igor fernÁndez
PSICOLOGÍA

Elogio de la Sombra

Hay un pequeño librito de estética titulado “Elogio de la Sombra”, escrito en 1933 por Januchiro Tanizaki, un autor japonés que habla sobre el valor que en Japón tiene la oscuridad, la penumbra en la idea de belleza, frente a la asociación occidental de esta con la luz y lo blanco. Esto se refleja en muchos aspectos de su cultura, como en el diseño de las estancias de una casa o el vestuario teatral. Y, como buen ensayo sobre estética, tiene un trasfondo filosófico acerca de la apariencia de las cosas y el valor que otorgamos a ciertas características del entorno frente a otras. Pienso entonces en cómo gestionamos las penumbras de nuestras actitudes, del sentir y del hacer, en la palabra que otorgamos a los discursos disonantes y a su valor, o al margen que damos al beneficio de la duda.

No descubro nada nuevo escribiendo sobre esa tendencia a aferrarnos a una idea o una visión del mundo y excluir con determinación cualquier información contradictoria. Muestra de ello es la capacidad para seguir discutiendo sobre cualquier tontería en la sobremesa más allá de lo razonable por el mero hecho de no cambiar de opinión, lo que a menudo asociamos con haber sido vencidos o haber estado equivocados. Tenemos creencias arraigadas sobre lo que significa mostrar un cambio de postura, independientemente de lo razonado que este esté, o del cambio que esa persona haya vivido interiormente. Por lo general, en estas situaciones miramos con suspicacia e incluso con irritación una mudanza repentina, y la describimos como una aparente falta de coherencia, una falla en la continuidad de una postura o una actitud. Para algunas personas la acción de cambiar de opinión en sí cae en ese terreno penumbroso del comportamiento humano que es difícil de predecir, y la inquietud resultante parece justificar el cuestionamiento del valor de esa nueva postura. Es como si la manera en la que nos posicionamos ante distintos aspectos de la vida tuviera que seguir unas reglas fijadas. Psicológicamente también sucede. Tenemos creencias formadas sobre nosotros mismos, sobre lo que nos corresponde y lo que no, lo que nos merecemos, lo que nos espera más adelante en el camino, el tipo de gente al que vamos a gustar... A veces, creencias forjadas en la propia experiencia, otras veces tomadas prestadas de la voz de otras personas importantes para nosotros.

En cualquiera de los dos ámbitos, el estrictamente personal y el social, la voz del abogado del diablo tiene un valor especial. Nuestro cerebro tiene una tendencia natural a buscar la homogeneidad, lo hemos mencionado otras veces, pero es la disonancia la que despierta la atención, invoca la creatividad y motiva el aprendizaje y, por tanto, una mirada nueva a una realidad conocida y a veces aparentemente sin alternativas. Ante el estancamiento, merece la pena escuchar e incluso buscar los discursos disonantes, los que contradigan, con sus razones, una manera rígida de entendernos y entender a los otros. Recuerdo con emoción el profundo dolor de algunas personas en psicoterapia que hablaban de que sus problemas no tenían solución, que no habría nadie ahí para ellos, o había algo mal que les hacía no ser dignos del amor de otros, y lo difícil que es introducir esa voz alternativa que es tan necesaria oír, para mostrarles una realidad distinta.

Como sociedad necesitamos los discursos disonantes, la incomodidad temporal de los planteamientos inesperados; y en lo que a nosotros respecta, probablemente darnos cuenta de que lo visible a primera vista, como decía Tanizaki, no es lo único que existe, que podemos contradecir con una nueva visión las creencias sobre nosotros mismos que nos limitan, que podemos recopilar evidencias también de lo que pensábamos que no formaba parte de nosotros y construir una experiencia diferente para nosotros mismos. A veces, la solución está en nuestras sombras.