GARA
Kasabinyole

Carta abierta a la señora fiscal de la Corte Penal Internacional

El campesino de la región de Beni (en la República Democrática del Congo), Mutsuva Malighe Wa Luholo, escribe a la fiscal de la CPI para darle cuenta de la situación que padecen millones de personas desde hace décadas, como consecuencia de la rapiña de recursos naturales.

Soy un campesino de la República Democrática del Congo. He estudiado en Lovanium y trabajé largo tiempo como agente del Estado. Vivo en la actualidad en Kivu Norte, en el territorio de Beni, en la comuna de Rwenzori. En realidad me he vuelto nómada, ya que en el espacio de dos años he cambiado de domicilio cuatro veces.

Antes de octubre de 2014, vivía en Eringeti, donde me instalé, tras retirarme, en la tierra de mis ancestros. Allá cultivaba cacao, mandioca, fríjoles; todo me sonreía. Hasta la noche del 17 de octubre de 2014, en que hombres armados incursionaron en la zona. En una sola noche vi a mis amigos, mi mujer, y uno de mis obreros reventados y mutilados… Yo escapé de esos degolladores porque ese día había ido a Mavivi a visitar a mi hija, que acababa de dar a luz a su tercera niña. Todo el día anduve loco, contando las tumbas de amigos y familiares. Estaba tan inconsolable que me quería suicidar. Muchos campesinos huyeron de la zona. Algunos se dirigieron hacia el Haut-Zaïre (ahora se le llama provincia oriental), y otros hacia Beni y Butembo. Quería tanto a mi mujer que dejarla sola en esa zona me parecía una traición.

Mavivi

Tras un mes de luto, mi hija me obligó a venir con ella, a Mavivi. De lo contrario, ¡se divorciaría de su marido para venirse a vivir conmigo! Me resigné a irme a vivir a Mavivi, a 200 metros de la casa de mi hija. Pero las masacres no cesaban de intensificarse en todo Beni. Jamás olvidaré el 20 de noviembre de 2014. Fue después de la visita del presidente Joseph Kabila. ¡Horrible! Mataron a más de 120 personas. Meses después decidimos abandonar Mavivi para ir a vivir en la periferia de la ciudad de Beni, en Rwangoma, donde vivía la familia de mi yerno. Dése cuenta: nos fuimos de allí el 8 de mayo de 2015, y el 11 de mayo vinieron a asesinar gente al barrio donde vivía. Degollaron a 11 personas: las asesinaron tras haber sido bien acogidos y alimentados por sus víctimas. Según los que se salvaron, la mayoría de esos asesinos llevaban uniformes militares, pero hablaban el kinyarwanda, el lingala, y el swahili con un acento que no es el de acá. ¿Qué hubiera pasado si nos hubiésemos quedado?

Rwangoma

Por supuesto que no le escribo desde Rwangoma, ya que tuvimos que abandonarla huyendo el 13 de agosto último. Por la mañana, mi hija, mi yerno y su hijo mayor, de 8 años, se fueron al campo a buscar de comer. Me quedé en casa con los dos pequeños, de 2 y 5 años. Hacia las 16:00h, vimos gente corriendo por todas partes, gritando y avisando de que los degolladores estaban llegando desde Nyaleke, matando a todos. El vecino llegó y me dijo que huyera con los niños sin esperar más. Cargué en brazos a la más chiquita y a su hermanito sobre los hombros. Imagínese, Señora Procuradora, a un viejo de 68 años corriendo unos 4 kilómetros, con dos niños en brazos, por esa región de montes y vallados. A pesar del consuelo con que fuimos recibidos por una familia amiga, la noche se me hizo larga, ¡muy larga! Los niños no paraban de preguntar dónde se habían quedado mamá, papá y su hermano mayor. Me saltaban las lágrimas cuando, hacia las 2:00h de la mañana, me preguntó el niño si su papá no se habría encontrado con los degolladores… ¡En esta ciudad no tengo sino lágrimas como alimento!

El río Semuliki

Hacia las 5:00h, radio Muungano empezó su difusión diciendo que hubo muchos muertos y que estaban empezando a llevar los cuerpos al hospital general de Beni. A las 9:00h, quise regresar a Rwangoma, a ver si los míos habían vuelto. En la carretera me dijo un vecino que el pueblo estaba desierto, y me invitó a ir al hospital. Lo peor que sentí toda la noche ya no era una sensación, sino una realidad. ¡Qué estupor! Necesitamos sólo 20 minutos para encontrar el cuerpo de mi hija mutilado, y el de mi yerno con la cabeza partida. Sin embargo, hasta ahora no hemos encontrado el cuerpo de mi nieto. Afirman algunos y confirman otros que muchos cuerpos de las víctimas, sobre todo de los niños, fueron arrojados al río Semuliki, lo que en nuestras tradiciones africanas se llama «sacrificio humano a los espíritus». Ahora entiendo por qué nuestros militares no intervinieron cuando los campesinos les avisaron de la llegada de los asesinos. Una vez más, sucedió todo eso tras el paso por allí del presidente Kabila. ¡Extraño! Entiendo que los míos, como otras muchas víctimas de la comunidad, son el precio pagado a los «espíritus» del régimen. ¡Oh, Dios mío, no sé por qué escribo todo esto! Sí, son los recuerdos.

