Larraitz Ugarte Zubizarreta
Abogada
GAURKOA

Entre la ingenuidad y el malestar perpetuo

Tomar decisiones siempre conlleva algunos riesgos y muchas veces una renuncia. Por eso hay muchas personas que se pasan meses y años para tomar las suyas, en un bucle constante de pros y contras que estuvieron ahí desde el primer minuto, esperando una señal divina que les marque el camino. Sin embargo, no se dan cuenta de que mientras están en ese estado de «no decisión» pierden una posibilidad laboral interesante, una historia de amor apasionada o una oportunidad de cambiar de manera radical su anodina vida. Pero es que decidir cuesta tanto… En efecto, tomar una decisión es a menudo optar por un camino y desechar otro y asumir las consecuencias de la decisión adoptada sin poder saber jamás qué hubiera sucedido si se hubiera adoptado una decisión distinta. Decidir supone valentía y responsabilidad y a veces una no está preparada para ello. Y si adoptar decisiones de manera individual es una tarea compleja, hacerlo en colectivo lo es aún más.

Estas últimas semanas la mayoría de los partidos políticos que se presentaron a las elecciones estatales han tenido que hacer este ejercicio. Decidir gobernar al precio que sea en el caso de los socialistas, que han firmado un programa de claro corte de izquierdas con los morados, regionalismo estatutario con el PNV y hasta una consulta para la sociedad catalana con Esquerra Republicana de Catalunya. Decidir cogobernar cueste lo que cueste también en el caso de Podemos (que ya veremos cuándo empieza el dichoso acuerdo programático a desgajarse) quienes a cambio han tenido que gritar vivas al rey, al Ejército y a lo que haga falta. El Partido Popular, que aparentemente lo tenía decidido, pero se le ha visto dubitativo en su no a Sánchez hasta el debate de investidura, y un hecatómbico Ciudadanos que ha hecho, hay que reconocerlo, propuestas tan originales como llamadas a barones socialistas o reuniones a tres que vista la fuerza electoral mostrada en la última contienda sonaban a chiste.

Todas estas decisiones han supuesto contradicciones y mucho malestar en sus respectivos partidos. Dos no ven igual y miles ni te cuento. Pero si ya es difícil para los unionistas, para las fuerzas soberanistas catalanas, vascas y gallegas estas contradicciones se multiplican porque suponen el apuntalamiento de la estabilidad de un gobierno de cuyo Estado se quiere salir cuanto antes.

En esta situación se echa de menos un debate sosegado en el que se sopesen los argumentos y se puedan vislumbrar los intereses que hay detrás de cada postura. El no suena atractivo, la abstención una cesión… ¿Pero es de verdad una cuestión únicamente de coherencia la que hay detrás del no de algunas fuerzas catalanas? ¿Es de verdad una cuestión de responsabilidad e inteligencia táctica lo que hay detrás de algunas abstenciones? Veremos el camino que se recorre en el futuro, pero lo que está claro es que cada decisión conlleva unos riesgos, entre ellos la desactivación del elemento movilizador según algunos y unas oportunidades como la posibilidad de cerrar algún acuerdo con el Estado que se pueda refrendar según otros.

En Euskal Herria el debate no se ha dado en el seno del PNV. El PNV lo tiene decidido de antemano: saca el mismo acuerdo con el gobierno de turno por enésima vez, fotocall y a tirar millas, que para eso son el socio de gobierno preferente de cualquiera que esté en el mismo. Para los soberanistas de izquierdas, sin embargo, esta decisión es más difícil por razones obvias. El ser humano tiene una tendencia a la esperanza y también a la fe y en esta tesitura, la esperanza y la fe ciega han podido generar cierto alborozo entre algunos.

También los hay que siempre lo ven todo con pesimismo y estos siempre están dispuestos a pensar que nunca nada cambiará. Y razones para ello no les falta. La España que conocemos no anima a la esperanza. Pero si nunca nada va a cambiar mejor no hacer nada, ¿no? O nos queda la de la queja constante, sin objetivo, que es una manera muy triste de quejarse.

Ante esta tesitura, y sin llevarse a engaño, creo que la decisión adoptada por las bases de EH Bildu ha sido acertada. Nada es seguro, no hay un documento con un acuerdo suscrito que por otro lado podría ser fácilmente interpretable por cualquiera de las partes. En efecto, es una abstención sin contraprestación suscrita. Es fruto de un cálculo que concluye que es mejor esto que cualquier alternativa que se pueda erigir tras otras elecciones, un «lo menos malo» o «ventana de oportunidad» según se vea. En efecto, ya nunca se sabrá qué sucedería con una decisión de otro tipo. Pero una cosa es clara: es tan ingenuo o realista pensar a día de hoy que Madrid nos va a solucionar las aspiraciones que tenemos como pueblo como pensar que vamos a plantar la Ikurriña en el Paseo Sarasate con más de un millón y medio de personas y declarar la independencia.

He comenzado esta colaboración diciendo que tomar una decisión conlleva siempre algunos riesgos y a veces una renuncia. Pero en este caso, me atrevería a decir que no hay ni riesgo ni renuncia, porque no hay un compromiso adquirido por las bases de EH Bildu para sostener el actual gobierno y por ende, nada nos obliga a bloquear un proceso independentista emancipador y movilizador en este país.

Esta decisión tampoco supone en este caso una renuncia a los principios políticos que sostenemos y a los deseos que colectivamente albergamos. Ayer miles de personas abarrotaron las calles de Bilbo y de Baiona para exigir que todos los represaliados vascos vuelvan a casa libres y cuanto antes. Este pueblo ha vuelto a decir que a esta lucha jamás renunciaremos y quizá poco a poco esa ventana se vaya abriendo. La alternativa ya la vimos en la sesiones de investidura: da miedo y amenaza con volver.

Una Euskal Herria libre será más factible con una actitud antifascista en Madrid, que nadie lo dude. El orgullo que sentimos las gentes de EH Bildu ante los discursos de Mertxe y Oscar perdurará durante mucho tiempo en nuestra memoria.