Raimundo Fitero
DE REOJO

La cabeza

Comerse la cabeza es una manera de estar en la vida. Comer la cabeza a los demás es una función de los frailes y curas diocesanos que se extiende a los vendedores de peines y políticos de partido que camuflan una secta. Por eso no hay motivo para la desesperación pese a que conozcamos la muerte en accidente de tráfico de Patxi Andión, un cantautor peculiar, un docente universitario, alguien que hizo un disco con las canciones del bardo vasco Iparragirre. Fue su canción sobre el Rastro madrileño la que lo hizo popular. Como sus películas, incluso alguno de sus matrimonios, pero era alguien de una gran formación y un sociólogo de primer nivel.

Quizás la cabeza nos la comamos por una despedida que no es nada más que una disolución, se retira del mercado Extromoduro, un grupo de rock comprometido, unos tipos que lograron hacer del espectáculo musical una cita con una visión del mundo nihilista, ácrata, dura, desesperadamente lúcida. Se va la marca comercial, no sus ingredientes. Cualquiera de ellos puede aparecer por escenarios o estudios de grabación. Hay varias versiones de estas despedidas y retornos. 

La cabeza sirve para hacer sopa de pescado. La cabeza es una de las partes más preciadas de varios animales marinos. Que alguien desde algún lugar intente bajar el precio de langostinos, gambas y carabineros en estos días haciendo una, advierten, ciencia tremendista sobre el mal que nos puede causar comernos las cabezas de estos simpáticos bigotudos, nos prepara para un tema primordial entre cuñados en estas mesas próximas. Hay cuatro veces más cadmio en la cabeza que el cuerpo de estos bichos. ¿Y qué? ¿Cuánto mercurio hay en la merluza, atún o salmón que nos comemos con alegría? No se salva ni el congrio, ni el cabratxo ni el besugo. No lograrán arruinarnos las fiestas pantagruélicas. Que os den.