Raimundo Fitero
DE REOJO

Mannequin

No pasa día sin que se nos muestre en uno o varios canales, en una o varias redes, el último, el más grande, el más caro, el más sexi “Mannequin Challenge”. ¿No saben qué es? Pues es un vídeo grabado generalmente por cámara de teléfono móvil en que aparecen muchas o pocas personas estáticas, quietas, como si fueran maniquíes, en actitud de haber sido congelados. Están simulando hacer algo, como jugar al baloncesto, pero se han quedado parados, inmóviles. Esa es la gracia. Esta es la moda actual. ¿Para qué sirve? No se sabe. Es lo habitual en esos tiempos, hacer cosas que se nos presentan como irrenunciables sin saber por qué, ni para qué lo hacemos.

La televisión es precisamente el desiderátum de esta actitud. ¿Por qué, para qué la encendemos nada más llegar a casa? No sabríamos contestar, o contestaríamos vaguedades, frases sin sentido, justificaciones, porque somos adictos y nos parece que nuestra vida sin ver uno de los miles de anuncios de automóviles o de tertulias paralizantes de los procesos intelectuales y de racionalización de los asuntos políticos no tiene sentido. Encendemos la televisión porque es un hábito. Atendemos a sus contenidos para evadirnos o escuchar voces que peleen con las otras voces que suenan en nuestra cabeza.

Es como vivir una vida paralela, una vida como la de la familia real, totalmente irreal, totalmente ficticia. Tenemos cientos de amigos que no hemos visto  nunca, conocemos los desamores de personas que no son ni reales ni ficticias, son personajes televisivos que es una hibridación; votamos por incentivos de individuos sin un gramo de inteligencia política que se apoderan del discurso por su presencia constante en la tele. El parlamento español hizo un  “mannequin challenge” de raigambre decimonónica.