Iker BIZKARGUENAGA
HÁBITOS DE CONSUMO Y DERECHOS CIVILES

LA PRIVACIDAD ES UN BIEN QUE NO SE COMPRA CON CALDERILLA

El cambio en las costumbres a la hora de pagar facturas, donde los sistemas digitales le van comiendo terreno al efectivo, ha abierto un debate sobre el derecho a la privacidad, que sí preservan las inocuas monedas pero que tarjetas y aplicaciones ponen en entredicho.

El enervante sonido de las monedas rebotando en el suelo, ese clin-clin-clin que te hace maldecir por haber ido a colgar el pantalón en el perchero sin vaciar antes los bolsillos, probablemente no estará entre los factores que han acelerado la desaparición del dinero en efectivo como modo de pago habitual, aunque no haya ayudado a lo contrario. Sea como fuere, los datos confirman que caminamos hacia ese escenario, a distintos ritmos pero de forma inexorable, hasta el punto de que varios países ya han puesto fecha para el final del pago en metálico.

Hay que conceder que poder pagar, no ya con tarjeta sino con un smartphone, es mucho más cómodo que tener que echar mano de la cartera cada vez que se hace una compra, y que la posibilidad de ir por la calle sin la engorrosa calderilla suena muy apetecible. Lo que ocurre es que corremos el riesgo de perder por el camino uno de nuestros bienes más preciosos, aunque sin duda menos valorados: la privacidad, víctima recurrente del nuevo advenimiento tecnológico.

A ese peligro le dedica uno de sus últimos reportajes la revista digital Technology Review, ligada al MIT, que recuerda que las monedas y billetes, como medio de pago físico «al portador», son propiedad de quien los posee en cada momento, y que pueden ser utilizados en transacciones con otras personas o entidades sin que intervengan terceras partes. De modo que, por ejemplo, a través de ellos ninguna empresa puede crear un perfil publicitario nuestro, ninguna entidad financiera elaborar un perfil crediticio y ningún gobierno rastrear nuestros gastos.

Todas esas cosas, sin embargo, sí que ocurren o pueden suceder cuando pagamos a través de soportes digitales, bien con tarjetas de crédito/débito o con aplicaciones al uso, que dependen de bancos u entidades de tecnología financiera que actúan como intermediarias. Por ello, y aunque todavía es pronto para dar por amortizado el papel moneda, algunos organismos por las libertades civiles han dado la voz de alarma. «Sin dinero en efectivo no hay lugar para la privacidad que caracteriza las sociedades abiertas», advierte en la citada publicación Jerry Brito, responsable de Coin Center, un grupo de sensibilización política afincado en Washington, que aboga por desarrollar y fomentar el efectivo, pero en formato electrónico.

¿Quién lo controlará?

No es una idea nueva, y de hecho cada vez tiene más partidarios, pues parte de la base de que sería una herramienta tan privada como su contraparte física y que no requería de ningún permiso para ser usada.

Sin embargo, aunque como marco teórico está muy bien, la cuestión que surge de inmediato es quién desarrollará y controlará ese efectivo electrónico que cumpla con la condición de que respetará la privacidad de sus usuarios. Porque la mayoría de los sistemas de pago que tienen características similares están a cargo de empresas privadas, y el uso espurio de nuestros datos es un riesgo muy presente. Además, la posibilidad de dejar en manos privadas la gestión de todos los cobros y pagos de la ciudadanía causaría pavor a cualquier gobierno, de modo que algunos ya están buscando sustitutos digitales para sus propios billetes y monedas.

No debemos olvidar, en este sentido, que el efectivo es en esencia dinero que la administración debe a quien lo posee, igual que los números de la cuenta bancaria indican lo que nos deben las entidades con las que operamos. Así, cuando sacamos dinero del cajero, estamos convirtiendo la promesa del banco de que nos va a pagar en promesa de un gobierno, y como es menos probable que quiebre un gobierno a que lo haga un banco, si un país se quedara sin efectivo y sin alternativa pública al mismo sería un problema.

Y aunque es improbable que eso ocurra en nuestro país a corto plazo, hay lugares donde es algo más que un experimento mental. Por ejemplo, Suecia, donde se ha generalizado el uso de una aplicación llamada Swish para efectuar pagos, y algunos economistas estiman que para 2023 los comercios minoristas podrían dejar de aceptar efectivo.

Ante esta eventualidad, el economista del Banco Central de Suecia (Riskbank) Gabriel Söderberg indica a Technology Review que crear una versión electrónica de la moneda sueca, una “corona electrónica”, podría atenuar el problema, pues si el Banco Central emitiera dinero digital, este sería un «bien público», y no un producto con fines de lucro para una corporación. El Riskbank se ha puesto manos a la obra, y planea desarrollar y probar un prototipo de e–krona, aunque el Gobierno aún debe decidir si es ese el sistema que pretende aplicar a futuro.

