Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Mi gran boda griega 2»

La familia Portokalos desciende de Alejandro Magno

He de confesar que me ha dado un ataque de risa viendo la segunda entrega de “Mi gran boda griega” (2002), pero también he de aclarar que ha sido en un momento muy puntual. La culpa la tiene la versión en griego de la conocida canción de Billy Idol “White Wedding”, interpretada de forma descacharrante por George Kostoglou, cantante del grupo Exodos, y cuya gracia está en que los solos de guitarra eléctrica son sustituidos por el sonido tradicional del “bouzouki”. Y ahora me pongo serio para decir que no sé si es el momento más oportuno para los chistes griegos, y máxime cuando corren a cuenta de segundas, terceras y cuartas generaciones de inmigrantes a los Estados Unidos, distanciados de la situación crítica por la que atraviesa su país de origen.

El clan de los Portokalos no parece querer mirar al pasado reciente que dejaron atrás, y así el abuelo, que sigue regentando el restaurante Zorba’s, esta empeñado en demostrar que es un descendiente directo del mismísimo Alejandro Magno que conquistó el mundo antiguo. Pero al personaje encarnado por el veteranísimo Michael Constantine le surgen otros tantos problemas, por ese secular empeño en ejercer de gran patriarca, sobre todo con las nietas en edad casadera, que es el tema que más le sigue interesando a la autora de esta saga familiar Nia Vardalos, pendiente ahora como madre de lo que le ocurra a la joven y presionada Paris que ha de elegir universidad, en un papel que presenta como rostro más novedoso del reparto a Elena Kampouris.

Por ironías de ese destino o “ananké”, del que tanto saben los helenos, el abuelo Gus toma de su propia medicina, cuando descubre que a su certificado de matrimonio le falta la firma y no es legalmente válido. Lainie Kazan aprovecha entonces su rol de mujer ninguneada como esposa, para reivindicarse y exigir el romanticismo que se le negó en el primer casamiento.