EDITORIALA
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Declive del G7, síntoma de una crisis muy profunda

Este fin de semana se celebra en Canadá la cumbre del G7. La reunión viene marcada por las desavenencias entre sus participantes, fundamentalmente a causa de la reciente subida de aranceles a la importación de acero y aluminio en Estados Unidos. La medida ha provocado la airada respuesta de sus hasta ahora socios y aliados, y amenaza con desatar una guerra comercial a gran escala en todo el mundo.

Este grupo informal de países con un importante peso económico y político, y en menor medida militar, se reúne desde hace más de 45 años para discutir y acordar las líneas estratégicas de actuación en diferentes campos. Para esta cumbre habían preparado una agenda con cinco temas que incluían el medio ambiente, un crecimiento que beneficie a todos, la igualdad de género, los puestos de trabajo del futuro y la construcción de un mundo en paz y más seguro. El actual contexto de enfrentamiento no augura ningún acuerdo de entidad, al menos entre todos los participantes. El declive de este grupo, informal pero poderoso, no es más que el reflejo de los cambios que se están produciendo en el mundo, en el que las instituciones internacionales continúan perdiendo peso e influencia por los continuos desplantes de Estados Unidos, aunque también han aportado su granito de arena las actuaciones unilaterales de otros integrantes del G7. El ascenso de nuevas potencias, especialmente de China, y los movimientos para reducir su influencia han desgastado todavía más el marco internacional. Y los excesos de una globalización que iba a traer una prosperidad nunca alcanzada pero cuyo resultado más tangible ha sido un empobrecimiento generalizado de la clase trabajadora han terminado por dar la puntilla al orden internacional.

La crisis de las instituciones multilaterales, formales e informales, nos aboca a un mundo mucho más inseguro, impredecible e ingobernable, un contexto complicado para los pueblos que luchan por recuperar su soberanía.