Conozco muy bien la orden de las Vicencianas, porque de parvulito, que era lo que ahora se llama preescolar, me tocó aprender con ellas a cantar el “Venid y vamos todos con Flores a María”. Si algo caracterizaba en el pasado a las Hijas de la Caridad era su inconfundible toca alada, en la actualidad sustituida por una más discreta y sencilla pegada a la cabeza de color azul marino. Aquella gran toca almidonada, con las puntas más tiesas que los cuernos del diablo, hacía que se las conociera popularmente entre nosotros como las “txapelaundis”. Pues bien, en la película “Red de libertad”, que se dice bien documentada, resulta que nos aparecen con la toca alicaída, tal vez por falta de almidón dentro de las limitaciones presupuestarias de tan cristiana y pobre producción. El que la pobreza sea una desgracia, o por el contrario toda una virtud, depende en terminos cinematográficos del talento e imaginación puestos en el empeño, y que por la presente brillan por su ausencia. El argumento de la película nos quiere convencer de que la verdadera Sor Helena Studler fue una mujer muy ocurrente, que se las supo ingeniar para burlar al invasor nazi y liberar a un gran número de prisioneros en Fort De Queuleu, cerca de la localidad de Metz, donde las religiosas tenían establecida su comunidad dedicada al cuidado de niños, ancianos y enfermos. Pero las actuaciones piadosas que le llevaron a colaborar con la Resistencia están contadas sin la astucia y el don de la oportunidad que deberían contener a raudales.

Sin necesidad de insistir en la falta de medios, no se puede si no hacer constar el nulo brío con el que se han intentado resolver en vano las secuencias bélicas, las cuales no van más allá de simples escaramuzas con unos cuantos extras mal uniformados. Cuando se pasa de la acción al drama histórico la cosa pinta todavía peor, debido a la total ausencia de ambientación o casting francófonos.