Mikel CHAMIZO
CLÁSICA

«El Mesías» de Haendel volvió por Navidad  

“El Mesías” de Haendel no es solo el oratorio paradigmático de la Navidad y una de las poquísimas creaciones musicales patrimonio de la humanidad. La peculiar historia de éxito social que la acompaña desde que se estrenó en Irlanda en 1742 la ha convertido en símbolo, en palabras del musicólogo donostiarra Martín Llade, de «la creencia de que un mundo que produce una música tan bella y que aprende, a su vez, a valorarla no puede ser tan malo». El ideal romántico de la elevación espiritual a través del arte se ha plasmado en forma muy concreta a través de “El Mesías”, con una larga tradición de conciertos participativos en los países anglosajones: el coro, que pone voz a la la humanidad, se abre a cualquier aficionado que desee cantar esta partitura junto a una orquesta y solistas profesionales. En el Estado español no existía esta tradición hasta que la obra social de cierta caja de ahorros catalana fue promoviendo los “Mesías” participativos hace dos décadas. Este año se han hecho también en Sevilla, Granada, Mérida, Palma... En Donostia se ha probado la fórmula participativa un par de veces sin que haya llegado a asentarse, por lo que este año hemos vuelto a disfrutar de “El Mesías” por una agrupación de primer orden, el Gabrieli Consort & Players de Paul McCreesh. Es fundamental que coros de esta categoría se dejen caer regularmente por aquí: nos recuerdan que, por muy pagados que estemos de nuestra vida coral, se puede apuntar mucho más alto.

La treintena de cantantes británicos realizaron todo un alarde virtuosismo, color vocal, claridad y volumen, con una admirable capacidad para respirar con la orquesta como un ente único. En manos de McCreesh ofrecieron una lectura diáfana de la partitura, de una tónica elegante, sin caer en excesos analíticos ni emotivos, aunque la emoción sí afloró en páginas tan intensas como “For unto us a Child is born” o célebres como el “Hallelujah”.

Entre los solistas destacó el tenor Stuart Jackson, de voz pequeña y precioso color, que tras una primera parte irregular firmó hermosas páginas en la segunda y la tercera. Y el contratenor Tim Mead, de timbre no nuy personal ni masculino pero con notable fuerza expresiva en arias tan dramáticas como “He was despised”.