Escuela de Empoderamiento Antirracista de Bilbo: Educar en la diferencia, luchar por la igualdad
Promovida por Munduko Medikuak, la Escuela de Empoderamiento Antirracista de Bilbo, que este año ha celebrado sus sextas jornadas en torno a diferentes talleres y actividades, supone un espacio desde el que analizar y repensar -con el fin de erradicar- las múltiples actitudes que conllevan un trato discriminatorio por cuestiones de raza y/o género.

Todas las ciudades, en mayor o menor medida, cuentan con sus propias fronteras, simbólicas y en ocasiones incluso geográficas, a la hora de situar en el mapa la distinción entre clases sociales. En el caso de Bilbo, atravesar la Ría, dejando atrás el señorial Teatro Arriaga, significa entrar en un paisaje multirracial y de extracción obrera, una fotografía especialmente ilustrativa de la naturaleza discriminatoria que el capitalismo ha impuesto en la configuración de las urbes. En una de esas calles, concretamente en Bailén, la sede de Munduko Medikuak convierte su espacio en un aula magna donde departir, enseñar y aprender sobre nuestra relación con los migrantes, instruyendo a todo ciudadano que lo desee en su Escuela de Empoderamiento Antirracista, un refugio donde intentar rastrear y revertir un pensamiento amaestrado para convertir en enemigo a quien simplemente es diferente.
DEL ESPACIO DIGITAL AL PRESENCIAL
Una difícil pero encomiable tarea que se inició durante aquellos días en los que un virus convirtió al planeta en una gran celda de aislamiento. Pero mientras en la mayoría de los hogares se buscaba la comunicación digital como un ejercicio evasivo, desde este lugar se entonaba un llamamiento para enfrentarse a una bacteria todavía más peligrosa: el racismo. Una historia que comienza enunciada a través de dispositivos móviles y en la que nos guía, con su verbo calmado pero armado de un rocoso esqueleto ideológico, Mamadou Ngom: «Empezamos en 2020, durante el confinamiento, pero en 2023 decidimos que no tenía sentido mantener el formato digital cuando ya podíamos hablar, tocarnos y reunirnos de forma presencial. Fue un proceso natural, la gente pedía un espacio físico y decidimos programar actividades con personas involucradas en la lucha antirracista, articulando una línea de pensamiento que formara parte de las reivindicaciones en Euskal Herria».
Constituido ya como enclave físico, que este año ha cumplido su sexta convocatoria, al igual que cualquier otro centro educativo, estas aulas también suponen la celebración de un encuentro de aprendizajes y vivencias compartidas. Un particular trasiego de “estudiantes” entre los que se encuentra Sayoa Acclassato, habitual oyente de unas charlas a las que se acercó con una curiosidad que pronto desembocó en costumbre: «Siempre he estado en el mundo del activismo social, y supongo que alguna amiga me habló un día de la Escuela de Empoderamiento Antirracista. Me decidí a participar en ella y empecé a ir cada vez más a menudo». Aunque razones, por desgracia, no faltan para preocuparse por la situación global de discriminación que viven las personas migrantes, intentar traducir y descifrar los códigos que esconden esos comportamientos sigue siendo una especialmente importante: «Yo soy mestiza y todo el tema del antirracismo siempre me ha parecido muy necesario. En este caso me interesaba conocer nuevas estrategias y otras realidades para poder trabajar con ellas». Herramientas que hay que buscar fuera de los libros de historia y que se hallan, por el contrario, en un relato destinado a contradecir y liberarnos de los discursos que dominan las agendas de los centros de poder.

PENSAR LA TEORÍA, ACTUAR DESDE LA PRÁCTICA
Dada la condición de un proyecto como este, que si en sus inicios contó con ayudas económicas procedentes de Europa ahora provienen del Ayuntamiento de Bilbo, la Diputación Foral de Bizkaia y el Gobierno de Lakua, inevitablemente debe asumir la lógica transición desde lo teórico a lo práctico, un escenario tan esencial como complicado de asumir: «Analizar los hechos históricos es importante, pero queremos ir un poco más allá de esos espacios teóricos y compartir las conductas cotidianas. Lo filosófico sirve para analizar las estructuras sociales, pero debemos relacionarlo con las desigualdades raciales y sociales que se viven en el día a día. Uno puede tener un discurso muy bien aprendido pero luego es diferente llevado a la práctica, por eso es importante generar un debate en torno a experiencias reales desde las que se pueda hablar de un “yo” personal y colectivo».
