Fermin MUNARRIZ
DONOSTIA
Entrevue
MICHAEL MARDER Y LUIS GARAGALZA
DOCTORES E INVESTIGADORES DE FILOSOFÍA DE LA UPV-EHU

«El humor nos da protección síquica, tan importante como el cuidado físico»

Marder es investigador de Ikerbasque y Garagalza es profesor de Filosofía de la UPV-EHU en Gasteiz. Sus amplios currículos investigadores abordan el lenguaje, la hermenéutica, el simbolismo, la fenomenología o la filosofía política. También el humor en tiempo de crisis. Aquí reflexionan sobre ello a cuatro manos.

Michael Marder y Luis Garagalza.
Michael Marder y Luis Garagalza.

La grave epidemia de coronavirus ha desatado, paradójicamente, una ola de humor a través de las redes sociales (mensajes, vídeos, memes, gifs...) e incluso en las relaciones de balcón a balcón o teléfono... El humor se expande de manera viral más rápido que el propio Covid-19... ¿Por qué esta reacción?

Los tiempos de crisis abren una brecha entre la realidad y nuestro conocimiento de la realidad, así como en nuestro propio interior: en la mente, las emociones, el estado anímico... El mundo ya no funciona con normalidad, y eso nos hace parar, tomar conciencia, nos pone a pensar. La crisis es, entonces, una llamada al pensamiento, pero ponerse a pensar puede resultar difícil e, incluso, traumático.

Pues bien, el humor suaviza un poco el trauma y rellena esa brecha que se abre entre lo real y nuestras mentes, así como en la vida síquica. El humor nos ofrece la oportunidad de mirarnos a nosotros mismos como en un espejo, de vernos a nosotros como desde fuera, a una cierta distancia, como si no fuéramos nosotros, y de hacerlo al mismo tiempo con una frescura que no se suele dar en medio de una situación traumática.

Además, es interesante que los chistes, memes, gifs, etc. también pueden volverse virales y llegar a mucha gente en poco tiempo. Si esta tendencia social-informática comparte muchas características con el virus biológico, entonces tenemos una proliferación vírica del humor sobre un virus. Las fronteras entre el mundo cultural y el natural se vuelven así borrosas: al igual que la propia pandemia, el humor sobre el coronavirus confirma esta borrosidad.

Al mismo tiempo, el ‘distanciamiento social’ que recomiendan las autoridades en tiempos del coronavirus puede fortalecer la tendencia que estaba presente ya mucho antes de esta crisis sanitaria; es decir, la virtualización de la vida social. Ahora que el contacto presencial es potencialmente peligroso, la vida social puede volverse casi totalmente virtual. 

 

¿Nos ayuda el humor a afrontar la crisis del coronavirus y el confinamiento? ¿Es una manera de tomar conciencia de la realidad?

Me parece que aquí tenemos en juego el conjunto de las dos cosas. Por un lado, el humor sobre el coronavirus nos da una especie de protección síquica, que es tan importante como los propios cuidados físicos. Tenemos que adaptarnos a la nueva situación en la que hay un peligro invisible, que puede estar en cualquier lugar y que nos cambia la vida social de una manera radical. El humor sobre el coronavirus nos protege del carácter repentino de tales cambios.

Por otro lado, es ciertamente una toma de conciencia. En mi experiencia, muchos de los chistes no son tanto sobre el virus en sí, como sobre las reacciones exageradas que provoca y que tienen poco que ver con él: por ejemplo, las compras excesivas de papel higiénico, los modos en que el aburrimiento nos agudiza el ingenio, etc. Es una forma de distanciarnos de lo que nos está pasando, de lo que es tan envolvente que no nos deja ni el tiempo ni el espacio para parar y pensar.

¿Es el humor un escudo protector ante el pánico o la incertidumbre? ¿Una manera de conjurar los demonios ante un peligro invisible?

Sí, es un escudo protector, pero un escudo muy frágil (tan frágil como necesario), pues nos proporciona una protección solo simbólica, pero nada menos que simbólica. Lo simbólico, el humor en este caso, no es real como lo puede ser un ladrillo, una zapatilla o una botella de vino, pero tiene una eficacia síquica y social que en estos momentos de crisis se hace mucho más evidente que en situaciones presuntamente normales.

