Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «¡Lumière!, comienza la aventura»

Las imágenes en movimiento que hicieron historia

La sensación que se tiene al redescubrir el nacimiento del cinematógrafo hace ciento veintidós años es exactamente la misma que de niño al asistir a la primera proyección en la sala oscura. Es algo mágico, que deslumbra más por sus posibilidades creativas que por su explicación científica. Por eso “Lumière!, l’aventure commence” apela a los sentidos en una visión idealizada de nuestro pasado, y yo diría que hasta purificadora. Thierry Frémaux, chovinismos a un lado, no pierde el tiempo discutiendo sobre si los hermanos Lumière fueron realmente los inventores del séptimo arte, o si la guerra de patentes impuso una comercialización ya desde sus mismos orígenes. Deja bien claro que no se trataba de un simple avance técnico, y que iba mucho más lejos al desarrollar un lenguaje visual con su propia narrativa seminal.

Todo comenzó en 1895 con “Salida de los obreros de la fábrica en Lyon Monplaisir” de forma instintiva, porque básicamente se trataba de captar imágenes en movimiento a partir de los principios químicos de la fotografía. Pero aquellos personajes estaban dotados de vida y destinados a conectar con la memoria del espectador a través de los tiempos, formando parte ya de una dinámica imparable. Bastaba entonces un rollo de película en 35 mm para contar nuestra realidad en 50 segundos, y esos cortos han sido reunidos en un trabajo de montaje que completa una antología con 108 títulos restaurados de los 1422 existentes.

La primera cámara-proyector de los Lumière no tenía visor, por lo que los operadores como Alexandre Promio y Gabriel Veyre funcionaban por pura intuición, hallando constantes soluciones en travellings o ángulos improvisados, junto con los trucajes ópticos artesanales. Viajaron por todo el mundo en plena época colonial, acercando culturas que el pueblo llano desconocía por completo. La década milagrosa culminada en 1905 cambió la visión de las cosas.