Un proceso de construcción mental que no se detiene nunca, siempre en constante actividad en cuanto a que responde a las propias sinergias, positivas o negativas, que emanan de la actividad diaria, en la que cualquier persona es a la vez maestro y alumno: «Es verdad que nadie nace siendo racista, pero tampoco se nace con una educación antirracista. Hay ciertas conductas, o incluso violencias, que quizás no se cuestionan, y por eso es momento de empezar a entender por qué pasa eso, y por qué existe. En los espacios raciales intervienen otras muchas desigualdades, tanto de sexo, clase o religión. Son diversos parámetros sobre los que todo el mundo tenemos cosas que aprender».
Y tanto compete a nivel colectivo la discriminación racial que las puertas de esta escuela no dudan en rebasar fronteras para tejer la tan necesaria e indispensable alianza en torno a una lucha común que contiene múltiples tentáculos: «Somos un lugar de encuentro y de pensamiento crítico, lo cual significa colaborar con activistas o militantes de otros campos concretos, ya sean panafricanistas, anticolonialistas u otros, procedentes de aquí o del Estado español. Habitamos los mismos espacios y tenemos que coordinarnos para tomar la calle juntos».
EL «AQUÍ» Y EL «AHORA» DE UN PROBLEMA HISTÓRICO Y GLOBAL
Una fotografía que no elude su dimensión global pero que, sin embargo, tampoco duda en aplicar su lupa a aquellas realidades y contextos cercanos donde resulta más plausible incidir en su morfología: «Aunque el racismo es un problema estructural, siempre lo hemos intentado contextualizar, atendiendo a las manifestaciones o estereotipos identificativos de cada lugar. Cada sociedad es distinta, por ejemplo Euskal Herria tiene una historia de reivindicaciones desde otros ángulos, izquierdistas o nacionales, que permite a la gente formar parte de una misma base logística, incluso aprendiendo e inspirándose en otras luchas». Y, como en todos los demás aspectos, un país no responde ante los estímulos sociales de la misma manera, e incluso estos son muy variables según la zona concreta en la que broten: «Bilbo no es Donostia ni Gasteiz, y las vivencias de los que habitamos la calle pueden ser diferentes. Por eso invitamos a colectivos o personas procedentes de Araba o Gipuzkoa, para que nos acerquen su realidad y compartan otro tipo de conflictos. Bilbo es verdad que es más diverso en cuanto a una mayor presencia de los procesos migratorios. Se trata de un espacio particular dentro de una realidad común».
Conviene detenerse, por lo tanto, no solo en el espacio geográfico determinado, sino también en su tiempo, porque si la exposición teórica es un esqueleto válido para articular respuestas, o incluso generar nuevas interrogantes, el latido del presente es la única manera válida de medir los retos a los que nos enfrentamos. Una dimensión que estaría incompleta sin una redistribución equitativa del género en que son expresadas las experiencias, un aspecto tratado con especial sensibilidad en el marco de este proyecto: «El espacio político históricamente ha estado habitado por voces masculinas, es momento de reorientar esa situación y conocer otros contextos desde la palabra de la mujer». Un déficit al que hay que sumar un momento coyuntural especialmente agresivo contra determinados colectivos, una observación in situ que, expuesta por Sayoa Acclassato, no deja lugar a dudas: «Está habiendo mucha migración norteafricana y lo que se percibe es que a la gente, en general, no le gusta. Hay mucho bulo y un discurso de odio cada vez mayor, especialmente visible en la islamofobia. Otras procedencias no generan tanto rechazo, pero últimamente se tiende mucho a categorizar entre buenos y malos según su procedencia».
Una situación en la que no se puede obviar el aumento de discursos sostenidos por ideologías reaccionarias, aspecto que evalúa Soukaina Soussi, uno de los nombres que repetidamente aparece como ponente en las charlas: «La extrema derecha siempre ha existido, pero en la actualidad ha sabido aprovechar las crisis sociales, económicas o políticas para emerger con más fuerza. Ahora cuentan con voz y presencia mediática, y utilizan un discurso populista que hace creer a las clases más empobrecidas que los problemas se deben a quienes llegan de fuera. Se apoyan en una mentalidad colonial que desprecia la diversidad cultural y religiosa, y que niega el respeto hacia las identidades y las libertades de las personas. Hoy en día, ni siquiera se esfuerzan en disimular su discurso de odio, porque se sienten legitimados social y políticamente para expresarlo abiertamente».
