David GOTXICOA
FESTIVAL DE JAZZ DE GASTEIZ

MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA ABROCHARSE Y DESABROCHARSE EL CINTURÓN

MENDIZORROTZA SE RINDE A LOS ENCANTOS DE UN SEDUCTOR JOSÉ JAMES Y LA ENERGÍA DESCONTROLADA DEL TRÍO LIDERADO POR HIROMI. LA EUSKADIKO IKASLEEN JAZZ ORKESTRA CONVENCE E ILUSIONA, CON UN REPERTORIO MAGNÍFICAMENTE DISEñADO Y TRABAJADO.

La Euskadiko Ikasleen Jazz Orkestra ha iniciado su andadura en el 2015, de la mejor manera posible. Con su participación en los tres grandes certámenes vascos de jazz, la aventura es bendecida con la complicidad y repercusión que merece semejante esfuerzo. Esta debería ser la futura cantera de nuestros mejores músicos, y a fe que los cimientos parecen estar firmemente asentados.

Salta a la vista un trabajo encomiable en todos los sentidos. El diseño conceptual, la selección de los jóvenes intérpretes, y la elección del repertorio. Este se dividió en tres partes bien diferenciadas: un inicio con arreglos para originales de Count Basie o Duke Ellington, bien impregnado de swing. Una personal evocación del folklore vasco contemporáneo, donde sonaron “Aitormena” y “Esan Ozenki” y hubo espacio para la pequeña suite que Ángel Unzo ha compuesto por encargo de la propia EIJO. Y, cómo no, la parte correspondiente a su encuentro con el saxofonista y pedagogo Jim Snidero, su partenaire en “Konexioa”, donde pudieron escucharse reconstrucciones para orquesta de temas suyos. Snidero estuvo encantador y el concierto superó con creces las expectativas pero, para mi recuerdo personal, queda el precioso arreglo de Gonzalo Tejada para el clásico de Hertzainak. Zorionak!

José James es capaz de encender una chimenea sin cerillas. Basta con poner cualquiera de sus discos, y… ¡Alehop! A su voz le sobran color y calor para arrullar a cualquier tipo de audiencia atenta, pero además, desde su primera visita a Gasteiz, el vocalista ha ido perfeccionando un dominio escénico que poco a poco le está convirtiendo en una presencia tremendamente sugerente y carismática para un número de seguidores que no deja de crecer día a día.

Los más escépticos se permiten dudar sobre la honestidad del proyecto que presenta este verano por escenarios de medio planeta: sospechan de un cierto oportunismo —suyo, o de Blue Note / Universal— en el lanzamiento de su homenaje a Billie Holiday, donde le cubren las espaldas nada menos que Jason Moran, John Pattitucci y Eric Harland. Hasta la gráfica que envuelve el álbum recrea el estilo clásico de las viejas grabaciones del sello. Pero ya tras aquella primera aparición en el Teatro Principal Antzokia me confesaba, en una breve entrevista, su deuda con Lady Day, Louis Armstrong o Johnny Hartman. Tampoco ocultaba entonces la influencia de D’Angelo o The Roots en su educación musical. Solo un puñado de nombres que, sin embargo, ayudan a comprender mejor que José James es el resultado lógico —y sincero— de la asimilación simultánea de todos esos referentes. Aparentemente alejados entre sí por la distancia que les separa en el tiempo, pero íntimamente emparentados en su esencia. Lo que se ha dado en llamar “Great Black Music”, de la que él es un digno continuador.

Es desde este prisma donde encuentra un mejor encaje su propuesta en directo: aceptando que el jazz tiene tanto peso en su lenguaje y su improvisación como el hip-hop, el funk o el pop. Así, su cuarteto enlazó de inicio unas canónicas y perezosas “Good Morning Heartache” / “Body & Soul”, aumentó la presión ambiental con la tórrida y bluesy “Fine and Mellow” para, con el público ya en el bolsillo, tomarse la merecida licencia de la libertad. Ocasionales paradas fuera del repertorio de la Holiday, “Come to my door” —This one’s for the ladies, avisó zalamero— y Trouble restallaron como ejemplos perfectos de pop y soul-funk, y nos permitieron gozar con los coros del enorme Solomon Dorsey (contrabajo y bajo eléctrico), o el groove de Takeshi Ohbayashi (piano y Fender Rhodes) y Nate Smith (batería). Una gozada.

