Andrea OLEA
Damasco
GUERRA EN SIRIA

Drogas y fármacos para sobrevivir al horror

La guerra en Siria ha arrastrado de miles de personas, y no solo combatientes, a consumir drogas o fármacos que crean adicción para detener su dolor, físico o mental, y olvidar la violencia. O al menos hacer un paréntesis. Un problema que ha causado alarma.

«Empecé a tomar la peor... la peor de las drogas porque quería escapar de todos mis problemas», admite con lentitud Malaz al-Qassem desde el Hospital Ibn Rushd de Damasco, donde ingresó hace una semana para tratarse de su adicción a la heroína. «¿Sabes cuál es el problema? Que funciona».

Malaz al-Qassem tenía 19 años cuando entró en el Ejército, en 2010, para cumplir con el servicio militar obligatorio. A los pocos meses de iniciar el entrenamiento militar, estalló la guerra en Siria. «Así que lo que iba a ser un año y medio de servicio se convirtió en ocho», resume en un inglés fluido este joven alto y largirucho de barba cuidada y aspecto afable. A su alrededor, otra media decena de pacientes asisten curiosos a la visita de periodistas extranjeros mientras apuran sus cigarrillos en uno de los corredores del centro, uno de los pocos del país especializado en el tratamiento de adicciones.

Durante su tiempo en el Ejército, trabajó como conductor en varios frentes. «En la guerra solo se ven cosas feas.. necesitaba alejarme. Empecé con Tramadol y Oxicodona... y de ahí al resto», completa.

La historia de Malaz al-Qassem refleja un fenómeno ampliamente extendido en Siria: desde el inicio de la guerra, el país ha vivido una explosión en el consumo de drogas y fármacos legales para lidiar con el traumático día a día del conflicto. Y su uso no distingue entre bandos, clases sociales o edades.

Las heridas físicas y mentales de la guerra han arrastrado a millones de personas a consumir sustancias para detener el dolor y olvidar, aunque sea por unas horas, la violencia, los seres queridos muertos, un hogar reducido a escombros por las bombas, o su vida tal y como era antes de una devastadora guerra que se ha cobrado más de 550.000 muertos, obligado a huir del país más de 6 millones de personas, y dejado otros tantos millones de desplazados internos.

«Hemos detectado un aumento notable de las adicciones, especialmente entre los jóvenes», confirma Amal Sakko, directora del Hospital Ibn Rushd. El centro, que en 2013 abrió un servicio adicional para enfermedades siquiátricas, trata a unos sesenta pacientes diarios entre enfermos externos e internos. Muchos de ellos tienen problemas de adicción a fármacos, lo que en muchos casos ha agravado otras dolencias mentales.

La Oxicodona o el Tramadol, analgésicos que pueden conllevar una fuerte dependencia física y sicológica cuando se usan de forma prolongada, se han convertido en dos de los medicamentos más codiciados durante la contienda, por su bajo precio y su relativamente fácil acceso. El año pasado, se incautaron en Génova, Italia, más de 37,5 millones de tabletas del segundo fármaco cuando iban de camino a Siria. Aunque la Policía italiana considera que no todo el cargamento estaba destinado al país en guerra, el hallazgo denota la demanda exponencial de este tipo de medicamentos.

Otro de los internos, Sharif, de 35 años, explica con voz pastosa que empezó a tomar Broximal, un calmante, por sus problemas de ansiedad. «No podía dormir y mis amigos me recomendaron probarlo». Al final, recuerda este fabricante de narguiles (pipas de agua), podía tomarse más de 10 pastillas al día. «Se había convertido en una adicción. Decidí ingresar y tratar mi problema porque necesito tener un futuro», afirma este hombre de mirada huidiza.

La doctora Shakko achaca el problema de la creciente dependencia a una distribución indiscriminada de medicamentos en farmacias de todo el país desde el inicio de la contienda, y apunta a la necesidad de un mayor control gubernamental, aunque pronostica que las inspecciones aumentarán, ahora que lo peor de la crisis ha pasado.

Lina, farmacéutica que prefiere no dar su apellido por motivos de seguridad, comparte el diagnóstico. «Durante la guerra, el Gobierno dejó de controlar lo que se vendía y lo que no. Los médicos empezaron a recetar a destajo Tramadol y otros medicamentos sin advertir de su alto potencial adictivo», explica por teléfono desde Latakia, provincia mediterránea feudo del clan de Bashar al-Assad y uno de los principales centros turísticos del país. Aunque se trata de una zona en la que apenas se han dejado sentir los estragos de la guerra, miles de desplazados por el conflicto han acabado en sus calles, y es destino frecuente para uniformados de permiso entre campañas militares. «Hay muchas farmacias vendiendo, con o sin prescripción, sin importarle que la gente se enganche, porque da grandes beneficios», asegura la boticaria.

