Dos años después de «Hermanos y detectives», el joven cineasta Damián Szifrón se ha vuelto a colocar detrás de la cámara para rodar este mosaico de celuloide que, dividido en seis historias que nunca llegan a entrecruzarse, pretenden ser un abanico de secuencias cotidianas y emocionales enmarcadas en la Argentina actual. Tal y como suele ocurrir en este tipo de proyectos, la irregularidad impera en el desarrollo global de este proyecto fragmentado en el que supuestamente prevale un único punto de interconexión, lo salvaje. Curiosamente, el concepto «salvaje» que esgrime el autor conlleva ciertas dudas si tenemos en cuenta la intencionalidad un tanto académica y tópica del conjunto. La pulcritud técnica y unas caracterizaciones metódicas con elaboradas por un notable reparto contrastan sobremanera con lo «salvaje» que Szifrón abandera en cada una de las diferentes situaciones catárquicas que topamos en las tramas de estos seis cortometrajes en las que prevalece el anhelo por un bienestar económico y en el que los personajes son comparados con diferentes animales salvajes. Los límites hasta los que Szifrón arrastra a sus protagonistas bordean peligrosamente los grotesco. Una maniobra que el cineasta ha utilizado como coartada para mostrar la sinrazón del ser humano y todo ello deriva hacia un estado en el que, fruto de las situaciones que padecen los personajes, se asome en el rostro del espectador un extraño rictus inspirado por lo trágico y lo cómico.