Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Madame Marguerite»

La voz desnuda

Tomando como excusa dramática la peripecia real de Florence Foster Jenkins, Xavier Giannoli ha compuesto una sutil y elaborada sátira en torno al arte y sus artificios a la hora de narrar la apasionada nota discordante de una aristócrata capaz de tumbar los atributos del bel canto con tan solo un compás. Teniendo entre manos semejantes mimbres, el cineasta no ha optado por lo brutal que hubiera resultado una burla despiadada contra una baronesa cuya afición desmedida por la ópera le impedía ver que su nulidad para cantar provocaba todo tipo de mofas. A cambio, Giannoli ha optado por la delicadeza a la hora de elaborar un retrato que, personificado en una excelente Catherine Frost que imprime a su rol sobradas dosis de ternura y emotividad, otorga al proyecto un plus añadido de interés, ya que abre diferentes vías para el debate.

A la manera de aquel cuento clásico de Andersen en el que el emperador –intuyéndose vestido con sus mejores galas– paseaba desnudo ante sus atónitos vasallos, el filme recrea un episodio tan sigular como suculento gracias al perfecto equilibrio que consigue entre lo que suponemos es ridículo y lo emotivo que puede resultar asistir al empeño de una persona por querer ser lo que no puede. Comedia y drama se citan en una velada presidida por un factor que resulta fundamental, ya que el guion ha trasladado la historia original a una escenografía bien diferente, el París resucitado de los años 20 tras la Primera Guerra Mundial, un paisaje en el que el dadaísmo surgido del cabaret Voltaire se atrevía a reírse del concepto cultural e intelectual aburguesado. Teniendo presentes estos idearios, no resulta difícil comprender lo atractivo que podía resultar un personaje como la baronesa Marguerite Dumont triturando arias operísticas en salones habitados por fracs, champán de lujo y esa hipocresía que asoma en cuanto las notas de Mozart callan.