El mal de altura que Jon Krakauer describió en su libro de montaña

Cuando una película es tan grande como “Everest” abarca demasiados aspectos, en su afán de contentar al máximo público posible. Pero entre los aficionados al cine de montaña la discusión está servida, porque habrá situaciones concretas que a los ojos de los expertos han quedado un tanto desdibujadas. La crítica a la masificación del Himalaya y a la explotación comercial del montañismo como un deporte de riesgo y aventura no alcanza el detalle que merecería, tal vez porque la adaptación, que ha pasado por las manos de muchos guionistas acreditados o no acreditados, no se centra exclusivamente en el polémico libro de Jon Krakauer “Mal de altura”, que es quien levantó la liebre en estas cuestiones, sin entrar en su amargo enfrentamiento con Anatoli Boukreev, por la forma en que se gestionó la tragedia de 1996.
Ni qué decir tiene que la recreación de aquel histórico desastre que se cobró tantas víctimas es por demás espectacular, puesto que el cineasta islandés Baltasar Kormákur ya posee un sobrado oficio para moverse en este tipo de gestas con soltura, demostrado en su película de supervivencia “Lo profundo” (2012), sobre el naufragio de un pesquero en las frías aguas de Islandia.
La primera parte de “Everest” maneja el ritmo y la estética de las películas que están tan de moda sobre el deporte extremo, y es hacia la conclusión cuando se vuelve más épica y entra en el tema de fondo del desafío del ser humano contra la naturaleza salvaje, aunque no alcanza el pulso interno de un Werner Herzog en “Grito de piedra” (1991).
Pero es en la coralidad del impresionante reparto donde “Everest” alcanza la cima, porque ésta es una historia colectiva con muchos personajes, a los que solamente un Howard Hawks sabría dar su momento dramático. Las escenas del campamento base van en esa línea, y calan en buena medida.
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