Antonio ÁLVAREZ-SOLÍS
Periodista

Los perros

He necesitado cuarenta años en el exilio de Madrid para darme cuenta de la grandeza del perro. Ayer, como siempre «a prima», salí con Tadeo, Lotta y Tábata al pradillo que tengo en mi retiro para esperar a los gorriones que comen a mis pies, sin miedo. Los perros los persiguen para jugar y los pájaros dan un pequeño salto para seguir con su alpiste. Vivo mi pequeño “Himno al Sol” que escribió para mí el monje paduano. Luego me recojo y estudio con calma y lapicero acerca de la libertad y la radical igualdad del hombre, como si fuera un paduano fraile rojo o un Agustín a quien el Espíritu dijo: «Ama y haz lo que quieras». Desayuno algo para apaciguar mi parkinson y escribo el papel de GARA. Junto a mí no hay guardia civil, ni juzgado y el Ayuntamiento duerme junto a la comunidad con unas banderas resignadas y una funcionaria que envía papeles a la capital. Pongo poco la televisión y me parece exceso. Veo un país pidiendo cárceles, jueces alzados sobre su soberbia, diputados que no diputan y mujeres y jubilados que caminan en apretadas manifestaciones para pedir igualdad y pan. A veces Tadeo me da una patada para que le abra la puerta al pradillo. Hace pipí y yo leo a Hans Küng, el teólogo del hombre, sobre «la alienación, la esclavitud y la necesaria redención del hombre». Seguiré en la batalla. Luego hago mis deberes con Marx. Dios existe.