Nagore BELASTEGI
DONOSTIA

Cuadros que pretenden ser un espejo de quien los mira

Para Sargam (Madrid, 1969) el arte es su lengua materna. Comenzó a pintar antes de saber hablar, su madre era artista y su abuela solía guardarle materiales para manualidades. Su cambio de nombre supuso un cambio vital y creativo, un punto de inflexión. Considera sus cuadros parte de su vida, y en ellas plasma su propio recorrido, todo eso de lo que se ha desprendido para llegar a ser quien quiere ser. Pero prefiere no explicar sus pinturas para que cada uno sea libre de ver y sentir. La madrileña expone en la galería Ekain Arte Lanak de Donostia hastas finales de setiembre.

«Llevo pintando desde antes de hablar, porque mi madre es pintora. Ella trabajaba en el estudio y mi hermana mayor y yo estábamos siempre ahí, y nos ponía papeles y colores. Para mí es mi lengua materna», comenta Sargam, la artista que hasta el 30 de setiembre muestra sus obras en la galería donostiarra Ekain.

Sus obras también tienen algo de su abuela. Algo físico, en realidad, pues en algunos cuadros ha añadido los tapetes de ganchillo que ella solía hacer. «Mi madre me dio una caja llena de tapetes por si los quería para algo. Mi abuela era de las que lo guardaba todo. Tomaba leche en polvo y guardaba la tapa metálica; la alisaba y la guardaba. Nos guardaba todo tipo de materiales y cuando íbamos a su casa nos dedicábamos a hacer manualidades».

Si le preguntamos a Sargam qué hay en sus cuadros, nos propone mirar y empaparnos de lo que ellos mismos nos cuentan. La artista prefiere no contaminar nuestra mirada con sus ideas, dejando libre al espectador. «Ponte delante, mira las obras, porque no vas a ver lo mismo», afirma aludiendo a la típica figura del amigo entedido en arte que explica los cuadros a su amigo no iniciado. «Verá a través de los ojos del otro».

«Hay una tendencia general que es la de tratar de encontrar algo. Lo que yo pinto es muy concreto, más allá de si tú ves figuras ahí o no. No aporta mucho decirle a alguien si es abstracto o figurativo. Para mí lo que falta cuando la gente va a ver exposiciones es el relajo de escuchar y mirar, dejar que el cuadro entre. Los cuadros también emanan sensaciones. No te va a servir lo que yo he hecho, ese es mi recorrido, tú tienes que ver a donde te lleva. Una de las cosas que me comenta la gente es que cuanto más miran las obras más cosas ven… ven de ellos. Si yo logro que sea como un espejo, estoy muy contenta de que sea así».

Un reinicio

Su obra tuvo un punto de inflexión cuando decidió cambiar de nombre. «Toda nuestra vida gira sobre unos sonidos. Los sonidos de tu nombre son dados, pero si te haces un cambio de nombre conscientemente puede cambiar muchas cosas. Los apodos marcan tanto como el nombre que tienes de origen», asegura.

Elena es como le llama su familia, pero cuando entra en el terreno del arte, que se extiende a todas la áreas de su vida, es Sargam. «Cada vez estoy más conectada con ese nombre. Para mí fue como un reinicio», dice.

El cambio de nombre se ha trasladado al arte, pero también al resto de su vida. «Yo uso los cuadros como medio para crear en mi vida lo que quiero. La creación no se limita a los cuadros. Lo que yo quiero en mi vida lo pongo en palabras y a partir de ahí empiezo a trabajar en el cuadro como un escenario», dice.

La artista descubrió hace años la escuela Edipo de iniciación, sicoanálisis y ocultismo donde aprenden los pasos que dieron las culturas originarias de la humanidad: «es un camino interior que va hacia fuera, y eso es lo que hago mientras pinto. Aprendo a identificar las cosas que me han sido dadas y decidir qué es lo que yo quiero ser en mi vida. Me hace reconsiderar continuamente desde donde estoy mirando las cosas, porque solemos volver a lo conocido».

Con las compañeras de Edipo viajó a Egipto, un viaje del que volvió «vacía». «Volví con mucha sensación de vacío, porque lo anterior no me servía y lo nuevo no lo había creado aún. Es lo que pasa cuando te ocurre algo grave en la vida».

Lo primero que hizo fue empezar a pintar, y de esa experiencia surge la exposición de Ekain. Al volver del viaje comenzó a trabajar con una compañera sobre el mito de Vac, la diosa del vacío y la palabra.

Por ello, en un rincón de la galería ha colocado una serie de preguntas que ellas se plantean para que los visitantes las respondan. «Nos sirve para darle continuidad al proyecto. No es filosófico ni teórico ni abstracto. Es muy concreto porque se refiere a nosotras», matiza.