Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Lolo»

Julie Delpy tiene un hijo ficcional con complejo de Edipo

Lo mejor de “Lolo” son los títulos de crédito iniciales, con animación de gusto muy sesentero a los sones de la canción de Andy Williams “Music to Watch Girls By”. Hasta llegar a los créditos finales, en los que escuchamos “Plum Nuts” de Etta James, queda en medio una insulsa comedia que no se corresponde con dichos fragmentos de la banda sonora, que sugieren un tipo de humor más vivo y contagioso. La falta de originalidad siempre ha sido el talón de Aquiles de Julie Delpy como realizadora, y si en su cine de autor no ha tenido problemas para sentirse deudora de Richard Linklater, con el que colaboró como actriz, en su paso a un tipo de película más comercial tampoco los tiene para plagiar de forma inconfesa a los hermanos Duplass y su “Cyrus” (2010). Para componer el triángulo central se ha limitado a sustituir al John C. Reilly del original por Dany Boon, a Jonah Hill por Vincent Lacoste y a Marisa Tomei por sí misma.

Dado que sus personajes no cambian mucho, lo que sí es de cosecha propia es la ambientación, más acorde con lo que se espera de una típica comedia francófona. El novio de la madre sigue siendo un patán, pero convenientemente adaptado al modelo provinciano, ya que es un informático de Biarritz que busca su oportunidad profesional en París, donde ya reside su futura pareja. Le va a costar un mundo aclimatarse en la gran ciudad, y no digamos ya a su nueva familia. El problema es que no está a la altura intelectual de su amada, y sobre todo del hijo de esta, que va de artista plástico, en lugar de dedicarse a la música electrónica como el mencionado Cyrus.

Ya que Julie Delpy lleva el argumento a su terreno, a fin de desplegar la consabida sátira sobre la burguesía parisina y sus prejuicios culturales, no se entiende cómo no ha sabido idear situaciones con una mayor mordacidad, en lugar de instalarse cómodamente en los chistes de siempre sobre el arte o la moda.