Funciona de un modo opuesto al de las mascarillas: en vez de taparnos la boca y la nariz, nos deja compartir algo a pesar de la cuarentena, transgredir la prohibición simbólicamente; es decir, sin transgredirla físicamente, pues queremos ser solidarios respetando el aislamiento, pero disfrutando del momento, del presente, como si no existiese esa cuarentena.

Además, el humor nos protege del pánico, pues nos otorga un momento de autorreflexión, nos permite reconocer y aceptar nuestro miedo, pero tomando distancia de él, sin que, al amparo de la risa, consiga afectarnos. Los demonios del miedo quedan así, siquiera por un instante (pero ¡dichoso instante!) efectivamente conjurados, desactivados, relativizados e iluminados por la cálida luz de nuestro humor compartido. De todas formas, no creo que el humor nos proteja propiamente de la incertidumbre ni de la contingencia; al contrario, son ellas las que lo promueven, las que lo excitan e incitan, agudizándolo para que ejerza su virtud protectora y aun sanadora.

¿Nos mejora la calidad de vida el humor?

El humor nos da una parte importante de nuestra vida síquica y social, pero va más allá de lo que llamamos ‘calidad de vida’. El humor no se limita a mejorar la calidad de vida, pues una de las principales fuentes de las que se alimenta es, precisamente, de sus déficits, de sus carencias. Es muy probable que los ángeles no sean capaces de reírse, quizás sea porque no tienen de qué reírse. Igual es necesario ser humano, con todas la grandeza y la miseria que conlleva el serlo, para poder tener sentido del humor.

Para elevar la calidad de vida quizás no sea necesario el humor, pero sí lo es para poder llevar una existencia propiamente humana, que es la que se encuentra andando el camino de la humanización. Sin elevar necesariamente la calidad de vida, el humor nos permite asumir con dignidad, reconocer, distanciarnos, relativizar y, por tanto, reírnos un poco tanto de lo que nos sube la calidad de vida como de lo que nos la baja.

En estos momentos, el humor es fundamentalmente colectivo y se comparte incluso entre extraños... ¿Qué influencia tiene sobre la comunidad?

Aquí me gustaría volver a la pregunta sobre el humor como un escudo. Es a la vez más y menos que eso: siendo un escudo frágil, el humor hace también el papel de pegamento de la comunidad.

En estos momentos difíciles, cuando estamos físicamente alejados unos de otros, es importantísimo asegurarnos de que no hemos roto nuestros lazos sociales. El humor nos permite reafirmar y renovar esos lazos, porque ejerce su influjo cuasi-mágico sobre la participación social a nivel muy avanzado y sutil.

Aunque alguien sea capaz de hablar perfectamente un idioma, con total corrección técnico-lingüística, esa persona no está ‘dentro’ de la cultura asociada con ese idioma si no es capaz de comprender, compartir y disfrutar su sentido del humor.

Llama la atención que en tiempo de crisis severa como la actual, los «profesionales» del humor en los medios de comunicación han rebajado su grado de ironía o mordacidad, mientras en las redes sociales se incrementa descarnadamente... ¿Por qué?

Me imagino que, en situaciones de mucha sensibilidad como la actual, el humor puede ser interpretado como algo irrespetuoso. Ese sería realmente el caso si nos riéramos de las víctimas del coronavirus en vez de reírnos de las posibles consecuencias paradójicas e inesperadas de la crisis, de las reacciones desproporcionadas que puede suscitar entre los que la presentan como si fuera el fin del mundo, etc. y, sobre todo, en vez de reírnos de nosotros mismos.

Todo eso es una cuestión de responsabilidad. Aunque un ‘profesional’ del humor no tiene la intención de mostrar una falta de respeto a las víctimas, su responsabilidad es obvia y directamente identificable. Sin embargo, en las redes sociales, el fenómeno de la responsabilidad está más difuso, gracias a la masa de los usuarios que comparten un chiste, un meme o un gif.

Como en el caso de un rumor, no sabemos dónde empezó una pieza de humor irónico-mordaz ni dónde puede acabar. Por eso, no hay forma de responsabilizar a la gente y, con el velo del anonimato, puede surgir lo peor, pero también lo mejor, de una provocación humorista.