«Elegir hacer una película es ya una decisión política»
Si algo define el trabajo de Juliette Binoche (París, 1964) es la curiosidad. Ha trabajado a las órdenes de algunos de los cineastas más inquietos de Europa (Godard, Malle, Kieslowski, Techiné, Haneke, Assayas, Bruno Dumont, Claide Denis) y lo mismo ha acudido al llamado de Hollywood que al de directores como Kiarostami, Hou Hsiao Hsien o Naomi Kawase de la que ahora estrena «Viaje a Nara».

En “Viaje a Nara”, Juliette Binoche se pone al servicio de la singular poética que destila la obra de Naomi Kawase para ofrecer una interpretación imbuida de una extraña luminosidad a pesar de encarnar a un personaje atrapado en una espiral de dolor que confrontará su esencia con los misterios del bosque en el que se instala. Un trabajo que la actriz asume como una vuelta a los orígenes de su propio ser.
Naomi Kawase siempre confiere a la naturaleza una carga simbólica. ¿En qué medida la interactuación con esos escenarios en los que se rodó el filme alimentó su labor como intérprete?
Hay un componente alegórico en la manera en que Naomi retrata la naturaleza, es cierto, pero, al mismo tiempo, esta tiene un peso real sobre los personajes y sobre quienes los interpretamos. El hecho de rodar en un bosque, como el de Yoshino, cerca de Nara, generó en todos nosotros un conocimiento intangible pero auténtico, imposible de racionalizar en todo caso. Yo, personalmente, sentí una serie de emociones que no pensaba experimentar y que tienen que ver con la idea de regresar a los orígenes. Quienes habitamos en las ciudades, que son lugares construidos por el ser humano, estamos, en la práctica, desconectados de esa otra parte de nosotros mismos, en la que hay piedras, plantas, animales que pueden ser percibidos en clave simbólica, efectivamente, pero que en realidad forman parte de nosotros. Y de eso es de lo que nos habla Naomi en esta película, de volver a crear ese vínculo fundamental, porque la verdad es que, si no hacemos algo y de forma urgente, estamos abocados a un futuro bastante negro. Ya vemos cómo empieza a haber muchos cataclismos. Es preciso cambiar de actitud pues en caso contrario puede que, en breve, nos encontremos al borde de la extinción planetaria. Tenemos que dejar de ser sujetos pasivos, dejar de ser espectadores y convertirnos en actores; hay que despertar y conseguir que despierten los políticos y aquellos que tienen la capacidad de tomar decisiones al respecto.
En un momento dado de «Viaje a Nara», su personaje dice que hay una parte agresiva en el cerebro que ha evolucionado muy lentamente. ¿Eso serviría para explicar esa pasividad de la que habla a la hora de no reaccionar frente a las amenazas que se ciernen sobre el mundo en el que vivimos?
Esa escena que comentas constituye uno de los momentos de la película que más emoción me procuran. No es solo lo que dice mi personaje sino como lo expresa, como si se tratase de una confidencia, de una revelación. Esa reflexión está formulada casi como un susurro por parte de una mujer que tiene un bagaje vital importante sobre el oído de un joven que apenas empieza a vivir. Es casi como una súplica en el deseo de que aquel que es receptor de sus palabras no olvide nunca el significado de estas. Pienso, además, que en ese momento ella se está dirigiendo a la parte femenina de ese chico, a esa parte femenina que también se supone que deben de tener todos los hombres. “Viaje a Nara” no es una película perfecta, pero habla de cosas fundamentales como de la importancia de establecer conexiones emocionales a partir de lo que sentimos y percibimos. Creo que hay una especie de dicotomía entre el tener y el ser, y pienso que debemos revertir su alcance, tenemos que volver al ser; puede que la edad, la experiencia y el tiempo nos sean útiles en ese empeño, pero hemos de darnos prisa porque la degradación de nuestro planeta se está acelerando.
¿Cómo acelerar ese proceso de toma de conciencia? ¿Qué papel pueden jugar los artistas a la hora de revertir esa actitud?
Pienso que podemos llegar a ser importantes a la hora de conferir visibilidad a ciertos asuntos, pero no solo quienes nos dedicamos al cine o al teatro, también los periodistas y los ciudadanos de a pie, nuestra toma de posición es la que puede alentar a los políticos a adoptar decisiones. Es necesario desempeñar un papel activo respecto a la preservación del medio ambiente como se tomó a la hora de implementar políticas de igualdad y conseguir que las mujeres fuéramos ocupando un espacio cada vez más relevante.
De hecho, este año usted acudió al Festival de Donostia para presentar dos películas: «Viaje a Nara» y «High Life». Ambas están dirigidas por mujeres ¿Cree que este hecho redunda en la existencia de papeles femeninos cada vez más complejos?
