Kepa Ibarra
Director artístico de Gaitzerdi Teatro
KOLABORAZIOA

«E la tecnica va…»

Grecia creó maléficos efectos de luz y tinieblas, incluyendo grandes moles de piedra que al moverse retumbaban a modo de trueno divino. La Edad Media instauró los púlpitos, los cielos izados a escalera e infiernos en sótanos libidinosos. O con Dios o con el diablo. Shakespeare se inventó un segundo Renacimiento y ejemplarizó la idea de la maquinaria perfecta, la estética creativa bajo una mecánica servicial, permitiendo sin ambigüedad el «ohhh!» de un público entregado a amores y desamores, cismas dinásticos y duelos fratricidas con olor a tragedia.

El devenir de una profesión como la de las artes creativas ha supuesto dotar a la disciplina de unos ingredientes imprescindibles y que sin estos elementos añadidos a la acción integral y directa del artista y su circunstancia catártica, hubieran supuesto una limitación añadida y un contrafuero anómalo. Luz, iluminación, tono, color. Robert Wilson, mil técnicos, en un birlibirloque fantástico, complementando a la creación de un material formal que dota al juguete escénico de esa categoría profesional rayana la necesidad vital.

Siempre he pensado que la mejor manera de cerrar un montaje en sus aspectos tanto globales como específicos era llevándote al técnico debajo del brazo (mientras los demás viajamos en ese destartalado Carro de Tespis), incluyéndole en todo ese protocolo que nos obliga a trabajar bajo premisas de máxima concentración y sobre todo porque en las mejores condiciones o en aquellas condiciones donde se trabaja bajo mínimos, su presencia y su preparación profesional te pueden resolver problemas o desentrañar disyuntivas de última y caótica hora. Unas y otras pensamos que la creación artística siempre se ha dotado de unos mecanismos donde lo imprevisible, la improvisación más o menos impuesta y el juego libérrimo de no ser capaz de controlarlo todo para no acabar descontrolándolo todo, han servido en infinidad de ocasiones para certificar y dar carta de naturaleza propia a la disciplina del técnico, fiel exponente del profesional obsesionado (bendita palabra en sintonía con esa profesión) en qué pautas pactadas, libretos diseñados en horas de reuniones y hojas de ruta estrictamente consensuadas y firmadas, se sellaban con rigurosidad espartana los minutos antes de cada función.

Artistas y técnicos, cuentos y acetatos realizados con policarbonatos, creadores y dogmáticos de los colores primarios, se suman a la fiesta de la representación, en un ejemplo único e irrepetible de necesitarnos unos a otros, llevando al técnico al lado o simplemente convidándole a un aperitivo reparador porque el espectáculo ha salido redondo o porque definitivamente el técnico de nuestro amores se ha incluido en las miserias y en las grandezas de la Compañía, en una simbiosis tan sugerente como imprescindible.

La escena precisa de movimientos limpios, dotados de una estética conforme a los nuevos tiempos que corren con vértigo. En los presupuestos intelectuales y teóricos que se concitan a la hora de trabajar este formato global se implica a todos y en esta maldad benigna y atractiva estamos incluidos los artistas que compartimos día a día un espacio y quienes en este mismo espacio hallan su propio territorio y su propia identidad como creadores e impulsores de la creación técnica. Y aquí, por atractivo e identidad, coincidimos todos y todas.

A lo dicho, siempre que pueda, llévese un técnico debajo del brazo. Un lujo.