Iolanda Formoso
Cocinera. LAB jangelak
KOLABORAZIOA

«Soy cocinera, soy educadora»

Estas palabras pronunciadas por Dieidre Woods (miembro de London Food Board) en unas jornadas sobre soberanía alimentaria son toda una declaración de gobernanza, tan necesaria en tiempos de devaluación del sistema educativo en el actual modelo de comedores.

Hablar de cambio de modelo de comedores buscando que sea justo, educativo, sostenible, ecológico y cercano se sustenta, normalmente, en mejorar la alimentación, sin obviar las distintas y plurales vertientes en las que influye un comedor escolar.

Un comedor no es solo un lugar donde se come, sino que tiene efecto directo en múltiples ámbitos: en la alimentación, pero también en la cultura, la economía, el medio ambiente, el desarrollo territorial... incluso en la perspectiva de género. Por ello no podremos decir que no sea un ámbito educativo. Pero al hablar de construcción de nuevo modelo, lo educativo se refiere, principalmente, a lo que acontece en las aulas, no se contempla el comedor como otra aula. Sin embargo, el aula de la alimentación es un espacio donde se puede trasladar multitud de actividades educativas que pueden estar ligadas directamente con competencias o temas trabajados en clase.

Para ello es necesario y urgente revisar conceptos, empezando por la definición que recibe el comedor escolar: servicio complementario del sistema educativo. Una definición per se excluyente.

También se debería reconocer a la cocinera como figura educativa: somos sistema educativo. Ello exige adaptar las condiciones laborales y formativas para crear un sistema de calidad.

Acabar con la parcelación actual es necesario ya que no responde a un planteamiento nuevo acorde a las necesidades educativas actuales. El sistema educativo actual está obsoleto.

Necesitamos, desde la gobernanza, crear nuestro propio sistema que dé acceso y voz a todas las personas educadoras que rodean al alumnado, intra o extra centro. Dar voz a la comunidad para construir nuestra escuela comunitaria. Para lograrlo debemos abrir espacios de comunicación directa y participativa entre todos los actores educativos, analizar las necesidades, los roles de cada comunidad, de cada persona, para armar un todo. Un sistema educativo que trabaja de forma fragmentada en busca de un modelo comunitario no podrá tener éxito en sus objetivos.

Debemos romper los muros invisibles que invaden los centros educativos. En el caso de los comedores, nosotras, cocinera y educadoras, somos el último eslabón de la cadena alimentaria escolar, tenemos relación directa con el alumnado, conocemos sus necesidades pero también sus gustos, sus posibles dificultades para acercarse a los alimentos.

Somos la posible clase práctica para conocer alimentos, su origen, su textura, su elaboración... ayudar a cambiar la forma de comer, pero también para adquirir autonomía, competencias dirigidas a pensar, seleccionar y consumir de un modo ecológico, sano y educativo. La cocina y el comedor son una oportunidad para ello, y nosotras un recurso a poner en valor, a cuidar y a formar.

Por todo ello es necesario acabar con modelos tan alejados de la justicia, de la educación y de lo sano como son la subcontratación, la precariedad, el patriarcado, la cosificación, la mercantilización que venimos sufriendo.

Es imperativo atender todas las necesidades laborales, personales, materiales, formativas... que requerimos para lograr un comedor justo, educativo, cercano. Porque reproducimos lo que aprendemos, lo que vivimos.

En las jornadas internacionales de comedores que se han celebrado estos días en Bilbao y en las que hemos participado nos toca hacer nuestro propio ejercicio de gobernanza y reivindicar que somos cocineras, somos monitoras, somos educadoras.