Pablo L. OROSA
Kuala Lumpur(Malasia)
EXPANSIÓN DEL YIHADISMO

El Estado Islámico busca mártires en el sudeste asiático

Una bomba de cloro en Yakarta fue la firma con la que el EI anunciaba en febrero su llegada al sudeste asiático, una zona estratégica que ya fue utilizada por Bin Laden. 13 años después del atentado de Bali, vuelve a ser una pieza codiciada para el Califato.

Entre los 20.000 extranjeros que combaten junto al EI en Siria e Irak apenas 500 son indonesios, 50 malayos y 100 filipinos. Una cifra aún menor procede de Camboya y Singapur. Pese a su aún escaso peso cuantitativo, los guerreros asiáticos de la yihad no han parado de crecer en los últimos meses: solo el pasado mes de marzo 32 indonesios trataron de cruzar la frontera turca para unirse al EI.

Al igual que Bin Laden hace una década, Al-Baghdadi está usando con éxito su retórica religiosa para captar nuevos guerreros entre los millones de musulmanes de la región. «En estos momentos es más probable ver al sudeste asiático como una fuente de reclutas que como un nuevo teatro de operaciones. En este sentido, su estrategia está siendo un éxito dado el aparentemente importante y creciente número de malayos e indonesios, especialmente, que se están uniendo al movimiento», apunta el analista de Allan & Associates Gavin Greenwood.

No obstante, la yihad no se circunscribe ya a Siria e Iraq, sino que los planes del EI pasan por extender la influencia del Califato a todo el mundo. «Cualquier región que alguna vez fue regida por las leyes islámicas es legítimamente un territorio a recuperar. Indonesia, Malasia, Singapur, Filipinas… todos tienen grandes poblaciones musulmanas», subraya la investigadora Rajeshwari Krishnamurthy, vinculada al Instituto de Estudios de Nueva Delhi.

La bomba de cloro de la capital indonesia fue el primer paso en la temida estrategia de Al-Baghdadi: la vuelta a casa de los guerreros de la yihad. Aunque no llegó a explosionar por un fallo, el artefacto colocado en el baño de caballeros de un área infantil en el segundo piso de un centro comercial al sur de la capital, fue fabricado por un grupo de radicales recién retornados de Siria, donde la utilización de estas bombas sucias es una práctica recurrente entre los yihadistas. «Tiene la firma del IS», aseguró el general Tito Karnavia, uno de los altos cargos policiales indonesios al informar del incidente.

El fallido atentado de Yakarta no ha sido el único intento de los yihadistas de volver a actuar en el sudeste asiático. En abril, 29 yihadistas malayos –varios de ellos entrenados en Siria– fueron detenidos acusados de preparar una cadena de ataques en la capital del país. En Australia, las autoridades frustraron un atentado inspirado en «el culto a la muerte del Daesh» –el acrónimo del EI en árabe– durante la celebración del Anzac Day conmemorativo de la I Guerra Mundial.

El temor a la amenaza yihadista ha llevado a los miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) a extremar las precauciones e incrementar los controles. Tres de los once indonesios que habían vuelto al país tras viajar a Siria han sido ya detenidos y otros ocho permanecen vigilados, mientras en Malasia el Gobierno ha aprobado una ley que recupera las detenciones indefinidas sin juicio para frenar a los yihadistas. Más de un centenar de personas han sido ya arrestadas en el país por su presunta relación con el EI. «El riesgo de que los tentáculos diabólicos del EI se extiendan a nuestra parte del mundo es muy real», alertó el pasado mes el ministro de Exteriores malayo, Afinar Aman.

Las fronteras del califato

Tras la declaración en junio del Califato en las zonas de Siria e Irak controladas por sus acólitos, Al-Baghdadi se ha apresurado a extender sus dominios a través de grupos afines: un sistema de franquicias locales que juran bay'ah (lealtad) al califa. En apenas unos meses, el reino del EI se ha extendido a la península egipcia del Sinaí, a la rebautizada provincia de Jorasán en Afganistán y Pakistán, y a las zonas suníes en Yemen, Argelia, Arabia Saudí y Libia. El anhelo de poder de Al-Baghdadi alcanza también el sudeste asiático. «Tienen planes para extender su califato hasta aquí también», subraya Krishnamurthy. Las aspiraciones territoriales incluyen las zonas musulmanas de Birmania, al oeste del país, donde la minoría rohingya está siendo brutalmente perseguida. Las miserables condiciones en las que viven los rohingya son el caldo de cultivo ideal para el discurso yihadista. «Muchos jóvenes están huyendo. Los que van a Bangladesh son los que más me preocupan. Allí es donde se radicalizan», asegura uno de los líderes de la comunidad rohingya en los campos de desplazados de Sittwe.

