Dabid LAZKANOITURBURU
ELECCIONES EN ANDALUCÍA

Paisajes después de la batalla

Una semana después de las elecciones andaluzas, que han supuesto un terremoto con el descalabro de los partidos del bipartito (PSOE-PP), con el desplome de la izquierda (que pierde, por primera vez, la mayoría absoluta) y con la irrupción de la ultraderecha de Vox, analizamos la posición en la que quedan los principales actores políticos españoles.

Al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (PSOE) no le venía nada mal que la presidenta andaluza, Susana Díaz, se llevara un correctivo electoral tras haber decidido adelantar los comicios en un intento de desligar su suerte respecto a una eventual convocatoria de elecciones generales

Sánchez no olvida que Díaz fue, junto con los dinosaurios del partido y la cabecera de “El País”, punta de lanza de los sucesivos intentos, a la postre fracasados, de impedir a toda costa y con todo tipo de artimañas, que liderara el PSOE.

El actual inquilino de la Moncloa esperaba paladear cierta venganza, pero no semejante descalabro electoral. Con 400.000 votos menos, por debajo del 30% por primera vez desde 1979, y víctima de una desafección que ha dejado en casa a parte de su electorado tradicional (4 puntos más de abstención respecto a 2015, mayor incluso en sus feudos de Sevilla, Huelva y Jaén), el líder del PSOE ve seriamente comprometida su legislatura. Su entente con la izquierda en Madrid pierde por primera vez la mayoría absoluta en Andalucía y el desembarco de Vox le pone en una tesitura todavía más complicada con el soberanismo catalán.

Todo apunta a que Sánchez ha apostado por dar un salto adelante y que presentará unos presupuestos para intentar alargar lo máximo la legislatura. El problema es que el espejo de Andalucía le deja escaso margen y parece dar la razón a los que desde un principio describieron su Presidencia como una sucesión de efectistas mensajes electorales, apoyada además demoscópicamente por un CIS dirigido por el «socialista» José Félix Tezanos y que, a fuerza de no cocinar las encuestas, simplemente las está quemando, como ha quedado en evidencia esta última semana.

Pese a unos resultados no menos catastróficos, el presidente del PP, Pablo Casado, sale reforzado a corto plazo tras haber logrado evitar el anunciado sorpaso de Ciudadanos (Cs).

Sin obviar que, en teoría, la suma de centro-derecha, extrema-extrema y derecha puede llevar a su candidato a la Presidencia de la Junta, Casado podrá imputar, en caso de que esa fórmula no cuajara, el fracaso a este último, Juan Manuel Moreno, aupado precisamente por su rival, Soraya Sáez de Santamaría, a ese puesto.

En esa línea, la irrupción de Vox puede darle la razón en la deriva ultra que Casado ha imprimido en el PP.

Pero ni todo ello puede hacer olvidar el desplome de su formación en Andalucía. El PP pierde 370.000 votos respecto a 2015 y cosecha la mitad de los que llevaron a Mariano Rajoy a la Moncloa en 2016. Lejos quedan aquellos comicios de 2012 en los que el PP dio el sorpaso al PSOE en Andalucía y empezó su lento pero imparable avance en las capitales de provincia andaluzas.

Sin su granero de Andalucía (y Catalunya) el PSOE no gana, pero con estos resultados el PP de Casado sigue teniendo un más problemático futuro.

Ciudadanos crece exponencialmente en Andalucía (sube 300.000 votos y 11 diputados) y tras su anterior éxito en Catalunya (fue la fuerza más votada en 2017, lo que ni impidió que se revalidara la mayoría absoluta independentista), parece superar el bache que sufrió en torno a las generales españolas como opción «regeneradora».

No obstante, la formación de Albert Rivera se queda con las ganas y la tercera posición, tras un PP que pone sobre la mesa sus cinco diputados de diferencia para reclamar la Presidencia en un eventual tripartito de derecha. Frente a ello, Cs aspira a arrebatársela reeditando el éxito del Partido de los Moderados en la famosa serie danesa “Borgen”. Como Birgitte Nyborg, Juan Antonio Marín exige que izquierda y derecha (PSOE-PP) neutralizados recíprocamente, le voten y le den la llave del Palacio de San Telmo en Sevilla.

Es sabido que ver mucha tele, o muchas series, no es bueno para enfrentarse luego a la cruda realidad, y nada puede edulcorar el dilema, incluso existencial, al que se enfrenta una fuerza política que, tras su nacimiento como reacción españolista en Catalunya, comenzó a crecer a costa del electorado más centrista del PSOE y que ha entrado de lleno en la actual pugna de la derecha española por el legado del Cid. Si acepta ser investido con el apoyo del PSOE y si accede al tripartito españolazo defraudará a una u otra parte de su electorado.

Adelante Andalucía no solo se muestra incapaz de absorber a los desencantados del PSOE sino que pierde la friolera de 280.000 votos, con lo que su condición de alternativa de gobierno queda seriamente tocada. El domingo por la noche Pablo Iglesias optó, como le ha recordado Íñigo Errejón, por bramar por la movilización contra el fascismo eludiendo sus responsabilidades, entre ellas sus zancadillas a la candidata Teresa Rodríguez (Anticapitalistas). La confluencia con Podemos parece, asimismo, no convencer a parte del electorado histórico de IU.

Finalmente, los resultados de Vox (no fueron 0-4 diputados, ni 4-6 sino ¡12 y 400.000 votos!) suponen un toque de atención no solo al PP, en cuyos caladeros de votos han cimentado los ultras su irrupción, sino incluso para el PSOE, que habría visto cómo una pequeña pero inquietante parte de su electorado (conocido como «falangista») se ha pasado a Vox.

Un aviso, en general, para el conjunto de la izquierda, que necesitará bastante más que la siempre necesaria movilización en la calle para afrontar el auge de opciones que, no se olvide, están en ascenso en todo el mundo, desde EEUU a Rusia pasando por la propia UE.

Las europeas están ahí, en mayo. Y quien piense que Vox es flor de un día o que se le gana con pancartas va listo.