Yahvé M. DE LA CAVADA
GASTEIZ

Tom Harrell y Joshua Redman, la diferencia entre ser y querer ser

El concierto de Tom Harrell en Mendizorrotza, dentro del Festival de Jazz de Gasteiz, fue una metáfora del triunfo del espíritu y la incontenible personalidad de un artista de enorme talla; un recital soberbio que estuvo en las antípodas de el del nuevo supergrupo Joshua Redman, repleto sobre todo de efectismo autoindulgente y música vacía que parecía tocada por el simple hecho de poder hacerlo a un alto nivel técnico.

Es un comentario escuchado recurrentemente en muchos de los conciertos del Festival de Jazz de Gasteiz: «Pero, ¿este ya tocó aquí hace un par de años, no?»; a lo que se puede responder, por marear la memoria, «sí, tal vez algo más, tres o cuatro años». Con Joshua Redman ambas apreciaciones serían correctas, porque este año el saxofonista pisaba el escenario principal del festival por tercera vez en seis años, una media nada despreciable, igualada solamente por otros nombres desasosegantemente habituales en la historia del festival como los de Wynton Marsalis (el festival y él no pararon hasta tener un disco y una estatua, respectivamente), Chick Corea, Dave Holland o Pat Metheny, entre otros. Estos dos últimos vuelven este año, por cierto.

La cosa es que Redman es bueno, pero no tan bueno, y tenerle como un artista infalible es una presunción poco basada en lo musical. En su caso, la apuesta no es tanto él mismo como el proyecto con el que se presente y, mientras que con su doble trío en 2010 resultó una grata sorpresa, y junto a The Bad Plus en 2012 dio un concierto memorable, lo que hizo en Gasteiz con su recién formado all-stars junto a Kevin Hays, Joe Sanders y el catalán Jorge Rossy fue un absoluto despropósito.

Desde principios de este siglo parece que, en cierto modo, Joshua Redman se ha cansado de ser Joshua Redman en lo que se refiere a su trayectoria como líder, abandonando parcialmente su carrera nominal y abrazando la colectividad de super-grupos como James Farm y su reunión con The Bad Plus. El concepto y formación presentado este año en Gasteiz pareció una mezcla de ambas bandas, con un pie puesto en la propuesta tetracéfala que es James Farm (cuarteto completado por Aaron Parks, Matt Penman y Eric Harland) y con otro en algunos de los aspectos musicales de su aportación al popular trío de Reid Anderson, Ethan Iverson y David King. Esto no tendría nada de malo en sí, pero en Mendizorrotza fallaron algunas cosas. Casi todas, en realidad.

Para empezar, el grupo es joven y se nota que aún no funciona como tal: todos tocan muy bien –tanto Redman como Hays y Rossy están entre los principales exponentes de su generación en sus respectivos instrumentos–, pero su música aún no suena “junta”. Más que tocar unidos, tocaban los unos al mismo tiempo que los otros, sin esa sintonía especial que hace una banda suene a algo más que cuatro tipos tocando la misma pieza.

Los temas se sucedían y los sonidos chocaban, fluían descontrolados de forma inerte y cerebral; a veces nerviosos, casi histéricos, y con un patrón predecible y vulgar basado en crescendos recurrentes que parecían demasiado inspirados en las ideas desarrolladas por Redman en su proyecto con The Bad Plus. La cuestión es que, en aquel proyecto, la fantástica tensión e intensidad no eran creadas por el saxo tenor de Redman, si no que este se veía catapultado por unas composiciones y una interacción prieta y sólida por parte del trío. En Gasteiz, aparte de algunos momentos brillantes de Kevin Hays y Jorge Rossy, el grupo no sonó estimulante, y estuvo lastrado por un montón de composiciones poco inspiradas, una comunicación tensa, efectismos poco efectivos por parte de Redman y, en general, demasiadas notas para decir demasiado poco.

Nada que ver con el concierto del gran Tom Harrell que abrió la velada. El trompetista, que también regresaba al escenario de Mendizorrotza dos años después de actuar en 2014 con su quinteto, presentaba una nueva banda sin piano con la que lleva tocando un par de años, formada por su fiel Ugonna Okegwo (su contrabajista habitual desde hace 20 años), el baterista Adam Cruz y un resucitado Ralph Moore reemplazando a Mark Turner (saxo tenor titular en la única grabación disponible del grupo).

Para el aficionado duro, la presencia de Moore era todo un reclamo, ya que el saxofonista pasó de ser uno de los más prometedores nombres del instrumento a finales de los años 80 y primeros de los años 90, a desaparecer completamente de la escena durante los últimos veinte años.

Harrell, al contrario que Redman, sí es una apuesta segura: a pesar de su delicada forma física, su trompeta es un incontenible torrente de ideas, siempre frescas y elocuentes. Pura musicalidad, tanto en sus composiciones como en el ortodoxo, pero siempre inspirado, modo de afrontarlas. Moore se mostró en relativa buena forma en sus improvisaciones, pero fue Harrell quien en sus solos levantó el vuelo de forma titánica.

‏Viéndole sobre el escenario, frágil y tembloroso durante las intervenciones de sus músicos, parecía imposible que Harrell pudiese superponer su música a sus condiciones físicas. Sin embargo, cuando se llevaba la trompeta a los labios, todo desaparecía: solo quedaba la música de un gran improvisador, sin adulterar, pura y directa, escapando por las grietas del anciano cuerpo de Harrell y elevándose alto, muy alto. Música de verdad. De la que se toca, no porque se tiene la capacidad o la técnica para ello, sino porque sería imposible dejarla dentro