China, un paso por delante

Una decisión que el Ejecutivo chino ya ha tomado. Su apuesta por el renminbi digital parece un hecho, y sitúa al gigante asiático por delante del resto, también en esta materia.

El pasado mes de diciembre, medios locales informaron de que la moneda virtual, en la que el Banco Popular de China (PBOC) lleva años trabajando, está a punto para empezar a probarse en ciudades como Shenzen y Suzhou. Es la respuesta lógica del Ejecutivo tras constatar que el efectivo está desapareciendo a gran velocidad gracias a aplicaciones como Alipay y eChat, basadas en códigos QR, que se han vuelto omnipresentes. Hasta el punto de que en 2018 los pagos móviles representaron el 80% del total en China.

Esta intervención, tanto por parte del Gobierno chino, como del sueco y del resto que vienen por detrás, serviría en principio para mantener en manos públicas en control monetario, aunque sea en formato digital, pero persiste el problema de la pérdida de privacidad. Porque si resulta inquietante que una multinacional controle qué compramos y en qué gastamos nuestro dinero, apenas causa menos desasosiego que esa información recaiga en manos gubernamentales.

En este sentido, el jefe del instituto de investigación de moneda digital del PBOC, Mu Changchun, dijo en setiembre que su sistema tendrá similitudes con Libra, la moneda electrónica que Facebook anunció en junio. De hecho, funcionarios chinos han señalado públicamente que la aparición de esta nueva criptodivisa les condujo a acelerar el desarrollo del renminbi digital. Ocurre que tanto sobre la moneda china como sobre la de Facebook existen serias dudas respeto a la privacidad. Sobre todo, porque no está claro si se podrán usar de forma anónima, algo que sí sucede con Bitcoin, cuyos usuarios no tienen que revelar su identidad.

Sobre este asunto, Mu afirmó que la moneda china contará con cierto nivel de anonimato. «Sabemos que la demanda del público en general es mantener el anonimato en el uso de billetes y monedas, y daremos a las personas que lo exigen ese anonimato», aseguró en una conferencia celebrada en noviembre en Singapur, pero al mismo tiempo advirtió de que mantendrán un «equilibrio» entre ese anonimato y sus obligaciones contra «el lavado de dinero, la financiación terrorista, los problemas fiscales y cualquier actividad delictiva electrónica». No explicó, claro, dónde fijarían el punto de equilibrio.

Y al margen del grado de confianza que cada cual tenga respecto a sus gobernantes, no hay que olvidar que los gobiernos cambian, y por tanto cambia también la percepción oficial sobre los derechos civiles o la libertad de expresión. ¿Y quién se arriesga?

Sobre este asunto, Robleh Ali, investigador de la Iniciativa de Moneda Digital del MIT, indica que los sistemas implementados por los bancos centrales podrían diseñarse para que los gobiernos puedan «cegarse a sí mismos de forma consciente» respecto a la información personal de los usuarios de su dinero. Sin embargo, aunque algo así podría ser técnicamente factible es improbable que ningún gobierno del mundo lo acepte.

En esta tesitura, hay quien apunta al Bitcoin como alternativa, pues es un sistema funcional, descentralizado, al que cualquiera puede unirse de forma anónima y ofrece el tipo de libertad que proporciona el efectivo. Sin embargo, su uso no es ágil –las transacciones pueden demorarse mucho tiempo–, su acceso es aún limitado y es difícil que funcione a gran escala a corto plazo.

El efectivo físico aguanta

Este tránsito hacia un dinero efectivo electrónico viable aún no está claramente definido, y en ese ínterin son las aplicaciones privadas las que se están llevando el gato al agua. De momento solo se puede decir que está por ver por dónde discurrirá el cauce de esta transformación tecnológica.

Con todo, por muy rápido que estén cambiando las cosas, el tránsito no va a ser de un día a otro, y de momento la mayoría de las transacciones de consumo en el mundo se siguen haciendo en efectivo físico, con países como Austria donde el uso de monedas y billetes está en trance de ser declarado un derecho constitucional. Quizá sea un caso extremo, pero en cualquier caso hay tiempo para medir las consecuencias del cambio en ciernes y preparar posibles alternativas donde confluyan la comodidad y la privacidad.

El derecho a la intimidad, y con él una parte de nuestra libertad, no se puede comprar; ni con tarjeta, ni con billetes, y mucho menos con calderilla, aunque quizá para preservarlo durante una temporada haya que guardar monedas en el bolsillo. Por mucho que luego nos fastidie que se caigan al suelo.