen comunista de Nicolae Ceaușescu. No sería hasta el año 2000, cuando Rumanía se estaba preparando para ingresar en la UE, que el Gobierno incluyó en su constitución la ley que reconocía los derechos históricos de los sículos sobre sus tierras y restablecía la autogestión comunitaria.

Quedamos en los baños Dungó feredő, al sureste del pueblo, rodeados de campos y naturaleza. Una valla y una puerta de madera, abierta de par en par, dan la bienvenida al visitante. En su interior ondea la bandera sícula, con el sol y la luna rodeados de las estrellas de la UE. Según la leyenda, los astros protegen, de día y de noche, la tierra de Transilvania.
Csaba anda ajetreado reponiendo leña en la estufa que calienta una de las piscinas. Al rato se acerca a paso ligero y se disculpa por su vestimenta: una camiseta blanca agujereada y un bañador descolorido. Con su sonrisa franca y su mirada clara, Csaba encarna a ese líder que no se impone, sino que la comunidad reconoce por sus actos y su visión. Nos sentamos en unos bancos bajo una pérgola.
«¿Has traído el bañador?», pregunta. «Mira toda esta agua que ves aquí, proviene del manantial del monte Dungó. Por sus propiedades curativas, fueron declaradas aguas medicinales en el año 1921». El hombre me explica el recorrido terapéutico que va desde la bañera de barro hasta las piscinas de diferentes temperaturas. Además, el spa ofrece espacios para tomar infusiones de hierbas del jardín y para cocinar alimentos al fuego.
Csaba prosigue: «Los baños son financiados por la Közbirtokosság y por las donaciones de los visitantes. No pedimos nada a cambio por entrar, la aportación es voluntaria», aclara. Ante la propuesta de privatizarlo y explotarlo comercialmente, la comunidad fue tajante: el agua seguirá siendo un bien común, como siempre.
Con 71 años, Csaba no solo mantiene los baños en perfecto estado, sino que también preside la Közbirtokosság. Para comprender mejor este modelo de gestión, acudo junto a él a las oficinas de la institución.

El pueblo de Karácsonyfalva es un pequeño núcleo rural atravesado por una simple carretera, alrededor de la cual se agrupan las casas del vecindario. Cuenta con un pequeño supermercado, un bar, una escuela y dos iglesias; una cristiana y otra unitaria, esta última la más arraigada de la región. La sede de la Közbirtokosság se alza en el centro del pueblo, junto a la carretera, y es todo lo contrario de lo que uno podría imaginar: un edificio sobrio, sin oficinas visibles, ni estanterías ni ornamentos.
DOCUMENTOS HISTÓRICOS
En su interior me esperan Csaba y cuatro hombres más, cada uno al frente de un área de gestión: pastos, bosques, patrimonio y tesorería. Sobre una mesa han dispuesto con esmero los documentos históricos de los años 1946 y 1948 que detallaban los derechos de cada familia sobre el dominio público, justo antes de que el comunismo interrumpiera su gestión. En la otra mesa hay varios vasitos alineados junto a una botella de palinka.
Csaba toma asiento y empieza a contar con voz profunda y ritmo pausado: «La Közbirtokosság no es solo una estructura de gestión de tierras, sino una forma de garantizar que los recursos comunes mejoren la vida de los residentes. Nuestro compromiso es el uso responsable del dominio público, la preservación del paisaje y de nuestros valores culturales». Prosigue, determinado: «los residentes heredan los títulos de derechos de sus progenitores, pero nadie puede acumular más del 5% del total. De este modo, todos conservan voz y voto a partes iguales. Administramos 1.098 hectáreas y contamos con 347 titulares de derechos registrados.»
Los recursos obtenidos de la tierra se redistribuyen en forma de bienes, como la leña, o en efectivo, en proporción al número de títulos que posee cada uno. En el año 2000, momento de la restitución, estos documentos permitieron recuperar los derechos de cada familia. Durante el comunismo (1948-1989) las tierras fueron nacionalizadas y los documentos se ocultaron en distintos rincones del pueblo. Csaba los muestra con delicadeza y, con la voz temblorosa, confiesa que nunca imaginó que algún día servirían para restablecer la autogestión de su comunidad.

