No se comprenden los problemas de distribución que está teniendo “Slow West” en todo el mundo, porque ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance, y su manera atípica o renovadora de tratar el western no está muy alejada de la de los hermanos Coen o de la de Tarantino. Por si eso fuera poco, es fruto de la perfecta y total conexión entre el músico escocés reconvertido en cineasta John McLean y el actor irlandés de origen alemán Michael Fassbender, después de haber colaborado estrechamente en dos cortometrajes anteriores.

A la creatividad de la pareja hay que sumar la vital aportación como director de fotografía de Robbie Ryan, en quien viene confiando el veterano Ken Loach en sus últimas películas.

Tiene mucha responsabilidad en la originalidad del producto final, ya que hace una lectura diferente del paisaje del género, gracias a que buena parte de los exteriores fueron rodados en Nueva Zelanda y en Escocia. Las localizaciones de Colorado, que también las hay, aparecen como una extensión mental o metafórica de las Highlands escocesas. Hay constantes flash-backs destinados a establecer lazos íntimos con el pasado en el viejo continente, y así los interiores ofrecen una luminosidad y una pulcritud luteranas, como en las películas de Dreyer.

El tratamiento formal obedece a la intención de John McLean para fusionar el drama decimonónico victoriano con la narrativa aventurera sobre la colización del Oeste Salvaje, ofrenciendo así un fuerte choque cultural, que queda expresado en el emparejamiento central entre el el joven aristócrata y poeta escocés interpretado por Kodi Smith-McPhee y el forajido que le sirve de guía por esos territorios inhóspitos. Michael Fassbender, además de poner la voz en off, incorpora de paso la figura clásica del “desperado”, cuyo desarrollado instinto de supervivencia no le impide ahondar en la verdadera amistad.