La isla de los niños perdidos

Una isla volcánica, una minúscula aldea en pleno proceso de decadencia salina, un chaval en bañador y, por último, un chapuzón. ¿Dónde? Digamos que en una de las pesadillas más sugerentes en las que nos hayamos podido bañar esta temporada. Once años después de haberse coronado en la sección Nuev@s Director@s, Lucile Hadzihalilovic vuelve a la carga con “Evolution”, uno de estos filmes que tanto sentido dan a la Sección Oficial del Zinemaldia. Riesgo es lo que algunos pedimos al comité de selección del certamen, y en este mismo factor se asienta este cuento de hadas que hace gala de una oscuridad solo comparable a las profundidades de un mar en el que ya no se sabe si la vida sigue los dictados de Darwin o si, por el contrario, involuciona de forma monstruosa.
Antes de seguir, ¿al final del recorrido, habrá moraleja? No está claro. Recuerden que a la propuesta le va el riesgo, y que por ello no tiene por qué respetar los requisitos más básicos del relato cinematográfico. Ahí es donde podemos encontramos con el mayor escollo. En unas tesis cuya ausencia puede atribuirse tanto a la negligencia de Hadzihalilovic como, admitámoslo, a la vista poco entrenada del espectador. Sea como fuere, el peligro de frustración siempre está ahí... tanto como el apabullante poder perturbador de una fábula que, cuando nos hemos dado cuenta, ha mutado en un –body– horror aberrante, tóxicamente tentacular y, quizás por todo esto, sugerente. Y a partir de ahí, tómense el tiempo que haga falta para extraer sus propias conclusiones. Que aproveche.

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