El hecho de que cada vez haya más mujeres dirigiendo películas no es bueno únicamente para las actrices, es algo tremendamente positivo para el mundo en general. Es algo necesario incluso. El cine es una forma de comunicación, un medio para compartir emociones, ideas, para decir cosas interesantes y, por eso mismo, debe estar abierto a todas las sensibilidades, a todos los puntos de vista. Del mismo modo que es positivo que haya cada vez más mujeres dirigiendo, también lo sería el que hubiera más cineastas africanos. Necesitamos escuchar a todos aquellos que, por diferentes razones, han estado condenados al silencio durante tantos años. Necesitamos sus voces. Es la única manera de revertir el actual estado de las cosas.
¿Esas convicciones condicionan sus elecciones como actriz? Quiero decir, cuando acepta una película ¿tiene en cuenta el potencial del personaje que le ofrecen a la hora de cambiar conciencias?
Desde el momento en que decides interpretar un personaje ya estás enviando un mensaje, elegir hacer una película es ya un acto político. Pienso que tiene que haber una cierta coherencia entre los proyectos en los que te embarcas profesionalmente y la forma en cómo vives tu vida. Igual hablar de elección política suena muy solemne, pero, en todo caso, se trata de una apuesta humana.
¿Trabajar con cineastas como Kawase o Hirokazu Kore-Eda, con el que está rodando en estos momentos, responde a esa idea que ha manifestado antes de dar visibilidad a otras culturas, a otros puntos de vista?
Sí, claro. Para mí siempre ha sido un placer inmenso poder rodar con realizadores del otro lado del planeta, es algo que siempre me genera cierta curiosidad y como yo siempre he tenido la curiosidad por bandera, la verdad es que lo encuentro muy estimulante. Además, como desde el inicio de mi carrera me he defendido bien con el inglés, eso me ha posibilitado abrir fronteras y trabajar con realizadores de países muy distintos. Es un regalo que la vida me ha ofrecido por el que estoy muy agradecida. Creo que lo que nos une a los seres humanos no es el hecho de tener una cultura o unas tradiciones en común sino la posibilidad de compartir sensibilidades.
¿Fue la especial sensibilidad de Kore-eda lo que la ha animado a trabajar con él?
A Kore-eda me lo presentaron en París hace catorce años y lo primero que me cautivó de él fue su mirada. Él mismo ha manifestado, en más de una ocasión, que no es un cineasta que dirija a los actores, que prefiere observarlos y eso es algo que se percibe en la forma en que te mira. No es alguien que se coloque en un pedestal y comience a dar órdenes a los intérpretes, sino que busca la humanidad interior que hay en cada uno de nosotros y lo que pretende es capturarla con su cámara. Eso es algo que me conmueve profundamente y siento que ahí hay una conexión que merece la pena ser explorada. Cuando aceptas un papel más allá del guion o de la reputación del director, es importante dejarte llevar por las sensaciones que este te genere y ese afán que hay en Kore-eda por atrapar la vida y compartirla con sus espectadores es algo maravilloso.
¿Diría que en los cineastas orientales hay una mayor sutileza a la hora de retratar las relaciones humanas? En «Viaje a Nara», por ejemplo, la intimidad de los personajes está filmada con gran delicadeza.
Pues no sabría qué decirte, sinceramente no creo que haya tantas diferencias entre la manera en que ellos viven y representan ese tipo de relaciones y el modo en que lo hacemos nosotros. No lo podría asegurar con certeza porque nunca he vivido con un japonés, pero mientras rodábamos esas escenas yo lo único que veía ahí era un cuerpo caliente. El contexto es otro, la mirada es otra, pero en el caso de “Viaje a Nara” no creo que eso responda a un patrón cultural sino a la naturaleza de los personajes. Ella arrastra un pasado que la perturba y una sensación de culpabilidad frente al abandono. Él está preocupado por el medio natural, por la amenaza de destrucción que se cierne sobre el territorio que habita. Se trata de dos personas profundamente infelices y la manera en que se relacionan tiene que ver con eso.
No es la primera vez que encarna a un personaje devastado por una sensación de pérdida que lucha por reencontrarse consigo mismo en medio del dolor. ¿Interpretar este tipo de papeles no le perturba desde un punto de vista emocional?
Hay que buscar estrategias porque, al final, la misión del actor no pasa, simplemente, por interpretar lo que está escrito en el guion, sino que tenemos que lograr crear algo a partir de ahí, generar una emoción. El guion es tan solo la punta de un iceberg, pero los intérpretes estamos obligados a profundizar en él, en llegar hasta su base. Y es en ese proceso donde suelo abrir rutas paralelas que me permitan explorar el fondo de mis personajes. En lo relativo a interpretar la pérdida, por ejemplo, recuerdo que cuando hice “Azul”, con Kieslowski, me aferré a la experiencia de una amiga mía cuyo marido e hijo habían fallecido. Durante al menos dos años acompañé a esa amiga en su dolor, un dolor que obviamente, no era el mío, pero con el que pude conectar. Como tal yo no sufrí, pero sí que fui capaz, o al menos eso creo, de transmitir ese sufrimiento. Eso es lo que debe caracterizar el trabajo de un actor, saber transmitir y para eso es imprescindible nutrir el alma, crear desde dentro y poder contar con todo tipo de ayudas para afrontar ese proceso.

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