Iñaki Uriarte
Arquitecto
LAS URBES VACÍAS

Hutsurbi

Una reflexión sobre las calles vacías que encontramos estos días, donde la casa se convierte en refugio y las ventanas en espacio para la contemplación.

Cómo denominar esta forzada situación, reacción y relación inédita ante el éxodo humano para la población de Euskal Herria, entre el vacío y la ciudad?

Hutsurbi. Un neologismo compuesto de dos palabras de antiguas lenguas, del euskera «huts», el vacío tan preconizado por Jorge Oteiza (1908-2003) y del latín «urbi» (ciudad), y así escrito con dos tipografías diferentes, normal y cursiva, para denotar que es un vocablo forzado como la realidad que intenta expresar: la ciudad ha sido vaciada forzosamente.

En este conflicto bélico sanitario contra un implacable invisible enemigo que llega casi de incógnito y se expande donde todas las inocentes víctimas están desprevenidas e indefensas y las mortales desaparecen casi anónimamente, personas que se van apenas solas sin un tiempo debido de duelo y se cuentan numérica, estadísticamente.

Mientras, en los supervivientes acuden al cerebro pensamientos diversos. La inédita situación de los espacios públicos donde no existe vitalidad social… ¿es una alucinación o la única cualidad impuesta por este azote universal?

¿Virtuosismo visual virtual? El ágora urbana aparece vacía, fuera de tiempo, solo el espacio es apreciado en toda su realidad: dimensionalidad y diafanidad, profundidad y detalle. La calle es más larga al mirar, la plaza es solo un recinto para nada y para nadie, solo hay sitio para la ausencia. La ciudad se muestra como una maqueta gigante, a una escala natural pero irreal. Permanece expuesta a modo de cuadro hiperrealista, latente, inerte sin asistentes. Un amplio paraje de la nulidad, lo mismo que el silencio es salud en soledad, son tal vez síntomas de protesta obediente. La humanidad confinada, resignada es sustituida por la tristeza y completada por la melancolía.

Habitualmente, la ciudad como sucesión de escenarios urbanos son lugares simultáneos donde concurren actores y espectadores. Repentinamente la función ha terminado. Ahora, todos expulsados somos observadores de sorprendentes abstracciones forzadas de duración, aunque larga, caduca. La calle, la plaza de espacios de relación humana, son reemplazados por visiones ventanales, un nuevo sistema operativo contemplativo, “Windows 2020”.

Otras miradas. Las referencias monumentales de la urbe, actualmente objetos aislados, abandonados de la admiración humana, permanecen insolentes poseídos de belleza inmortal. Un enigmático y angustioso patrimonio y paisaje descontextualizado, irreal. La ciudad “fantásmica”, entre fantasma y fantástica asume, ensimismada, un resignado renacer de su esplendor sin añadidos pululantes. Una oda a la ciudad abandonada.

La visión de la ciudad sin nadie tiene un relevante precedente pictórico en la Italia central durante el Renacimiento con la obra “La cittá ideale”, atribuida a Francesco di Giorgio Martini (1439-1502) y realizada sobre 1490-95, donde se describe la perfecta armonía de un amplio paisaje urbano con arquitecturas clásicas, simetrías, amplias plazas y perspectivas profundas. Más recientemente, el pintor Giorgio de Chirico (1888-1978), en su repertorio creativo, describe lugares atemporales en calma con ausencia humana, un surrealismo metafísico. Impactos meditativos como ahora obligada y disciplinadamente podemos percibir.

Esta prolongada situación asimilable a una sinfonía de silencio, que gran parte de la humanidad estamos padeciendo en sigilo, se inicia con un introito invasivo, una obertura de influencia y tonalidad oriental, en un tempo de andante moderato, seguido de un vivace (vivaz) que se desarrolla en modo Allegro prestissimo (extremadamente rápido) pero concluirá, a pesar de todo lo oído, vivido y especialmente sufrido de modo apoteósico con un finale maestoso (majestuoso) con el triunfo total de la ciencia sobre el mal.

En la antigua Grecia, el destierro urbano, un ostracismo de la vida comunitaria, era la suprema condena del ciudadano griego. La memoria de la sociedad vasca debe posicionarse también en la grave e injusta situación de los prisioneros políticos vascos, algunos con decenas de años de dispersión en aberrantes condiciones de hostigamiento y venganza.

Con la libertad limitada de movimiento, la casa se reafirma como domus, la sede del ser humano. Un tiempo de resistencia y residencia, como en las represiones políticas totalitarias, al modo de partisanos recluidos, calle por calle, casa por casa, hasta que la tropa sanitaria salvadora venza al virus y nos libere.

Pero a partir de ahora, más que nunca, las sociedades están obligadas a apreciar y participar en todos sus valores de la inmensa riqueza que supone la investigación, la medicina, sus profesionales y las catedrales de la sanidad, los hospitales. Un patrimonio de la humanidad.

El día se alarga, la esperanza se divisa, la primavera se avergüenza de haber llegado en tan mal y mortal momento.