Jonathan MARTÍNEZ
Investigador en comunicación
GAURKOA

Arrimadas en Navarra

En Catalunya, sus detractores la conocen como «Montapollos». Inés Arrimadas se ha ganado el apelativo a fuerza de sembrar discordia allá donde interviene con unas declaraciones estridentes o una escenificación forzosa. Sus carteles son ya célebres en el Parlament. Todo el mundo recuerda su aparatosa visita a Waterloo o sus incursiones en municipios remotos de Girona donde no la recibe nadie. Arrimadas, igual que un elefante furioso en la cacharrería del procés, ha cambiado algunas reglas elementales de la cortesía política. Ahora lo que se lleva es el ruido, la provocación y la salida de tono. Las bravatas de Vox son alumnas de la misma escuela.

El caso es que un amplio sector de la política catalana respira aliviado porque ha abandonado el salseo autonómico para dar el salto a la Champions del Congreso de los Diputados. Una vez neutralizado el referéndum y encarcelada la vía independentista, Catalunya se le queda pequeña. Hay que seguir los pasos de Albert Rivera y montar pollos en otras latitudes. Liarla parda en Ugao o en Errenteria o en Altsasu. Así que ahí tenemos a la aventurera Arrimadas, con su aspersor de estiércol dialéctico, de visita por el Parlamento navarro. Total, que los amiguetes de Navarra Suma se quedan sin la presidencia de la mesa y la cara de Inés es un poema.

Rodeada por las alcachofas de la prensa, Arrimadas lanza una afirmación que podría suscribir cualquier analista con dos luces frontales. «Lo que pasa en Navarra es una cuestión de Estado». Al contrario que la lideresa naranja, algunos formulamos esta frase con ánimo de denuncia. Porque el bipartidismo español, el mismo que se ha repartido a turnos la Moncloa durante cuarenta años, no tiene escrúpulos en aparcar sus diferencias cada vez que siente peligrar su imperio sobre tierras navarras. Esta es la lógica que ha empujado al PSN a entregarle a la derecha las alcaldías de Iruñea, Lizarra o Barañain. José Luis Ábalos, el mismo corifeo socialista que fue elevado a ministro tras una moción de censura respaldada por EH Bildu, nos dice ahora que con la izquierda vasca no comparte ni el mantel del desayuno. Prefiere pagarle las fantas al PP y a Ciudadanos.

Pero vamos con Arrimadas, que aprovecha su vuelo a la Cámara navarra para atizarle al PSOE y anuncia dos iniciativas en Madrid. La primera medida corresponde a la vieja matraca del derechismo predemocrático. A Ciudadanos no le gusta la disposición transitoria cuarta de la Constitución española porque contempla la opción de un gobierno conjunto entre Bizkaia, Gipuzkoa, Araba y Nafarroa. Por si fuera poco, este apaño legal abre las puertas a un referéndum y ya conocemos las reacciones alérgicas que provocan las urnas en los delicados cutis naranjistas. La rabieta de Arrimadas nos recuerda a una portada reciente de “ABC” donde los temibles vascongados asaltan en una partida de Risk la españolísima Navarra gracias a un pacto secreto entre ETA y Pedro Sánchez. Las ocurrencias de “ABC” rozan el delirium tremens.

La otra propuesta estrella de Arrimadas pretende inutilizar la Ley de Abusos Policiales aprobada en el Parlamento de Gasteiz el pasado mes de abril. Esta misma semana, ha reconocido a las víctimas de la tortura por primera vez en cuarenta años. No sabemos qué posición habría adoptado Ciudadanos porque carecen de representación parlamentaria. También esta semana, el sindicato policial más próximo a Vox ha arrasado en las elecciones de la Policía española. Jupol, nuevo lobby de extrema derecha, irrumpe por primera vez en el Consejo de la institución armada con ocho de los catorce vocales. Los artífices del «a por ellos», igual que Arrimadas, Casado y Abascal, no quieren que las víctimas de la violencia policial obtengan reconocimiento. Del pacto de silencio de la Transición a la nueva impunidad made in Spain.

Navarra es un terreno goloso donde se juegan las alubias de la unidad de España. Lo sabe Arrimadas y lo sabe Manuel Valls, que también interpela al PSOE para que se adhiera a la gran coalición de UPN, PP y Ciudadanos. El ex primer ministro francés lleva camino de convertirse en el perejil de todas las salsas. Después de haber conspirado para que las fuerzas independentistas sean excluidas del gobierno de Barcelona, Valls se suma ahora al pressing sobre Sánchez con el propósito de que María Chivite regale el bastón de mando a Javier Esparza. Como un loro amaestrado, Pablo Casado repite la cantinela trifachita y reclama al PSOE que arrincone a EH Bildu. Más desesperado parece el aspirante Esparza cuando se marca un arrebato ultra y le espeta a Isabel Celáa que los escaños soberanistas «están manchados de sangre».

Por si faltara alguien en esta orgía cavernaria, dice Fernando Savater que Vox es preferible a EH Bildu porque «viene de ETA y tiene el planteamiento político etarra». Lo peor del PSOE es que le ha comprado el discurso a la grada neofranquista. Porque el gobierno de Sánchez, en su conquista perversa del centro, se jacta de dialogar con todos excepto con Vox y con los independentistas vascos y catalanes. Esa falsa simetría, amigos de Ferraz, es la forma más cobarde de legitimar a la extrema derecha. Mientras la Europa liberal reclama un cordón sanitario sobre los nuevos populismos xenófobos, las huestes del puño y la rosa boicotean el diálogo con formaciones democráticas y no tienen empacho en entregar las instituciones al trifachito. El precedente navarro debería hacer retorcerse a cualquier votante socialista con un sentido mínimo de la vergüenza.

El tiempo se agota, la investidura de Sánchez se aplaza y el PSOE solo tiene dos opciones. O echarse en brazos de la derecha ultramontana o levantar gobiernos de mínimos democráticos. Por una vez, no será Madrid quien decida el destino de Navarra sino Navarra quien decida el destino de Madrid. Ahora la llave está en nuestras manos. Por mucho que le duela al PSOE. Y por mucho pollos que quiera montarnos Arrimadas.