Ramón SOLA
DESDE LA GATERA DEL CALLEJÓN

Dos maneras de ver la vida y la muerte

Va tan tranquilo el ciclo de encierros sanfermineros que el debate ha resurgido con mucha fuerza en todo tipo de foros y tribunas: ¿se está convirtiendo la carrera imprevisible y divertida de antaño en un sucedáneo predecible y monótono? La discusión pivota principalmente sobre el antideslizante que hace ya trece años marcó un antes y un después, pero tiene otros muchos elementos añadidos paralelos, desde la preparación específica de los toros a las limitaciones puestas a los corredores.

En lo sustancial no hay duda: estos encierros nada tienen que ver con aquellos de choques en la curva, manadas rotas, toros sueltos y pánico a las cornadas. Efectivamente se parecen más a una prueba deportiva con bípedos y cuadrúpedos atléticos, en la que se miden tiempos y hasta pulsaciones a costa de cargarse sensaciones y emociones. ¿Es decepcionante esto? Obviamente sí para quienes prefieren lo natural y están dispuestos a asumir ese plus de riesgo. ¿Y es reversible? Pues seguramente no, como ocurre con tantas innovaciones tecnológicas que se demuestran a diario más perniciosas que beneficiosas pero siguen ahí.

Las instituciones deciden sobre el encierro y aquí no hay diferencia entre derechas e izquierdas ni entre vascos y españolistas: todas incluyen en su responsabilidad minimizar riesgos para los corredores y saben además que esas medidas potencian la sostenibilidad de un acto que es la gallina de los huevos de oro sanferminera y que estaría más en peligro de desaparición si se dejara a su suerte.

Otra cosa es cada ser humano particular, hijo de su aita y de su ama, que vive como quiere y a veces también muere como decide, con el freno echado o acelerando. Porque el encierro es eso en el fondo, cuestión de exprimir la vida y esquivar la muerte, cada uno a su ritmo y manera.