Tras la manifestación del sábado, era preceptivo un paseo dominical por los medios y las redes que estaban muy activos, unos para cubrir la manifestación y otros para encubrirla. Hubo titánicos esfuerzos para poder editar una fotografía en la que pareciera que se habían manifestado docena y media de personas. Un buen recorte siempre ayuda, pero ya es mérito. Alguien debería aprobarles un máster en algo.

Como una imagen vale más que mil palabras salvo cuando no vale, era hora de pasar a los argumentos; a los de peso: la mayoría de los manifestantes era de fuera. ¿De fuera de dónde? ¿De fuera de qué? ¿De fuera de Altsasu? Sí: varias decenas de miles de personas. ¿De fuera de este juicio, de lo que representa, de lo que significa? No. Nadie estamos fuera, ni de sus implicaciones, ni de sus consecuencias. No se está juzgando a unos jóvenes, no se está juzgando una trifulca, y tampoco una agresión. Y si por juzgar entendemos un procedimiento con garantías, tampoco se está juzgando. Se está queriendo demostrar quién tiene el poder y cómo puede utilizar todas sus baterías, lo fácil que es, lo fácil que lo tienen. Se está queriendo hacer valer un orden. Un orden viejo, oscuro, opaco. Altsasu no es un lugar, es una advertencia. Ni los que estuvimos, ni los que no pudieron estar, ni los que no quisieron estar, somos de fuera.