«A mi farmacia vienen sobre todo chicos jóvenes, muchos combatientes y heridos de guerra, pero también gente sin secuelas físicas. La adicción a calmantes, analgésicos, sedantes, relajantes musculares... ha aumentado muchísimo», dice. La gente pide pastillas como Clonazepan, Tramadol, Oxicodona, Nervan... Una caja de Tramadol no es nada cara, apenas cuesta un dólar», explica la farmacéutica, quien cree que se ha convertido en un problema de salud pública y recuerda que algunos colegas que se negaban a vender sin receta han llegado a ser amenazados con armas de fuego por algunos combatientes en pleno síndrome de abstinencia.

Si entre la población civil el consumo ha crecido, qué decir de los beligerantes. En ambos bandos, el uso de drogas es generalizado: el Captagon, poderosa anfetamina muy empleada en combate por la sensación de euforia que despierta, se ha hecho famosa en los últimos años, pero el consumo de alcohol, cannabis y otras drogas recreativas también es habitual. La porosidad de las fronteras por la disminución de los controles durante el conflicto han convertido Siria en centro de producción y al mismo tiempo de recepción de estupefacientes. «Aquí tienes todo lo que quieras, así que la gente toma de todo», resume Malaz, el joven exconductor del Ejército en rehabilitación.

Una generación crecida en la guerra

Hasta hace seis meses, cuando el Gobierno sirio recuperó definitivamente el control sobre Ghuta Oriental –en manos de grupos rebeldes desde 2012–, los habitantes de Damasco vivían en alerta permanente ante la caída de morteros provenientes de esta región situada en las afueras de la capital.

«Me duele la cabeza de no oír las bombas», bromea Firas (nombre ficticio a petición del entrevistado). Este cooperante de 30 años y su amiga Mira, en la veintena, forman parte de la generación cuya juventud ha transcurrido pareja a la guerra. «No es solo la violencia, es la falta de alicientes y de futuro. Aquí la gente joven trata de hacer cosas interesantes, pero se ha visto aislada del resto del mundo», concuerdan.

Apasionado del tecno, Firas explica que la música le ayuda a descargar la agresividad contenida, («mejor en la pista de baile que fuera, no?», dice con un guiño). Cuando mira alrededor, especialmente a sus amigos más jóvenes, recuerda que muchos tenían 13 ó 14 años cuando empezó el conflicto, por lo que este ha modelado una etapa fundamental de sus vidas. «Obviamente, mucha gente consume como vía de escape», confirma. La facilidad de acceso hace que, según él, haya niños de esa edad tomando analgésicos o calmantes para evadirse. «Imagínate cuando llegan a la universidad», apunta.

En los últimos años, dos amigos suyos fallecieron por sobredosis. «Uno tenía 19 ó 20 años, y era un superviviente; sus padres habían muerto y estaba a cargo de su tía. Se tomó 90 pastillas de Tramadol. Lo encontraron los vecinos pasados varios días, cuando empezó a oler. Otro colega, músico, también murió de sobredosis, aunque ese estaba metido en drogas duras», relata.

En otros lugares del país, especialmente en aquellos que han sufrido el paso del Estado Islámico o el asedio de las fuerzas del régimen, el consumo también se ha disparado. En Homs, controlada por las fuerzas rebeldes hasta primavera del año pasado y una de las provincias más castigadas por la guerra, un colectivo de voluntario, el Volunteer Addiction Control Team (VACT), trata de concienciar sobre los peligros del abuso de analgésicos con visitas puerta a puerta y en redes sociales.

A escala nacional, la ONG Nour, con apoyo del Ministerio de Sanidad y de Interior lanzará en breve una campaña, Hemayati (Mi protección), dirigido a estudiantes de institutos y universidades para prevenir el uso de fármacos y drogas recreativas. Alaa Khatib, unos de sus responsables, recuerda que el consumo ha subido notablemente entre los universitarios. «El problema se agrava porque las drogas llegan muy adulteradas, lo que las hace mucho más peligrosas», advierte.

Khatib explica que el Gobierno ha puesto en marcha un plan quinquenal para abordar este problema, que incluirá el envío de expertos a países de la región para estudiar la implementación de centros oficiales de rehabilitación, hasta ahora inexistentes en Siria, a excepción de unos pocos como el hospital Ibn Rushd.

Desde el centro, Malaz al-Qassem aspira a una segunda oportunidad. «Necesito quedarme un año, terminar mi tratamiento y ser capaz de acabar la carrera que estoy estudiando, Management». Después, no tiene ninguna intención de permanecer en Siria. «Quiero irme a Dubai. España me gusta y tengo muchos amigos allí, pero me han dicho que también hay mucha droga. Necesito alejarme de eso».