Janina PÉREZ ARIAS
Entrevue
CÉSAR DÍAZ
CINEASTA

«Los pueblos originarios no estamos orgullosos de nuestra identidad»

«Nuestras madres», película ganadora de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, pone el dedo en esa herida abierta y supurante que dejaron los 36 años de guerra civil en Guatemala, y que solo el hilo de la justicia podría ayudar a cicatrizar, mas no a sanar del todo.

Al ganar la Cámara de Oro en el Festival de Cannes por Nuestras madres, César Díaz no dudó en dedicarle el premio a las 250 mil víctimas del genocidio en Guatemala, así como a las mujeres sobrevivientes de la guerra civil, las cuales aún exigen justicia.

César Díaz tenía tres años cuando su padre desapareció. En aquel 1981, el padre del cineasta pasó a engrosar una larga lista de desaparecidos en ese conflicto armado que entre 1960 y 1996 devastó el país centroamericano y diezmó a la población indígena. La historia personal de este realizador formado en Bélgica es apenas una de las tantas razones por las cuales en su primer largometraje decidió abordar las consecuencias del pasado reciente de su país de origen y de la reinante impunidad.

“Nuestras madres” cuenta la historia de Ernesto (Armando Espitia), un antropólogo forense que se dedica a exhumar e identificar los huesos que yacen en fosas comunes. Ernesto, que a su vez guarda la esperanza de hallar los restos de su padre desaparecido, un día se topa con Nicolasa (Aurelia Caal), otra víctima de la guerra quien, le llevará a su aldea donde sucedió una masacre, y donde probablemente encontrará una pista de su identidad.

 

Aparte de su motivación personal, los testimonios del genocidio de las mujeres de la región de Pambach incentivaron la historia de «Nuestras madres». ¿Cree que en Guatemala las víctimas son escuchadas?

En Guatemala se habla muy poco del genocidio, y menos públicamente. En mi caso, ya decir que soy hijo de un guerrillero, te coloca en un espacio particular, por lo que tampoco es algo de lo que se hable. Estas mujeres se te ponen enfrente y te cuentan en detalle cuándo llegó el ejercito a su población, cómo quemaron sus casas, cómo mataron a los suyos, cómo las violaron. Me tocó profundamente la entereza y la dignidad con la que cuentan sus historias; otra cosa que me conmovió fue el hecho de que más allá de que ellas vivan en su tradición oral, se convertía en algo real al volver a narrarlo. Para todos los negacionista que dicen que en Guatemala no pasó nada, que todo es un invento, el hecho de que ellas lo narren, me parecía un acto de valentía, y es como el espejo de lo que nosotros no somos capaces de decir en voz alta en la sociedad.

¿Cómo fue el aporte de esas mujeres para la historia del filme, en especial el de Aurelia Caal?

Quería que el personaje de Nicolasa (Caal) lo interpretara alguien de Pambach, pero abrí el casting a los alrededores porque entré en un conflicto ético, preguntándome qué derecho tengo yo hacer que esas mujeres quieran compartir sus testimonios. Aurelia vivió el conflicto armado de una manera distinta, se puede decir que ella es una víctima indirecta porque era maestra, se dedicó a defender a sus alumnos y a su comunidad, y tiene una relación muy particular con la defensa de los derechos de las mujeres. Las aportaciones de Aurelia me llevaron a descubrir un personaje muy distinto del que había creado, haciéndolo mucho más indígena y menos víctima.

 

¿De qué manera cree que la posible Ley de Amnistía puede contribuir aún más a la invisibilidad de las comunidades indígenas como víctimas?

La Ley de Amnistía es muy peligrosa porque va a echar para atrás lo poco que se ha conseguido. Su implantación significaría retroceder a 1996, cuando se firmaron los acuerdos de paz. Otros 20 años luchando para poder regresar al punto en el que estamos hoy. Tenemos que plantarnos para que esa ley no sea aprobada. Además implica la libertad para muchas personas imputadas, y destipificará los delitos por los que se les puede seguir juzgando. Sería un retroceso brutal.