Mihály, Géza, Károly y Mihály júnior, que han estado atentos durante la reunión, levantan los vasitos. «Egészségedre!», dicen al unísono. Nos despedimos y, al abrir la puerta, un manada de vacas y búfalos invade la carretera. En frente, el pastor guía el rebaño, acompañado de caballos con cascabeles, tras haber pasado el día entero en los pastos. Los vecinos esperan con las puertas abiertas a que sus animales regresen; la leche que produzcan irá a la cooperativa para su venta, un pilar de la economía local. Los titulares de derechos no pagan nada por pastorear las vacas, ya que tienen derechos sobre la tierra.
Al día siguiente nos espera János Mihály, historiador local. El camino a Lövéte, a 13 km al norte, discurre entre hayedos y suaves colinas que dibujan un paisaje de bosques, pastos y cultivos, un mosaico que recuerda al interior verde de Nafarroa.
No es un paisaje cualquiera: en la Edad Media, esta zona constituía la frontera oriental del Reino de Hungría y fue defendida por los sículos frente al Imperio otomano. A cambio, obtuvieron privilegios de autogobierno, base del actual sistema de gestión comunal. En 1920, tras la caída del Imperio austrohúngaro, Transilvania se agregó al Reino de Rumanía y 1.662.000 húngaros -incluidos los sículos- quedaron al otro lado de la frontera. Sin embargo, su identidad y lengua han sobrevivido hasta hoy.
Al llegar a Lövéte, Mihály nos guía por calles angostas hasta el jardín trasero de su casa, donde nos sentamos alrededor de una mesita con unas tazas de café. Luce un fino bigote y perilla, que acaricia con el dedo antes de empezar a hablar: «No hay forma de diferenciar a un húngaro de un sículo -empieza-. Es un sentimiento personal. Étnicamente somos los mismos, pero políticamente no siempre hemos sido húngaros. Los límites de la tierra sículo se establecieron en el siglo XII y, aunque hemos pasado por distintas etapas políticas, la conciencia de pertenencia al grupo no ha cambiado. ¡Los Cárpatos nos han protegido!», dice sonriendo mientras señala hacia el sur con la mano.

El sol pega con fuerza sobre el jardín, pero un gran manzano nos regala su sombra generosa. Mihály prosigue: «El primer documento que menciona la Közbirtokosság data del siglo XVI -aclara-, aunque no se institucionalizó hasta la segunda mitad del XIX. Fue la evolución natural de las asambleas vecinales que se celebraban para gestionar los recursos de la tierra».
Antes del feudalismo, en toda Europa coexistían formas de propiedad privada y comunal, en las que los vecinos cuidaban solidariamente bosques, pastos y cultivos. Un modelo que persiste entre los sículos y no dista tanto de lo que existió en las sociedades primitivas de Euskal Herria antes de ser “colonizadas”. Se organizaban a través de batzarrak, la asamblea en la que se debatían las decisiones colectivas, y del auzolan, trabajo comunitario en torno a los bienes comunales.
El libro “Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca”, de Itziar Madina y Sales Santos, describe cómo estas formas de organización se mantuvieron en Euskal Herria hasta que el sistema monacal introdujo la propiedad privada y la obediencia al Estado feudal.

En la provincia de Zuberoa, sin embargo, sobrevivió hasta finales del siglo XX un caso singular: la comunidad de Santa Grazi. La antropóloga inglesa Sandra Ott documentó que su vida giraba en torno al üngürüa, el círculo que rodeaba la montaña y del que se sentían parte. Hombres y mujeres eran tratados como iguales, así como el entorno natural, las viviendas y las chabolas de los pastores trashumantes. Con el tiempo, el círculo y la alternancia fueron sustituidos por el triángulo y la jerarquía, lo que debilitó la cohesión y la solidaridad entre los vecinos.
MANTENER LA SOLIDARIDAD
Hoy en día, en Karácsonyfalva, todavía se respira esta cohesión. Lo resume bien Szabó Apollónia, una de las titulares de derechos que nos recibe en su casa a sus 86 años, y que conserva una memoria colosal. Su casa parece congelada en la estética de la Europa del Este de mediados del siglo XX: paredes forradas con papel estampado de flores, alfombras de colores… Y, ella misma, vestida con ropa también estampada de flores. Sonríe llena de vitalidad, y sus ojos azules conservan la picardía de su juventud. «La gente mayor del pueblo estamos felices de tener las tierras de nuevo. Nos sentimos más protegidos con la institución. ¡Vamos a tener leña para años!», exclama.
Su abuelo, Kelemen Lajos, fue un insigne profesor local que, en 1905 creó un bosque de castaños y nogales para dar clases al aire libre. Apollónia no llegó a conocerlo, pero cuenta con orgullo cómo, más de un siglo después, ese bosque sigue siendo un espacio de cultura, juego y aprendizaje para los niños. Meses después de esta entrevista, Apollónia falleció, pero sus palabras y la autenticidad de su hogar siguen resonando con fuerza. Aquel día, mientras hablábamos, una vecina le dejó una cesta con huevos y verduras de su huerto. En Karácsonyfalva, compartir los sobrantes es un gesto habitual que mantiene viva la solidaridad.

