La fuga de «El Cuervo Blanco»

En esta su tercera experiencia detrás de la cámara, Ralph Fiennes dirige su objetivo sobre la prolongada, compleja y controvertida figura del bailarín Rudolf Nureyev. Un acercamiento que, como suele ser habitual en los biopics, se subrayan o directamente se silencian los pasajes del retratado según el capricho de quien lo dirige o de quien firmó el guion o, puestos a buscar más filtros, de quien escribió la biografía que está siendo filmada. Teniendo presente el punto de inflexión que supuso tanto en la carrera profesional como vital de Nureyev su deserción al Estado francés, lo que Fiennes destaca es la sublimación del arte entendido como lenguaje universal y en su empeño por captar dichas intenciones, su cámara atrapa los movimientos y la tensión muscular de un Nureyev interpretado –como no podía ser de otra manera– por un joven bailarín llamado Oleg Ivenko. El propio Fiennes, al igual que en su anteriores largometrajes (“Corolianus” y “La mujer invisible”) también se reserva un personaje que si bien puede ser entendido como secundario dentro del engranaje dramático resulta fundamental ya que se mete en la piel del célebre Alexander Pushkin, mentor del protagonista y testigo presencial de todos los acontecimientos que rodearon la deserción de Nureyev.
A modo de declaración de intenciones de lo que plantea el director destacan las secuencias escenificadas en una oficina gubernamental de Moscú en la que se asume la fuga del bailarín dentro una tensión que Pushkin zanja tras afirmar que su huida no es cuestión de política, sino de ballet. Técnicamente la cinta “El bailarín” goza de un excelente acabado y logra transmitir la pulsión emocional que en momento alguno se refleja en el gélido primer bailarín del prestigioso ballet Kirov de Leningrado.

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