Sí, Señora Procuradora, entienda mis emociones. ¡Sólo me alimentan las lágrimas! Me he convertido en un cadáver ambulante desde la mañana del 14 de agosto. Y cada vez más pierdo la conciencia, sobre todo cuando veo hombres en uniforme de soldados o policías.

¡Sus palabras me han hecho enrojecer de rabia! Le escribo hoy por sus palabras, que escuché por la radio de la Monusco, y que cito: «Mi oficina investiga en la RDC desde 2004, y nuestro trabajo continúa. No dudaré en actuar si se cometen actos constitutivos de crímenes que sean de la competencia de la Corte, y en tomar todas las medidas que se impongan para perseguir a las personas responsables, de conformidad con el principio de complementariedad.

¡Esas palabras me hicieron llorar de alegría! Tenía por fin la sensación de que nuestro grito de angustia había sido al fin oído, y que la CPI que usted preside iba a diligenciar una encuesta internacional que estamos reclamando desde hace tiempo. Pero, a medida que escuchaba la noticia, me iba dando cuenta de que usted hacía alusión únicamente a las manifestaciones de Kinshasa del 19 de septiembre, en las que habrían sido asesinadas más de 100 personas.

¡Cojamos los machetes!

De repente, mi alegría se transformó en cólera. Me volví loco, de rabia. Salí y empecé a dar vueltas por el patio. Hablaba solo. No me salían las palabras. Murmuraba. Los vecinos vinieron a ver qué me pasaba. Después de tartamudear (y eso que no soy tartamudo), pude gritar en voz alta: ¡cojamos nosotros también los machetes! Empecé a sudar y a temblar. Me calmaron y me hicieron sentar.

Dígame pues, Señora Fiscal, ¿cuáles son los actos constitutivos de crimen que dependen de la competencia de su Corte? Mi oficina investiga, afirma usted, en la RDC desde 2004, y nuestro trabajo continúa. ¿Le informa a Usted esa oficina de lo que vivimos aquí desde 2014? ¿No le ha informado aún de que hay hoy aquí un genocidio en marcha? Más de 1.800 personas, de toda edad y sexo, y cuyo único pecado era pertenecer a la etnia nande, han sido asesinadas deliberadamente con arma blanca, degolladas, reventadas, quemadas vivas... Escuelas, hospitales, dispensarios, viviendas han sido destruidas o incendiadas. Más de 200.000 familias han sido expulsadas de sus tierras, de sus campos, y confinadas en la ciudad sin ninguna estructura de acogida. Sólo Dios sabe lo que pasará mañana. Los degolladores han cercado las grandes aglomeraciones, reduciendo y ocupando así el espacio vital de la población. Algunos creen que se han infiltrado en la ciudad, y que es difícil distinguirlos de nuestros militares. Sí, sólo Dios sabe dónde estaré mañana con dos huerfanitos. Díganos pues, ¿qué es lo que falta para que esta tragedia figure entre los actos constitutivos de crímenes que dependan de su Corte? ¿Deberemos también nosotros salir a las calles, como nuestros hermanos de Kinshasa, ir a los campos, y empezar también a darles caza a los degolladores y a degollarlos, si los agarramos? ¡Sí, Señora Fiscal, también nosotros somos capaces de vengar a los nuestros y de responder a la espada con la espada! ¿Es eso lo que espera usted para que, sintiéndose conmovida en sus entrañas de madre, decida intervenir?

Señora Fiscal, mi cólera es la misma de toda una población que ha perdido toda esperanza y confianza en sus dirigentes. Como yo, la mayoría llevan una vida nómada, expulsados de sus campos. Y dicen que estamos sólo al inicio de un movimiento de invasión que no ha hecho más que empezar. Miles de personas han visto a sus esposas, esposos, hijos, hermanos y hermanas, asesinados, degollados o reventados… Como yo, han caído en depresión. ¡Como yo, sus corazones arden de rabia!

PS: Mis vecinos me trataron de loco cuando les enseñé mi carta y les dije que tenía la intención de ir a visitarla a usted en persona. Parece que el billete para ir donde usted cuesta los dos ojos de la cara. Si éste es el caso, comprendo por qué nunca se escucha el lamento de un pobre. Mientras discutíamos, me vino a visitar un estudiante. Me asegura que me va a ayudar y que él se la hará llegar. Por favor, Señora Fiscal, tenga la bondad de acusar recibo por la radio de la Monusco. Nunca me duermo sin escucharla, aunque tengo que reconocer que no siempre dice la verdad.