Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Que Dios nos perdone»

Un descenso bendecido a los infiernos

Se dice que las comparaciones siempre resultan odiosas pero, visionado el filme de Rodrigo Sorogoyen, no he podido evitar que me asaltara cierto malestar debido a la injusticia que ha padecido en las taquillas la ópera prima de Raúl Arévalo “Tarde para la ira”, un thriller perfecto en su ejecución que, lamentablemente, no ha contado con un respaldo como el que ha tenido el de Sorogoyen –un paseo relativamente triunfal en Zinemaldia y el respaldo de la maquinaria promocional de Atresmedia–. Dejando a un lado este obligado recordatorio, lo que el autor de la muy interesante “Stockholm” nos propone en esta ocasión es un thriller que sigue la estela de “Seven”, de David Fincher, sobre todo en lo concerniente a los límites a los que deberán llegar la pareja de policías en su empeño por atrapar a un asesino sicópata y en la atmósfera malsana en la que se desarrolla dicha cacería. Visto que hoy en día resulta muy difícil sorprender al público con una trama de estas características, la opción elegida por la pareja de guionistas conformada por Isabel Peña y el propio Sorogoyen ha resultado ser la más coherente y acertada: potenciar los personajes. Este es precisamente el gran valor de la película, el diseño de una pareja de policías llevados al extremo de la cordura y en el que destaca la fiereza brutal del agente encarnado por Roberto Álamo, el cual parece salido de esas demoníacas comisarías de Los Ángeles que tan bien ha retratado en sus novelas James Ellroy. Su compañero de reparto tampoco se queda atrás, ya que Antonio de la Torre, al igual que en la anteriormente citada “Tarde para la ira”, se revela como el mejor actor de carácter de la filmografía del Estado español a la hora de meterse en la piel del policía tartamudo. Es una lástima que el argumento del filme no haya estado a la altura de estos personajes, sobre todo en una recta final que trastabillea.