Daniel GALVALIZI

Alerta en salud mental: aconsejan reforzar lazos comunitarios para aliviar el duelo por la pandemia

Con la epidemia ya más controlada y un descenso abrupto de las muertes y los contagios en Euskal Herria y su entorno, empieza el lógico conteo de las consecuencias que dejó lo peor del confinamiento y el pico de contagios. Como parte del proceso de la desescalada, empiezan a necesitar revisión los aspectos económicos y sociales del tsunami de esta fase del coronavirus. Entre ellos, la relevante huella psicológica en la sociedad.

El impacto de la pandemia ha sido brutal, no deja sector social sin tocar. No se trata solamente de la cantidad enorme de ingresados y fallecidos, sino la forma en que se dio. Los familiares que no pudieron despedir a sus seres queridos, los contagiados que debieron enfrentar un confinamiento en absoluta soledad para no colapsar más los hospitales, los millones de afectados por ERTEs y despidos y las familias que debieron reorganizarse para vivir una vida sin escuelas, deporte ni esparcimiento.

A esto se añade que para muchos el confinamiento ha significado un padecimiento cruel en los hogares donde se está forzado a convivir con un maltratador –según datos del Ministerio estatal de Igualdad, las llamadas al 016 en la primera quincena de abril aumentaron 210% con respecto al mismo período de 2019 –, una situación que afecta especialmente a mujeres y menores violentados.

De hecho, un estudio internacional en el que participa la Universitat Oberta de Catalunya revela, a partir cruzar variables de vivienda y condiciones de vida con una encuesta de miles de casos, que la salud mental del 46% de la población del Estado español está en riesgo por la crisis del coronavirus, mientras que en Reino Unido se cifra en un 41% y en Italia en 42%. Y la alarma es global: esta misma semana la OMS ha subrayado el alto riesgo de incremento de suicidios y trastornos en los próximos años, tras medir lo que ya está ocurriendo en países castigados como China, Estados Unidos o Irán.

Ante este difícil contexto, la Asociación Española de Neuropsiquiatría-Profesionales de Salud Mental ha publicado un comunicado en el que analiza la situación y realiza recomendaciones a seguir. El presidente de esta centenaria institución –que nuclea a trabajadores de sanidad pública–, el psiquiatra Mikel Munarriz Ferrandis, señala en entrevista a GARA que por ahora «no hay muchos datos empíricos que puedan decir cómo se debe actuar, la situación es muy rara porque no se parece a nada que haya pasado».

«La línea de lo que está bien y mal está desdibujada. Por eso nuestro manifiesto hace propuestas abandonando la postura de un saber que pensamos que ahora no es tan cierto. Ojalá se supiera. Nos sorprende que en todo Telediario salga un experto en salud mental diciendo lo que va a pasar. Hay demasiados profetas cuando en realidad resta mucho por entender. Ni siquiera sabemos lo que ha pasado con la covid en cárceles ni con los inmigrantes», subraya.

Aprender de la crisis anterior

Munarriz considera que «no es esperable una epidemia en problemas de salud mental» y alerta que los problemas relacionados con las pérdidas de empleo «pueden ser contrarrestados con medidas sociales que deben ser universales. No es que el virus tenga impacto sobre la salud mental, lo que sí impactará es el incremento de pobreza y la desigualdad. Pero si se arbitran las medidas necesarias, puede evitarse».

«Ya pasó con las crisis financiera de hace años. Lo que provocó el sufrimiento emocional no fue la crisis en sí sino las medidas. Si hay más recortes y no se aseguran rentas básicas, claro que habrá trastornos. Pero no será el virus el que lo provoque sino las medidas. Hace falta un aprendizaje de la anterior crisis», enfatiza.

Por su parte, la psiquiatra e investigadora de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica María Irigoyen señala también a GARA que tras el desconfinamiento se visibilizará «una sociedad en situación de duelo, que de repente se vio irrumpida por una pandemia que de la noche a la mañana supuso restricciones de libertades y de movilidad, sin poder ir a los trabajos y sin poder establecer vínculos con allegados, amigos y familia y además toda la incertidumbre del contagio».

«Hay gente que ha pasado mucho miedo y lo hizo en soledad. Eso implica un duelo difícil de elaborar. No estamos aún en disposición de poder elaborarlo con normalidad. Somos una sociedad que sufre un dolor que se está cronificando en el tiempo, que tiene que ver con las personas que han fallecido y el modo en que lo han hecho, con mucha gente cayendo en la miseria económica...», recalca.

Irigoyen –médica de un hospital de la ciudad de Lleida, en donde es vocal del Colegio de Médicos– sugiere que si todos entendieran que la pandemia «es un problema de todos y que la responsabilidad individual es fundamental para evitar el colapso del sistema sanitario, se puede conectar la responsabilidad de grupo. Tener una sensación de pertenencia da un sentido al sacrificio».

«Es cierto que en casos más leves nos encontraremos con personas previamente sanas que estarán algo ansiosas, algo depresivas, pero serán a priori casos leves que se resolverán, no creo que se compliquen. Nos encontraremos con una resaca emocional por duelo. Lo principal es compartir experiencias porque en el confinamiento ha faltado el contacto estrecho con otros, el poder llorar en directo, abrazarse. Cualquier manifestación afectiva fue restrictiva durante dos meses con miedo, porque no fueron dos meses sin más», señala.

En ese sentido, María Irigoyen recalca que «es fundamental verbalizar las emociones, los sentimientos, hasta la propia culpa, compartir con las personas próximas y darles tiempo; se necesita tiempo para elaborar el duelo y vivirlo con una perspectiva con más paz». Y considera que «estará en juego la capacidad de adaptación de las personas: quienes presenten dificultades para adaptarse son a las que hay que proteger para que sean capaces de continuar con su vida».

«Contención del grupo social»

Si bien Munarriz –que trabaja en un hospital de la provincia de Castelló– reconoce que en la sanidad pública del Estado «hacen falta más profesionales de salud mental», afirma que «lo que más va a funcionar (para amortizar los efectos emocionales de la pandemia) es la solidaridad, el apoyo mutuo, la contención del grupo social».

En ese sentido, prefiere que se evite «etiquetar como enfermedades» los sentimientos de la gente derivados de la crisis «como si sólo se debieran tratar con psicólogos, porque sería desempoderar a la gente y a las propias comunidades de toda su capacidad, que es mucha».

Igualmente, avizora que «habrá un impacto más clínico pero que no será epidémico» en trastornos emocionales tras el confinamiento y añade en este punto que el Estado español «no es ni por mucho el país que tenga la mejor tasa de profesionales de salud mental por habitante».

De hecho, la ratio estatal de psiquiatras y psicólogos no llega a los 10 por cada 100.000 habitantes, mientras que el promedio de la Unión Europea está en 18 cada 100.000, lo que se traduce en listas de espera prolongadas y un acceso a psicoterapia marcado por la capacidad de pagarlo según la renta, según datos de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP).

Munarriz también pide destacar que se ha observado en esta crisis que «la respuesta al confinamiento de las personas con trastornos mentales ha sido excepcional. Muchos con sufrimiento psíquico han demostrado que son ciudadanos de primera, y mucha gente no etiquetada con estos problemas han hecho más burradas que los que sí».