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Kosovo celebra diez años de una soberanía aún en construcción

Kosovo celebra los diez años de su proclamación de independencia, una soberanía aún en construcción, rechazada obstinadamente por su minoría serbia y por Belgrado, marcada por la inestabilidad y corroída por la corrupción y las divisiones políticas que lastran su economía. Cinco socios de la UE siguen sin reconocer al joven Estado kosovar.

Kosovo celebró el décimo aniversario de su declaración de independencia ayer, día de orgullo nacional para los albanokosovares, aunque los serbios siguen rechazando su soberanía. Los colores amarillo y azul de su bandera –junto al rojo de las de Albania– llenaron las calles de su capital, Pristina, engalanadas para un fin de semana de celebraciones, incluido el concierto anoche de la cantante de pop británica Rita Ora, nacida en la capital kosovar, uno de los actos lúdicos principales en la víspera de las celebraciones institucionales que tendrán lugar hoy en el Parlamento con su sesión solemne y en la recepción y discurso del presidente de Kosovo, Hashim Thaçi.

Después de una década de independencia, Kosovo no divisa aún la deseada entrada en la Unión Europea (UE), no solo por la falta de reconocimiento de su soberanía por parte de cinco de sus socios, entre ellos el Estado español, sino también por la corrupción y la división política que lastra su economía y a convertido al joven país en uno de los lugares con mayores desigualdades de toda Europa.

Pero Pristina, capital de este Estado de 1,8 millones de habitantes, no pierde la oportunidad para reafirmar su soberanía, reconocida por unos 115 estados, entre ellos 23 de los 28 miembros de la Unión Europea, así como Estados Unidos, su firme valedor. Aunque con un creciente distanciamiento de las nuevas generaciones respecto al logro de sus mayores en la guerra, pues ya son sólo adultos y niños quienes enarbolan las banderas.

«Deseo de vivir libres»

«Kosovo personifica el deseo de los ciudadanos de vivir libres», afirmó ayer su primer ministro, Ramush Haradinaj, durante una reunión del Gobierno. Aunque reconoció que las autoridades no han respondido por completo a las expectativas de creación de un Estado moderno.

«No, no, nuestras expectativas no se han cumplido, o se han cumplido muy poco», afirmó Pashk Desku, de 66 años, profesor jubilado. «Los problemas nos persiguen, me temo que en lugar de mejorar, las cosas empeoren», agregó.

Pero donde vive la minoría serbia no hay nada que celebrar, guardan lealtad a Belgrado, aunque ahora cuentan con diputados en el Parlamento y ministros en el Gobierno kosovar. Con el apoyo de Rusia en la ONU, el Gobierno de Belgrado lleva a cabo una batalla diplomática para que Naciones Unidas y varias instituciones internacionales cierren sus puertas a su antigua provincia albanesa.

Ese rechazo categórico limita el ejercicio de la soberanía en la totalidad del país, como es el caso de Mitrovice, en el norte, una ciudad que sigue dividida casi dos décadas después del fin de la guerra entre fuerzas serbias y separatistas albanokosovares del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), que dejó 13.000 muertos entre 1998 y 1999.

Un acuerdo para normalizar las relaciones contempla un estatuto para las municipalidades donde vive la minoría serbia, estimaba en 120.000 personas. Pero no se ha trazado ningún plan, pues Pristina rechaza firmemente cualquier proyecto de autonomía. «La integridad territorial de Kosovo es intangible, indivisible e internacionalmente reconocida», advirtió el Thaçi esta misma semana.

Las relaciones entre Pristina y los países occidentales se han tensado desde hace un año y su voluntad de dotarse de manera unilateral de un Ejército fue recibida con distancia en Europa.

La seguridad de Kosovo sigue en manos de la OTAN.

Fracaso económico

Los aliados occidentales de Kosovo insisten en que es necesario avanzar en algunos puntos. Según un informe de 2016 de la Union Europea sobre Kosovo, la corrupción «prevalece en varios sectores y continúa siendo un problema grave».

Con la resolución de una disputa fronteriza con Montenegro, la Unión Europea exhorta a que se establezca un estado de derecho que cumpla con sus criterios como para liberar los visados. Para los kosovares es una prioridad, pues cerca de un tercio de la población (700.000, según estimaciones) viven en el extranjero y aportan remesas cruciales para este país, uno de los más pobres de Europa.

 

La normalización de relaciones, el gran desafío

Una década después de su declaración unilateral de independencia de Serbia, el principal desafío que afronta Kosovo es la normalización de sus relaciones con Belgrado, que no reconoce su soberanía. La opinión de la mayoría de los serbios se lee en las paredes del país y se escucha en los estadios: «Kosovo es Serbia».

Observadores políticos temen que este conflicto pueda permanecer sin solución por décadas ha crecido tras siete años de negociaciones entre Serbia y Kosovo y reclaman un «acuerdo histórico» de buena vecindad para evitar situaciones como las de Palestina o Chipre.

Hace unos días Alemania subrayó que Serbia tendrá reconocer a Kosovo para entrar en la UE, cinco de cuyos miembros no lo han hecho aún, pero su presidente, Aleksandar Vučić, dijo no estar dispuesto a aceptar esa condición, y ayer mismo, el ministro de Exteriores , Ivica Dačić, reiteró que sin un acuerdo con Serbia no habrá solución del problema de Kosovo y su reconocimiento internacional».GARA