LA DOBLE DISCRIMINACIÓN DE LAS MUJERES MUSULMANAS
Voz especialmente autorizada por su condición de ciudadana del Estado español («aunque esto a algunos les incomode») de origen marroquí y mujer, además de por su conocimiento académico de la cultura árabe, Soukaina Soussi es la más idónea para desplegar en sus talleres la denuncia de un colectivo especialmente señalado: «En todas las culturas existen mecanismos que oprimen a la mujer, porque se parte de un sistema patriarcal universal. Ahora bien, ser mujer, migrante y racializada en una sociedad racista que solo acepta un modelo hegemónico de mujer, en este caso, el europeo, implica una vulneración doble. Se sufre tanto por la condición de género como por el origen, la apariencia y la diferencia cultural». Aspectos discriminatorios que, cuando las coordenadas geográficas señalan hacia un punto muy concreto, repuntan todavía más en su condición xenófoba: «Por el hecho de ser mujeres racializadas, especialmente las mujeres musulmanas del Magreb que llevan hijab, se enfrentan a una serie de estereotipos y prejuicios profundamente arraigados. Se las etiqueta como sumisas, dependientes, poco formadas, aprovechadas de las ayudas sociales o incapaces de integrarse en la sociedad».
Pero no estamos ante un juicio basado en abstracciones o en planteamientos teóricos, la práctica cotidiana se convierte para estas personas en un continuo campo minado en cuanto a la convivencia común: «Estos prejuicios no se quedan en el discurso, sino que se manifiestan en múltiples ámbitos de la vida cotidiana. En los comercios, por ejemplo, es común que se las trate con sospecha, lo mismo que en el transporte público o la atención sanitaria. Todas estas formas de discriminación constituyen un maltrato institucional y social que busca presionar e incomodar a las mujeres racializadas. Las consecuencias son profundas, ya que afectan no solo a su bienestar físico, sino también a su salud mental y emocional». Frente a este estremecedor retrato realista, el verbo de Soukaina Soussi se presenta como una forma de dignidad: «Mi mensaje siempre busca empoderar a las mujeres para que no se callen, para que comprendan que al alzar la voz no solo se defienden a sí mismas, sino que abren camino a las que vienen detrás». Un grito que se transforma y amolda a las necesidades que cada época demanda, por lo que frente la rigidez teórica, Mamadou Ngom aboga por una flexibilidad acorde a las exigencias del presente: «Utilizar el mismo discurso que Malcolm X o Martin Luther King quizás ahora no nos sirva de mucho, es necesario abordarlo desde otros ángulos, incorporar terminologías o experiencias que en su momento puede que no fueran prioritarias».

LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS
Sin embargo, frente a los rasgos distintivos que cada época adopta en su formulación discriminatoria, hay elementos perennes, algunos especialmente graves, en todo ese ecosistema, siendo la violencia la expresión más extrema del odio al diferente, y que si bien no puede ser obviada en la temática a tratar, resulta especialmente conflictiva: «Una de nuestras clases estaba destinada a la resistencia antirracista, pero no desde el concepto de la defensa personal, sino a través de una resistencia verbal y discursiva, sin pasar a lo físico. En este momento, el mecanismo existente para combatir esa violencia son las leyes; nuestro enfoque no es punitivista, pero para que estas sean verdaderamente restaurativas, hay que incidir desde la política para que reparen realmente los daños físicos e históricos. Pero sentir que no nos protegen y que nuestras denuncias no llegan a nada genera una desconfianza en la estructura judicial que nos aleja de ella, impidiendo de esa forma que queden reflejados datos que certifiquen la existencia de dicha violencia. Personalmente no soy capaz de abordar este tema si no es con una condena legal de por medio. Ahora es la única herramienta disponible, aunque no sea la preferida por nosotros».
Un siempre problemático papel, el ejercido por las instituciones públicas, que no puede ser olvidado, al contrario, debe ser interpelado con la precisión que Soukaina Soussi expresa a la hora de reclamar su actividad: «En primer lugar, deben revisarse las leyes de extranjería y todo el sistema administrativo que limita el derecho de las personas a regularizar su situación documental, acceder a un empleo digno y disponer de una vivienda adecuada. Estas restricciones generan exclusión y condenan a muchas familias a vivir bajo el umbral de la pobreza, lo que perpetúa la desigualdad estructural. Pero también es fundamental trabajar en la dimensión social y cultural del racismo».