El territorio birmano es también escenario de la batalla fratricida entre el EI y Al Qaeda por el liderazgo de la lucha yihadista. El pasado setiembre, el sucesor de Bin Laden, Ayman al- Zawahiri, anunció la creación de una filial en el subcontinente indio, Qaedat al Jihad, con la que pretende revivir el califato musulmán en Birmania, Bangladesh y partes de India. «La población birmana está ciertamente preocupada por el ‘terror islamista’. El anuncio de Al Qaeda de instaurar una filial en Asia no ayuda a borrar esos temores», añade Johannes Kaltenbach, responsable de la ONG Malteser International en el país. El movimiento, explica Krishnamurthy, debe entenderse como una maniobra «desesperada» de Al Qaeda para salvar su poder «desplazándose hacia el este, donde el EI no ha extendido sus tentáculos. Es probable que incrementen sus actividades en Assam, utilizándolo como puente para difundirse por Bangladesh y, desde allí, a Birmania».

Mientras, en Indonesia, el país con mayor población musulmana del mundo, y en Malasia el EI ha optado por copiar la estrategia de alianzas impulsada por Bin Laden en el pasado. El extinto líder de Al Qaeda fraguó desde los años 90 una sólida relación con las milicias indonesias de Jemaah Islamiyah (JI), responsables de la cadena de ataques contra intereses occidentales entre 2000 y 2005 y del atentado de Bali de 2002, uno de los más sangrientos de la historia, con más de 200 muertos. Trece años después, Al-Baghdadi trata de recrear este concordato con los restos de JI y otros grupos radicales.

De Malasia a Filipinas

Varios de estos grupos han proclamado su intención de declarar su propio califato en un territorio que se extendería desde Malasia, Indonesia, Singapur y el sur de Tailandia hasta Filipinas. Aunque cada uno de los grupos actúa de forma independiente, todos suscriben la ideología salafista del EI, con el que mantienen vínculos. De hecho, el yihadista malayo que acabó con la vida de 25 soldados iraquíes en un ataque suicida en Anbar era de una de estas organizaciones.

La feroz aparición del EI en la arena internacional ha convertido al movimiento liderado por Al-Baghdadi en una marca codiciada por los grupos insurgentes de todo el mundo. Un auspicio que garantiza millones. En octubre, la facción Sulu del Abu Sayyaf Group (ASG), un grupo radical originalmente vinculado a Al Qaeda que opera en la región autónoma de Mindano, en Filipinas, secuestró a dos ciudadanos alemanes arguyendo la participación de Alemania en las operaciones contra el EI. «Pese a sus grandiosas declaraciones», opina el investigador del S. Rajaratnam School of International Studies Joseph Franco, detrás de ellas se esconde un movimiento «oportunista» para aprovechar el «tirón» mediático del EI y aumentar sus beneficios.

Desde 2000, cuando el grupo obtuvo 20 millones de dólares por el rescate de 20 turistas, el ASG ha creado una «industria del secuestro» en las islas del sur de Mindanao. Su vinculación con el EI es sólo una etiqueta para atraer la atención internacional y presionar a los gobiernos. «Por el rescate de los alemanes el ASG dice haber recibido 5,5 millones de euros», sostiene Franco.

En las regiones centrales de Mindanao, el Bangsamoro Islamic Freedom Movement (BIFM) ha jurado lealtad al califato. Sin embargo, más allá de dar refugio a miembros de JI, los vínculos del BIFM con el EI son débiles. Su lucha es por la independencia de las zonas musulmanas del sur de Filipinas.

Pese a la «desconexión» entre el «materialismo de Mindanao» y la lucha «ideológica del EI», ambos grupos son todavía un amenaza potencial para el sudeste asiático. «Si bien la indiferencia ideológica disminuye el potencial de convergencia organizativa con grupos yihadistas de la región, Mindanao conserva el potencial de actuar como centro logístico para la compra de armas y explosivos. De hecho, los materiales y los explosivos para el atentando frustrado de JI en 2001 en Singapur fueron adquiridos en su mayoría en Mindanao», recuerda Franco.