Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Ana y Bruno»

El mayor hito en la historia de la animación mexicana

Bendecida por Guillermo Del Toro, presentada en Morelia entre aclamaciones y ganadora de los premios Quirino, “Ana y Bruno” es la película de animación más querida en México. Allí, la mayoría se siente muy orgullosa con el resultado final, porque siguieron durante diez largos e interminables años el tortuoso proceso de producción de este costoso largometraje, que en sucesivas ocasiones se vio suspendido por falta de financiación. Y lo cierto es que el cineasta Carlos Carrera llevaba toda la vida preparándose para dar el salto al largo dentro del género, desde que resultó premiado en Cannes con su cortometraje “El héroe” (1993), y aunque luego hizo algún corto animado más como “De raíz” (2004), tuvo que dedicar el grueso de su carrera a la imagen real, consiguiendo éxitos puntuales como “La mujer de Benjamín” (1991) o “El crimen del padre Amaro” (2002), esta última presentada en Donostia.

Creo que está de más, pero merece la pena insistir en que hay que ver “Ana y Bruno” en su versión original con las voces de un excepcional reparto mexicano, máxime en lo tocante a tipologías concretas con su gracioso deje popular, como el duendecillo verde Bruno o el niño callejero invidente. Y es que fuera de la galaxia Pixar es difícil encontrar guiones tan bien trabajados como este basado en la novela de Daniel Emil, con diálogos divertidos y un diseño de personajes lleno de encanto y diversidad. Con un plus para las creaciones fantásticas, gracias a que la niña protagonista es capaz de visualizar las alucinaciones de los pacientes del centro siquiátrico y los monstruos o fenómenos resultantes de las mismas.

Un manicomio puede parecer una localización demasiado sombría en una película apta para el público infantil, salvo porque “Ana y Bruno” es muy adulta en ese sentido y se atreve a tocar temas trascendentales con naturalidad, dejando a un lado las tendencias sobreprotectoras de la educación actual.