Beñat ZALDUA

Jamás fue inmediata la Declaración de independencia

Cada caso responde a su contexto local y a su momento histórico, pero un vistazo a los últimos procesos independentistas exitosos en Europa muestra que siempre ha habido un periodo de unos meses entre referéndum y proclamación de independencia.

El 20 de febrero de 1991 el Parlamento de Eslovenia aprobó iniciar el proceso de «disociación» respecto a Yugoslavia, de la cual se comprometía a seguir formando parte durante un máximo de seis meses. Una declaración de independencia en diferido. Dos meses antes, el 23 de diciembre de 1990, los eslovenos habían decidido en referéndum constituir un Estado.

Fue meses después, el 8 de mayo, cuando el Parlamento aprobó una Declaración de Disociación, que la propia cámara eslovena acordó que se haría efectiva el 26 de junio, seis meses después de la celebración del plebiscito. Conviene retenerlo en la memoria antes de que las prisas lleven a alguien a devaluar el actual escenario catalán.

Finalmente fue el 25 de junio cuando Eslovenia proclamó su independencia y, eso sí, tomó inmediatamente el control de las fronteras –la guerra duró diez días–. La Comisión Europea y EEUU, que diez días antes habían asegurado que jamás reconocerían la independencia, apenas tardaron seis meses en hacerlo. En 2008, Eslovenia asumió la presidencia rotatoria de la Unión Europea.

Los ejemplos bálticos

Sin guerra ni lucha militar por el territorio de por medio, los ejemplos de Lituania, Letonia y Estonia tienen también lecciones a tener en cuenta en el caso catalán. En un inicio, el liderazgo de las tres pequeñas repúblicas lo llevó Lituania, donde la Asamblea aprobó el 11 de marzo de 1990 la «Declaración de restablecimiento de Independencia del Estado de Lituania».

El embargo económico y las amenazas de Moscú, sin embargo, llevaron a las autoridades lituanas a suspender cautelar y temporalmente la declaración, abriendo una etapa para el diálogo con una URSS que Gorbachov creía poder reformar. No existió tal negociación y Moscú optó, en enero de 1991, por intervenir militarmente y tomar el control de la radiotelevisión lituana. Sin embargo, no consiguieron controlar el Parlamento, defendido por una masiva manifestación ciudadana. Un mes después, el 9 de febrero, los lituanos votaron masivamente a favor de la independencia en referéndum y, dos días después, el Parlamento ratificó la independencia. Sin embargo, pese al inmediato reconocimiento de Islandia y Dinamarca, esta no fue efectiva hasta el 20 de agosto, tras el fallido golpe de Estado contra el último intento de Gorbachov por reformar la URSS.

Los tempus fueron parecidos en Estonia, donde la primera declaración de independencia llegó el 8 de mayo de 1990, aunque en un tono menor al caso lituano –se mantenía la Constitución soviética–. Moscú, sin embargo, no reconoció la independencia, que fue masivamente apoyada por la ciudadanía en el referéndum celebrado el 3 de marzo de 1991 –dos días antes del referéndum soviético sobre el futuro de la URSS, en el que los países bálticos ya no participaron–. Tras el golpe de Estado, Estonia proclamó la independencia el 20 de agosto de 1991. También Letonia siguió este camino para llegar a convertirse en Estado.

El contexto es diferente ahora en Catalunya. Para lo bueno y para lo malo, España no tiene nada que ver con la URSS ni con Yugoslavia. Sin embargo, en todos los casos se ve cómo los ritmos se fueron adecuando a la situación concreta y cómo nunca fue inmediata la independencia efectiva de ningún país. Pero el mejor ejemplo, probablemente, sea el de Escocia, donde, con un referéndum acordado, se preveía un periodo de 18 meses para proclamar la independencia.