El problema con los pueblos originarios es que no estamos orgullosos de nuestra identidad, y la gran contradicción es que Guatemala se enorgullecen de los avances tecnológicos y matemáticos de los mayas como una civilización avanzada, pero en realidad los pueblos indígenas guatemaltecos son los más desprotegidos, los más pobres, los más vulnerables, los que más sufren el racismo. Creo que el primer paso sería estar orgulloso de ser poblaciones indígenas, ese es el camino para poder reconocer nuestros derechos. 

 

¿Qué impide sentirse orgullosos de esa identida?

La mirada del otro. Esa mirada condescendiente, racista, que no te considera como un ser humano, sino solo como un trabajador, un campesino o una trabajadora doméstica. Tampoco puedes sentirte orgulloso cuando te están despojando de tus tierras, del agua, y de ejercer tus derechos; y es que cuando tu realidad es la pobreza y que te están quitando lo poco que te queda, no hay posibilidad de sentirte orgulloso. 

 

Tampoco hay posibilidad de pedir justicia como pueblo masacrado.

Por supuesto que no, porque si no crees que tienes derechos, ¿cómo vas a exigirlos? Tienes que empezar por creer que los tienes derechos para reclamar. Por eso ha sido un momento clave el hecho de que esas mujeres indígenas fueran a la capital y hayan levantado la cara para contar lo que les sucedió. Eso es tan importante que consideré imprescindible escenificarlo en la película.

¿Cree que su filme puede ayudar a cambiar algo en Guatemala?

Honestamente, no lo creo; te mentiría, sería iluso, pretencioso e ingenuo de mi parte pensarlo. Sin embargo, esta película es una pequeña piedra para la construcción de una sociedad distinta. Tiene que haber cambios significativos en los diferentes sectores sociales, en lo cultural, en la posición política hacia los pueblos indígenas. Alguien dijo que en Guatemala estamos vaciando el mar a cucharadas. En ese sentido “Nuestras madres” es una cucharita más. Si alguien ve la película y le ayuda a tener una catarsis y a poder a empezar un proceso de duelo, ya habré cumplido con mi misión. En el fondo uno hace películas con la intención de querer cambiar las cosas, de lo contrario no se harían.

Su trabajo está muy conectado con el de Jayro Bustamante («Ixcanul», «La llorona«). ¿Son preocupaciones de la generación a la que pertenecen?

Es una cuestión generacional, pero también porque son temas urgentes y esenciales. Al tener un contexto tan complejo, de tantas desigualdades, donde se ve tanta injusticia, como cineastas no hay otra opción. Cuando vives algo como lo que vivimos los guatemaltecos, no puedes quedarte indiferente frente a eso, es algo que te afecta tan profundamente que no te quedan opciones. Por eso siempre quise trabajar en Guatemala, siempre quise volver. En Europa tienes muchas opciones, incluso hasta la opción de la indiferencia, pero en Guatemala ni siquiera tienes la opción de la indiferencia porque todo se vive intensamente y porque no puedes esconderte, abres la puerta de tu casa y ese mundo de desigualdades e injusticias está allí.

 

«Un revés a la justicia»

A raíz de la firma de los Acuerdos de Paz (1991-1996), en 1997 fue erigido el Monumento a la Paz, en el patio del Palacio Nacional de la Cultura en Guatemala. Se trata de una escultura de bronce de dos manos alzadas hacia el cielo, en cuyo centro descansa una rosa blanca natural que cada día se cambia a las 11 de la mañana.

Así mismo el 29 de cada mes se realiza la llamada ceremonia de colocación de la rosa blanca, a la que se invita a un personaje ilustre de la sociedad guatemalteca o a un visitante importante. Con esta escultura se recuerda la unión del pueblo, y de la determinación para seguir trabajando por la paz.

A ese evento fue invitado César Díaz tras ser premiado en el Festival de Cannes, una invitación que el cineasta describió no como una voluntad de apertura, sino de total inconsciencia política.

César Díaz, que tenía pensado aprovechar esa oportunidad para denunciar una vez más «la falta de justicia hacia las victimas, que impide sanar como país», canceló su asistencia. Dos días antes de celebrarse el evento en cuestión, el Gobierno de Guatemala había decretado el cierre del acceso público al Archivo Histórico de la Policía Nacional, lo cual implica otro paso atrás en la búsqueda y recuperación de la memoria histórica, así como un revés a la aplicación de la justicia. J.P.