De vuelta al repertorio principal de la noche y con la sección rítmica tirando hacia atrás de los tempos, entre la contención del suntuoso registro grave y los juegos de sampleo o scratching vocal, José James nos llevó de la mano sin darnos cuenta hasta el conmovedor final: una desnuda versión de “Strange Fruit” que fue construyendo en tiempo real, con el único apoyo de su voz y un pedal de loops. Electrizante.

Allá por la década de los cincuenta del siglo pasado, la revista “Downbeat” propuso a Miles Davis participar en un “test a ciegas”: la dinámica del juego consistía en escuchar diversos fragmentos de grabaciones y adivinar qué músicos tocaban en ellas. Por lo visto, el legendario trompetista acertó casi todo, aprovechando para elogiar a algunos de los intérpretes. Hubo uno que no fue de su agrado: «Toca todo con la misma intensidad, no deja espacio a la sección rítmica». Se refería a Oscar Peterson.

Y es que, en ocasiones, cuando todo es importante nada es importante. El valor de los silencios y los acentos es un aspecto clave en el arte, da igual que pensemos en pintura, literatura o música. Tampoco la técnica lo es todo. Ahora mismo, Hiromi es probablemente la mejor pianista del mundo, su dominio de la ejecución es absoluto y tiene un indiscutible encanto personal. Esa sonrisa.

Pero, estudiosos del piano aparte, ¿habrá quien escuche a Hiromi en su casa? Quiero decir, a no ser que la idea sea decapar los muebles del salón, en cuyo caso bastará con apretar el “play” y dejar que el cd vaya actuando por sí solo. En serio, dudo honestamente que nadie pueda resistir semejante explosión de energía, si no es con la coartada de un concierto en vivo, en cuyo caso la experiencia adquiere tintes de catarsis, y ahí sí puede disfrutarse el acontecimiento. Al menos por un rato.

Siendo objetivos, lo novedoso de su proyecto es ella misma, lo atípico —o exótico— de su estampa frente al piano de cola Yamaha, el contraste entre el aspecto cándido y aniñado y su sometimiento del teclado, la asombrosa digitación. Bastaba ver el escenario vacío instantes antes de que todo diera comienzo, para comprender lo que íbamos a presenciar a continuación: en estos momentos hay satélites en órbita construidos con menos elementos que el set de batería de Simon Phillips. O dicho de otro modo, muy fuerte debe tocarse el piano para estar a la altura de semejante despliegue de poder percusivo. Este era el caso.

José James nos había invitado al remoloneo, Hiromi nos arengaba a una batalla sin cuartel. Transcurrido gran parte del recital, la pianista se dirigió al público en un correcto castellano para rogarle que se abrochase los cinturones, como si la lluvia de notas, acordes y golpes no llevara azotando un buen rato. A continuación sonó “Alive”, virtuosa e inmisericorde. A Anthony Jackson (bajo eléctrico) le hemos visto aguantar el tipo sin pestañear entre Horacio “El Negro” Hernández y Michel Camilo, otro enérgico pianista con tendencia al despiporre. Y lo que pudimos ver del trío de Hiromi no distó mucho de aquel ejemplo: intensidad sin destilar, pirotecnia japonesa de ciencia ficción. Estética de jazz-fusión y rock progresivo, centrifugados por el genio de una pequeña superdotada. Madre mía.

En medio de la galerna, Hiromi nos regaló un exquisito número en solitario, bien atemperado, con un razonable control del volumen y la expresividad… la promesa de otro mundo posible que nos encantaría visitar con ella. Quizás la próxima vez. Al terminar la noche, en los corrillos posteriores al desalojo del polideportivo, el público intercambiaba impresiones: «brutal», coincidía la mayor parte. Y así fue. Espectacular, agotador, fascinante, excesivo. Brutal.