Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
LAURENT BINET
ESCRITOR

«El género policiaco tiene un carácter estructuralista y, a la vez, semiótico»

Nacido en París en 1972, con su primera novela, «HHhH» (donde reconstruía la llamada Operación Antropoide que acabó con la vida del nazi Reinhard Heydrich) obtuvo en 2010 el Premio Goncourt. De confrontarse con el relato histórico ha pasado a transgredirlo en su segunda obra, «La séptima función del lenguaje» donde, en clave humorística, reflexiona sobre el poder de la palabra.

El 25 de febrero de 1981, Roland Barthes semiólogo y padre de la crítica estructuralista, fue atropellado por una furgoneta. Un mes después moría en un hospital parisino. Este hecho le sirve a Laurent Binet para armar un fascinante relato policiaco donde descodifica el funcionamiento de los principales centros de poder político e intelectual en su ambición por poseer el secreto de la función retórica. Detrás de ese anhelo está la convicción filosófica de que quien logre dominar el lenguaje, conseguirá dominar el mundo. En su nueva novela se mezclan personajes reales y ficticios, hechos históricos y especulaciones, en gozosa armonía.

Tras el formidable éxito que obtuvo con su primera novela ¿no le resultó problemático afrontar la escritura de «La séptima función del lenguaje»?

Si el éxito es un problema ¡bendito problema! (risas). Sé a lo que te refieres, pero al final uno no puede responsabilizarse de las expectativas que se generan en torno a su obra. Como mucho, puede esforzarse en contrariarlas, de ahí que con esta segunda novela quise ofrecer a los lectores una especie de contrapartida a lo que proponía en “HHhH”. Si en aquella obra asumí, en primera persona, las paradojas que supone penetrar en la verdad histórica, aquí me he permitido el lujo de falsear la historia, de matar a personajes que están vivos, de resucitar a otros que están muertos, de convertir un accidente en un asesinato. Quise penetrar en eso que Umberto Eco denominó Historia Contrafactual y que los puristas de la ciencia ficción definen como ucronía, es decir jugar a especular con qué hubiera pasado si…

En «HHhH» usted apelaba a su propia responsabilidad como autor en la reconstrucción del relato histórico. Pero en esa propuesta de relato alternativo que plantea en «La séptima función del lenguaje», ¿no hay acaso una mayor responsabilidad en la conversión de personas reales en personajes literarios? ¿Cómo ha gestionado, en esta ocasión, esas exigencias?

Los vínculos entre realidad y ficción plantean toda una serie de preguntas que me parece interesante y pertinente abordar, pero en esta ocasión, como autor, no he querido participar de ese conflicto sino que lo he desplazado hacia los personajes, de tal modo que esas exigencias a las que aludes vienen del interior mismo de la novela. En mi opinión, cuando una historia está escrita como ficción no cabe hablar de traición a la memoria de sus protagonistas pues en ningún momento se está apelando a la verdad sino que se está planteando una hipótesis. Por ejemplo, “La conjura contra América” de Philip Roth, que es una novela que me encanta, no busca construir una verdad alternativa sino articular un juego de especulación.

¿Qué encuentra de atractivo en ello?

Pues la posibilidad de combatir esa angustia existencial, ese sentido de la fatalidad que nos embarga ante la evidencia de la muerte. En “HHhH” me enfrenté a la imposibilidad de cambiar la Historia porque esta no es otra cosa que una sucesión de hechos consumados. El único modo que tenemos de revertir el curso de los acontecimientos y de combatir el fatalismo es soñar y creo que todo escritor es un soñador. 

¿Todos los personajes reales que aparecen citados en el libro y que aún sobreviven han aceptado ese juego de buen grado?

Tanto Phillippe Sollers como su círculo de afines han criticado el libro pero no porque se hayan sentido injuriados, de hecho son perfectamente conscientes de que la novela está escrita en un registro no realista. Como tal, no pueden acusarme de haberles difamado haciéndoles partícipes del asesinato de Roland Barthes, porque no hubo tal asesinato. Lo que creo que les haya podido molestar es la ridiculización que acometo de sus perfiles públicos.

A la hora de formular ese juego de conjeturas, ¿por qué se decidió por una figura como la de Roland Barthes? ¿Qué atractivo le encontró como personaje histórico?

De entrada su trabajo en el campo de la semiología y su labor como crítico e intelectual ya me parecían lo suficientemente interesantes como para indagar en su personalidad, pero es que, además, su muerte, estuvo salpicada de elementos novelescos. Cuando fue atropellado por aquella furgoneta, venía de almorzar con François Mitterrand, que siempre fue un personaje bastante intrigante y, por lo demás, en el momento de ser trasladado al hospital no se halló en su poder documentación alguna. Esas circunstancias me permitieron reconducir la historia de Barthes hacia un escenario de novela policiaca donde la propia lógica interna del relato te conduce inexorablemente a la búsqueda de un móvil que justifique la muerte.

Y es ahí donde aparece, a modo de santo grial, el arcano de la séptima función del lenguaje. Pero dígame una cosa, ¿esta no estaría realmente en el espíritu de todo escritor? ¿Cuando uno escribe no lo hace acaso para convencer?