LOS INFINITOS TENTÁCULOS DE DOMINACIÓN
Una de las virtudes de la Escuela de Empoderamiento Antirracista de Bilbo es su visión holística del problema, sin esquivar de esa ecuación elementos que, por simbólicos o menos tangibles, no dejan de ser también la simiente para pensamientos discriminatorios. Y es que ninguna palabra, y la realidad que define, es inocente cuando se trata de mantener una posición dominante, algo en lo que incide especialmente Mamadou Ngom, señalando la necesidad de tener que desaprender para avanzar: «Entendemos que el lenguaje es un constructo social y cultural, ha sido utilizado siempre para clasificar, para dividir. Desde la RAE, que distingue lo coloquial de lo académico, a conceptos que se utilizan para ridiculizar y deshumanizar a algunos pueblos, se trata de una herramienta de dominación que nos conduce a sentirnos de una clase u otra. También en la calle, los chistes, las expresiones cotidianas tienen muchas veces connotaciones racistas. Es necesario reaprender y saber de dónde vienen históricamente esos términos y por qué hoy en día tienen ese significado, debemos apropiarnos de ellos para devolverles su sentido original».
Un ejercicio de demolición contra toda una terminología impuesta, y aceptada, que no es si no el reflejo de un mapa más amplio delimitado por los márgenes de nuestro etnocentrismo cultural. De ahí la importancia que tiene estar dispuesto a derrocar nuestros muros de saber, que es precisamente el diagnostico que revela la experiencia de Sayoa Acclassato en la Escuela de Empoderamiento Antirracista: «Yo creo que el mayor aprendizaje adquirido ha sido escuchar y aprender de otras culturas o realidades diferentes a la mía, consiguiendo así estrategias concretas para combatir el racismo o los discursos de la extrema derecha. Se trata de un proceso que conlleva cuestionarse y deconstruirse».
Tan amplias son las temáticas sobre las que se interroga este proyecto que frente a campos de estudio, en apariencia, más habituales, como puede ser la literatura, al que también dedican clubes de lectura, existen otros espacios que, a priori, suenan pintorescos o costumbristas pero que, sin embargo, encubren una huella impositiva, siendo la gastronomía uno de esos aspectos que cuando se desmenuza su historia aparecen no tan viejos fantasmas: «Cuando hablamos del sistema y de sus dinámicas globales, todas sus estructuras están sujetas a un poder de dominación. También en la alimentación, donde el norte tiende esas cadenas de sumisión con el sur. Al realizar, por ejemplo, un taller para hablar del plátano, nos interesaba señalar ese problema. Cuando ese producto se consume mucho menos, y a un mayor precio, en los lugares donde se cultiva, existe un porqué. Responde a una relación esclavista del poder económico».

EL SER HUMANO, ÚNICO Y MÚLTIPLE
Tras un lustro desde su creación, la Escuela de Empoderamiento Antirracista de Bilbo ha acogido a numerosos interesados en la materia, un cauce que, como no podía ser de otra manera, responde a una morfología heterodoxa: «Tanto en su época virtual como en la presencial, ha habido todo tipo de perfiles. Hay quienes participan activamente en la lucha antirracista, ya sea teorizando o militantes de base, pero también muchas personas que han sufrido ciertas violencias a las que no habían sabido ponerle nombre, o incluso gente que lleva treinta años aquí y, como viven mejor que en sus países de origen, hasta este momento no se habían cuestionado esa situación global y estructural».
Un debate que debe tener como fin último implantar una convivencia que sea el resultado de un pacto entre iguales, sin imposiciones, como sentencia Soukaina Soussi: «La integración no implica cambiar de color de piel, de religión, de vestimenta ni de costumbres. Integrarse no significa renunciar a la propia identidad, sino convivir respetando las normas y aportando a la sociedad desde quien una es».
Máxima que se respira entre las paredes de una particular escuela surgida con la intención de educar en la diferencia, que al fin y al cabo es lo que en realidad nos convierte en seres empáticos, aspecto sobre el que insiste Sayoa Acclassato: «Es muy importante ver más allá de lo que conocemos, lo desconocido siempre te da miedo y te hace sentir insegura. Si la gente hiciera el esfuerzo de ir a este tipo de espacios, donde se da voz a personas que normalmente no la tienen, se enriquecerían como personas, tanto en su relación consigo mismas como con su entorno».
Una conclusión que nos recuerda, porque demasiadas veces lo olvidamos, esa común condición humana solo abolida por quienes disfrutan de los beneficios de la división entre siervos y patrones. Una desigual naturaleza que únicamente podrá ser desterrada cuando se haga efectiva aquella frase de Angela Davis donde advertía de que en una sociedad racista, no basta con no ser racista, hay que ser antirracista.

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