Cada año, la institución financia una salida escolar al bosque para los niños de Karácsonyfalva, Oklánd y Újfalu, las tres poblaciones que la comparten. El ingeniero forestal Kádar Tibor les enseña a identificar especies autóctonas, como robles, frutales silvestres, hongos y musgos, y a comprender la importancia de su conservación. Tibor valora que la Constitución proteja la Közbirtokosság, ya que esto la obliga a mantener y gestionar colectivamente sus tierras. Sin embargo, reconoce que este sistema atraviesa dificultades: tras 40 años de comunismo, se perdió el vínculo con la tierra, y hoy en día muchos copropietarios solo buscan beneficios económicos. Tibor cree que es hora de reforzar objetivos y priorizar la biodiversidad, los servicios ambientales y el ecoturismo, antes que la rentabilidad inmediata.
El Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas publicó en el año 2021 el informe “Hacer las paces con la naturaleza”, que insta a los gobiernos a que prioricen a comunidades indígenas y tribales en la protección de los ecosistemas. Estas comunidades han mantenido una visión cósmica y sacra de la naturaleza. Priorizan la supervivencia del colectivo y las relaciones responsables con el entorno por encima del consumo material. En este sentido, los sículos y la Közbirtokosság constituyen uno de los pocos ejemplos de gestión comunal en Europa, protegidos por la Constitución.
PROHIBIDO CAZAR OSOS
Pero, como suele ocurrir, en “casa de herrero, cuchillo de palo”: mientras la ONU pide respetar la gestión ancestral del territorio, la UE impone normas estrictas -como la prohibición de cazar osos- que chocan con las costumbres centenarias de los sículos. Desde 2016, la caza del oso está prohibida en toda la Unión Europea, provocando un aumento alarmante de su población. Según fuentes oficiales, se estima que en Rumanía habitan entre 10.000 y 12.000 ejemplares, principalmente en los montes Cárpatos, lo que representa el 40% de la población europea. Los habitantes de Karácsonyfalva temen adentrarse en el bosque, y las tradiciones como la recolección de setas y frutos silvestres casi han desaparecido.

Del oso y otros animales salvajes sabe mucho Öcsi Mátyás, cazador de 74 años, expresidente de la asociación de cazadores de Karácsonyfalva y también titular de derechos. En un día lluvioso, me invita a acompañarle en su rutina de avistamiento de osos. Nos adentramos en los hayedos otoñales, con el suelo encharcado por las últimas lluvias. Caminamos en silencio hacia una de las cabañas que Mátyás ha construido para la observación. Durante el trayecto se detiene para sacar las tarjetas de memoria de las cámaras trampa que tiene instaladas en distintos puntos. Luego, anota los ejemplares que detecta diariamente: osos, ciervos, zorros y jabalíes. Este hombre, corpulento y de faz angulada, rompe el silencio repentinamente al llamar a un zorro que dice haber adiestrado: «Vuki, Vuki», le llama con una voz tierna y suave, esperando que el zorro aparezca en cualquier momento. Esta vez, sin suerte.
Finalmente, llegamos a la cabaña-observatorio. Ya casi de noche, vemos acercarse a un oso para comer las manzanas que deja estratégicamente para mantenerlos alejados del pueblo. Mátyás acude diariamente a observar y fotografiar la fauna de estos montes, con una mezcla de amor y respeto hacia las demás especies que habitan estos bosques primarios de gran valor ecológico. Antes de regresar, llega el ritual final: unos vasitos con palinka. «Egészségedre!»

Unos días después, Karácsonyfalva se viste de gala para celebrar el Festival de la Castaña Dulce, que se celebra cada primer sábado de octubre. En 2025 la cita cobra un significado especial: se cumplen 120 años desde que el profesor Kelemen plantó el bosque de castaños, hoy corazón de la festividad. Se cocinan para todos los asistentes gulasch y pörkölt, platos tradicionales húngaros. A las nueve en punto, la banda local recorre el pueblo con su pasacalles para dar inicio a la fiesta, mientras grupos de música folk, llegados de distintas regiones, ponen la nota alegre de la jornada. Este es uno de los proyectos que Csaba ha consolidado y que financia la Közbirtokosság. Para la ocasión, lleva puesto su traje tradicional sículo: camisa blanca bordada, chaleco negro, sombrero y el pin con los colores de la bandera sículo. Csaba, líder discreto, saluda a los asistentes mientras da paso a la próxima banda.
Las ollas de hierro fundido humean y empiezan a servirse los platos de gulasch, que compartiré con Csaba. En su mirada se refleja el orgullo. Han acudido numerosas familias con niños y jóvenes, los futuros herederos de este sistema de vida. Csaba se sienta antes de hablar: «Intentamos que los jóvenes se impliquen en el consejo rector, para que participen en la toma de decisiones y se preparen para relevar a los miembros actuales. Esa es mi esperanza».
Reconoce, sin embargo, que el creciente interés individual amenaza la gestión del bien común. Si lo colectivo se subordina a lo personal, dice, mantener este sistema será muy difícil. Suspira… y añade: «Espero que en Karácsonyfalva logremos evitarlo».
Mientras Occidente avanza hacia una hegemonía global, la Közbirtokosság se mantiene firme como testimonio de resiliencia, comprometida con la naturaleza, la memoria de sus antepasados, sus valores locales y la esperanza de que los bienes comunales prevalezcan.

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