No, yo creo que no. Si hemos de hacer caso a la clasificación propuesta por Roman Jakobson sobre las funciones del lenguaje, los escritores trabajamos, sobre todo, la función poética. La séptima función del lenguaje, que sería la función retórica, no existe como tal, se trata de una abstracción sobre el poder de la palabra o, mejor dicho, sobre el poder a secas ya que quien domina la palabra puede controlar, en teoría, voluntades ajenas. Pero no creo que esa sea la misión de un escritor.

¿Usted no cree entonces, como defienden los partidarios de la ‘french theory’, que quien posee el lenguaje lo posee todo o, dicho de otra manera, que la semiótica es la madre de todas las ciencias?

Quien posee el lenguaje no, quien verdaderamente domina su uso. Esa es la razón de ser de la llamada función retórica. En este sentido la semiótica, sin que quepa concederle una consideración tan elevada, sí que es un mecanismo de defensa muy poderoso contra la retórica. La retórica es el uso del lenguaje con fines manipulativos, la semiótica lo que busca es describir su funcionamiento.

Haciendo un símil parecido, ¿piensa que el policiaco es el padre de todos los géneros literarios?

Es cierto que el género policiaco tiene un carácter estructuralista y, a la vez, semiótico. Por una parte, para cultivarlo, estás obligado a armar un relato donde todos los elementos que lo conforman encajen de manera precisa. Por otro lado, en la medida que toda trama policial gira en torno al desciframiento de unos signos, a su correcta interpretación para llegar a entender algo, se trata del tipo de narración más básica que existe.

La más básica pero también la más placentera, ¿no?

¿Me lo preguntas como autor o como lector? (risas). En cualquier caso yo escribo para disfrutar y para, a su vez, generar placer en el lector y la novela policiaca en tanto basa su encanto en la revelación de una verdad oculta, procura ese goce, que es un goce no banal. Porque mientras escribes o lees un relato policiaco vas asumiendo cómo funcionan las cosas y eso es siempre fuente de aprendizaje. Creo que, en este sentido, “La séptima función del lenguaje” está muy vinculada a Umberto Eco y a “El nombre de la rosa”.

La influencia de Eco es tan clara que incluso se permite, a modo de homenaje, introducirlo como personaje en la trama. Pero, ¿de qué otras fuentes ha bebido a la hora de articular esta novela?

Mi idea era que cada uno de los bloques de “La séptima función del lenguaje” estuviera bajo el influjo de un personaje. El arranque de la novela, todo lo que se refiere a la muerte de Barthes y a la semiótica pretende ser un homenaje a la obra de este autor. Luego la parte ambientada en Bolonia está claramente dominada por la figura de Umberto Eco. Cuando la acción se traslada a EE.UU quise que quedase imbuida de la filosofía de Jacques Derrida aunque también me permití un guiño a Conan Doyle y a “El perro de los Baskerville”.  La parte de Venecia tiene como protagonista a Phillippe Sollers y, cuando la acción regresa a Paris, la sombra de Mitterrand cubre la parte final del relato. Esa era al menos mi pretensión inicial, luego la verdad es que me ha salido una historia que es una mezcla de novela picaresca y aventura de James Bond (risas).

El hecho de ambientar el relato en 1981, que fue una época de gran convulsión política en Europa y en el Estado francés, con un Mitterrand dispuesto a cambiar el curso de la historia, me imagino que no fue casual.

Me interesa evocar el pasado a la luz del presente y lo que está claro es que aquellos fueron unos años de transición política e intelectual en muchas naciones europeas, fue un período vibrante y como tal muy interesante desde el punto de vista literario. Pero mis motivaciones en ese sentido son ambiguas, no tengo muy claro si mi novela puede leerse como testimonio de una época.

«Tengo claro que cuando escribo lo que busco es comunicar una experiencia»

¿Para usted la literatura es un acto de comunicación?

Sí, sí que lo es, entre otras muchas cosas. Las funciones del lenguaje son complementarias. En los procesos de comunicación a veces se activa solamente una de esas funciones y otras veces  se ponen en marcha varias simultáneamente. Yo tengo claro que cuando escribo busco comunicar una experiencia, pero no sabría cuantificar el uso que hago de cada una de esas funciones a la hora de conseguir mi propósito.

¿Piensa que el pensamiento filosófico pueda ser asumido como un proceso de creación literaria?

No. A ver, la literatura es una herramienta que como tal puede ser puesta al servicio de causas nobles como la política, el arte o también la filosofía. Por ejemplo, en la obra de Nietzsche hay un uso muy acusado de la función poética pero ésta no queda subordinada a la creación literaria, sino a la expresión de su propia visión del mundo.  .

 

Le preguntaba esto porque en su novela tiende a ironizar sobre la trascendencia de ciertos pensadores que, durante años, constituyeron la vanguardia de la intelectualidad francesa y para los que la filosofía entraba de lleno en la categoría de lo literario atendiendo, precisamente, al uso de la función retórica.

Lo más curioso es que ese pensamiento se fragua en el ámbito anglosajón a partir de una reinterpretación muy particular de lo que ellos denominaron la ‘french theory’. De tal modo que, sobre todo en los departamentos de lingüística de ciertas universidades estadounidenses, comenzó a extenderse la idea de que el éxito de cualquier sistema de pensamiento se fundamenta en el lenguaje. Pero yo creo que la defensa de esos postulados únicamente responde a la necesidad de arrogarse la fortaleza necesaria para justificar una posición de liderazgo en quien los formula. J. I.